Hay que decirlo de entrada:
Shrek 2 no es mejor que Shrek. Lo que no significa que sea mala,
floja, fallida ni decepcionante. Es tanto o más graciosa, incluso, pero
–inevitablemente– los factores sorpresa e imaginación se han debilitado, y
la película sobrevive a fuerza de gags. Eso sí, brillantes.
Si lo que
más recordamos del título original es la creativa subversión de los cuentos
clásicos (que a su vez generaron otro “clásico”), lo que recordaremos de la
secuela es una hilera de chistes a cual más perfecto. Es que esta película
opta definitivamente por el terreno de la comedia directa, de la que no se
despega casi nunca en sus poco más de 90 minutos.
Shrek y la
princesa Fiona se han casado, y al volver de la luna de miel reciben una
sorpresa: los padres de ella los esperan en el Reino de Muy, Muy Lejos. Y
hacia allí parten nuestros héroes, no muy convencidos y acompañados por el
bueno de Burro. Lo que sigue es una serie de complots para evitar que la
pareja continúe unida. Los planes son urdidos por la malvada Hada Madrina.
Como toda
secuela, esta necesitaba ampliar el espectro psicológico de los
protagonistas y, al mismo tiempo, incorporar otros personajes. Así es como
aparece tal vez el máximo hallazgo de Shrek 2, el Gato con Botas, un
asesino a sueldo enviado a matar al ogro verde. Este “felino” no sólo le
roba a Burro el cetro de comic relief, sino que además resulta de una
originalidad absoluta en su concepción. Que el Gato con Botas se atragante
con una bola de pelos es un chiste que encierra varias lecturas, en las que
el personaje literario se mezcla con su estampa animal real.
Los chistes
de la película son desopilantes, ingeniosos, creativos. La utilización de
los clásicos en situaciones absurdas es estupenda: el Capitán Garfio tocando
el piano, por ejemplo. Pero también hay recursos que denotan cierta falta de
ideas, como la recurrencia del film a la parodia. Resulta que no es lo mismo
ver a Gepeto vendiendo a Pinocho por unos chelines, como ocurría en la
primera, que ver al mismo muñeco colgado de cables alla Tom Cruise en
Misión: imposible. Es decir, la venta de Pinocho por parte de su
creador es un gag que funciona en diversos niveles, mientras que la parodia
fílmica sólo funciona en uno: el del humor “por contraste”. Parodiar escenas
es más fácil, pero también menos efectivo, que crear situaciones
humorísticas a partir del propio material generado. Es como comparar a La
pistola desnuda con Scary Movie: una se burla de los mecanismos
del género policial y es fantástica; la otra lo hace de las escenas de
películas y resulta más bien pobre.
Otro punto
en contra es la pérdida de protagonismo de Shrek. Los secundarios se lo
devoran totalmente, y eso deja entrever una carencia en una historia cuyo
motor principal era la adaptación del ogro a la vida de los demás (y la
posterior aceptación de los demás hacia el verde personaje). Esto sugiere
cierta falta de confianza de los creadores en su idea original, o la
sensación de que esta ha sufrido un agotamiento.
No
obstante, los mencionados valores cómicos del guión llenan los huecos
narrativos con estupendos chistes. Y los ojos del Gato con Botas, como
algunos gustos personales de Pinocho, serán difíciles de olvidar.
Shrek 2 quedará en la memoria como una comedia brillante, súper
divertida, dueña de un ritmo narrativo formidable. Por otro lado, hay que
reconocer su total falta de interés en los golpes bajos emocionales tan
reconocibles en los productos Disney. La película nunca se pone solemne con
su “mensaje”, aunque lo deja bien claro y opta por despedirse alegre, viva y
arriba. Es imposible salir de la sala sin una sonrisa luego de contemplar el
film. Es más, habría que preocuparse por la salud de aquellos que no lo
hacen. Y discúlpenme la reiteración: nunca olvidaré los ojos del Gato con
Botas.
Mauricio Faliero
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