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SHINE A LIGHT

Estados Unidos-Inglaterra, 2008



Largometraje documental dirigido por Martin Scorsese.



Su legajo es frondoso: montajista de Woodstock, productor de The Blues, director de The Last Waltz y No Direction Home: Bob Dylan. Además, modernizó el lenguaje cinematográfico y generó un quiebre con Calles peligrosas, donde innovó con la manera de utilizar la música en el cine. ¿Había alguien más indicado que Martin Scorsese para esta especie de homenaje en vida a los Rolling Stones que es Shine A Light?

Más allá de gustos, por calidad, y sobre todo por permanencia, los Rolling son la banda de rock más importante de la historia. Pero quién puede dudar que –además– hace unos quince años que se han transformado en una máquina de facturar y que, por tanto, en sus discos se pueden encontrar ya pocas novedades. Por eso, si hay que rescatar un valor de este documental, es que pone a los Stones nuevamente en la cima, los muestra rockeando como los mejores y, por si esto fuera poco, como tipos inteligentes que saben, a partir del dominio que tienen del escenario, lo que quiere el público de estos días.

Shine A Light es, básicamente, el recital que ofreció la banda dentro de la gira A Bigger Band a fines de 2006 en el Beacon Theatre de New York. A esa captura, Scorsese le agrega imágenes de la previa y algunos inserts de archivo, con retazos ocurrentes de entrevistas muy poco conocidas. Y al final, un plano secuencia que es una gran broma y un guiño simpatiquísimo.

La previa al recital funciona como mucho más que una forma de poner al espectador en contexto y prepararlo para el show. Porque allí se interpreta con un par de pinceladas aquello en lo que se ha convertido el rock and roll en estos tiempos: un gran negocio que mezcla músicos divos, políticos como Clinton haciendo su showcito, posturas políticamente correctas sobre el medio ambiente, imagen, diseño y pose. “Antes ‘Pelo’ ahora ‘Gente’”, como bien dice Andrés Calamaro en “Clonazepán y circo”.

Scorsese, inteligente como es, con la construcción de su documental excede la simple puesta en pantalla de un recital y confronta su mirada crítica sobre el estado del rock and roll con los algo más de 90 minutos que le siguen: una soberbia demostración de la banda más grande de la historia sobre lo que es capaz de hacer. Jagger, Richards, Wood y Watts, literalmente, la rompen.

Y la rompen frente a las casi 20 cámaras que instala aquí y allá el director. No hay gesto de Jagger –y son muchos– que se pierda y hasta hay un cigarrillo que escupe Richards en un hermoso ralenti. La performance de los Stones y las imágenes de archivo que se insertan dejan en claro que los años no vienen solos –aquellos provocadores son hoy unos viejos piolas–, pero también que el talento supera las taras de un mecanismo como el mercado musical actual.

Musicalmente irreprochable, aunque nadie puede negar que los Stones ya tienen un puñado enorme de canciones para la posteridad, hay que decir que las versiones de Shine A Light brillan, desbordan, seducen. Rankea alto “You Got The Silver”, también la tierna “Faraway Eyes”. Pero es con la aparición en escena de Buddy Guy y el cover de Muddy Waters “Champagne & Reefer” que la confluencia de sonido e imagen, más show y puesta en escena, alcanza plena intensidad. Luego, como en el clímax de alguna ficción, sobre el final llegarán “Simpathy For The Devil”, “Brown Sugar” y “Satisfaction”. Todas impecables. Definitivamente, los reparos pueden venir de alguien a quien no le gusten los Stones.

Volviendo al plano secuencia postrero: sin adelantar nada, podríamos decir que es ahí donde Scorsese logra unir definitivamente la energía del rock and roll con el artificio del cine. Cierre fantástico, en amplio sentido de la palabra, para un documento –más que un documental– de un tiempo y un lugar irrepetibles.

Mauricio Faliero      


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