Si quedaba alguna duda sobre el origen del encanto de Shanghai Kid,
ahí está el final después del final. Cuando el conflicto planteado por la
película es resuelto, lo que hasta entonces era sólo una sospecha
instintiva del espectador se transforma en una irrefutable constatación.
Los errores o bloopers de algunas escenas son exhibidos antes de los
títulos finales con el mismo desparpajo de quien los produjo: Jackie Chan.
El actor hongkonés es la película y viceversa. Y no porque Owen Wilson, su
"socio" en el Oeste cinematográfico, carezca de cualidades. La
razón más bien se encuentra en la naturalidad, el carisma y el particular
sentido del humor de Chan.
Esta divertida producción debe sus mejores momentos un poco a las
líneas del guión y mucho a Jackie. Casi nada a los
productores de Hollywood (seguramente, ellos tuvieron la patética idea de
vestir al malvado de la película con pantalones y capa de cuero negra y rapar su cabeza
¡como si en vez de vivir en 1881 fuera una de las criaturas futuristas de
The Matrix!) y bastante al director Tom
Dey, quien sabe cómo aprovechar las famosas coreografías de Chan.
La historia de Shanghai Kid comienza en la ciudad prohibida de
China cuando la princesa Pei Pei (Lucy Liu) es secuestrada sin ser consciente
de ello y llevada a los Estados Unidos. Quien digita todo esto es la ya
citada versión oriental de Morfeo (The Matrix), un traidor que escapó del
Imperio al que servía y ahora explota a cientos de sus compatriotas en
una mina del Oeste norteamericano. Por la princesa, pide un rescate que
equivale a todo el oro del emperador.
Tras ella y con el oro solicitado son enviados los mejores guardias
imperiales, a quienes se suma Chon Wang (Chan). Una vez en Estados
Unidos, los chinos al rescate viajan en un tren que es asaltado. Pero Roy O’
Bannon (Owen Wilson), el cabecilla de estos poco eficientes ladrones,
termina
(luego de unas cuantas peleas, un casamiento, varios ejemplares de tribus
aborígenes y un par de buitres en el desierto) asociándose con Chon Wang
para rescatar a la princesa. No tienen otra alternativa, ya que ambos se
quedaron solos: Chon perdió a los guardias imperiales y la banda de forajidos
decidió cambiar de jefe.
A partir de acá se desarrolla una película divertida y ágil al
estilo Jackie Chan. Donde las artes orientales (más o menos marciales) se
combinan y coordinan con las
"avivadas" yanquis. Lo más interesante de la historia convencional que cuenta Shanghai Kid
son sus referencias humorísticas a otras películas. Algunas que nos mostraron
ciertas costumbres chinas (como El club de la Buena Estrella) y otras, todas las
demás, encolumnadas en el western. No por nada, la fonética del
nombre Chon Wang para Roy significa John Wayne ("el peor nombre para un
vaquero", dice); de la misma forma que, en los minutos finales,
mientras se mira la estrella de sheriff en el pecho, el ex ladrón confiesa
que su verdadero nombre es Wyatt Earp.
Sin lugar a dudas, Más corazón que odio de John Ford es la
película homenajeada por Shanghai Kid. Aunque esta vez, los
indios no tuvieron nada que ver porque el raptor de Pei Pei es un norteamericano civilizado
y el responsable de salvarla, un chino. Los que van por su rescate pasarán por situaciones similares a las que
tuvieron que afrontar John Wayne y Jeffrey Hunter en el film de Ford, como la del casamiento impuesto con
una india (esta vez más bella, aunque tampoco querida). Pero está claro que
la intención es el guiño, no contar otra vez la misma historia.
También queda claro que las mejores ideas de Shanghai Kid pertenecen a
Jackie Chan. Se sabe que este actor y director ama el cine desde
siempre. No sólo se nota en su keatoniano sentido del humor,
también en la forma en que se toma lo que hace: con espontaneidad e
inteligencia. Pero cuidado, que como John Wayne, Jackie Chan es siempre el
mismo. Repitiéndose en esta, como en todas sus películas.