El cine está abordando con creciente frecuencia la problemática de las guerras
y masacres contemporáneas, así como las consecuencias que ellas ocasionan en la
sociedad.
Las tortugas
también vuelan,
El último confín,
incluso la Notre
Musique de Godard,
nos permiten asomarnos al horror de manera mucho más fehaciente que a través
del periodismo. Sabemos más del equipo de fútbol de Serbia que sobre la
guerra que vivió contra Bosnia en la ex Yugoslavia; Emir Kusturica se ha
referido a ella en
La vida es un milagro
en su estilo habitual, grotesco-surrealista. El estilo y las intenciones de
su compatriota Goran Paskaljevic se ubican en el extremo opuesto, en este
melodrama que dirige su mirada desesperanzada sobre un país destruido física
y moralmente.
La
anécdota de Sueño
de una noche de invierno
resulta una parábola sobre el estado de Serbia. El tópico del hombre que
regresa de un pasado tenebroso del que poco sabemos a un presente sin
esperanzas trasciende la historia individual. Lazar encuentra en las
refugiadas bosnias que han ocupado la casa de su madre la posibilidad de una
redención que ya no esperaba, y pone todo su empeño en brindar alguna
comodidad a quienes le dan la posibilidad de tener una familia. Así es como
se involucra fuertemente en la recuperación de esa niña autista a la que
asume casi como su propia hija.
Paskaljevic concibe su film como un documento trágico de las circunstancias
que vive su país natal. Los personajes utilizan sus propios nombres (Lazar
Ristovski es el actor de
Underground
y Como barril de
pólvora), la niña
no está actuando sino que es realmente autista, y tanto sus visitas al
centro de educación para discapacitados como la fiesta popular a la que
acude esta nueva familia tienen un carácter fuertemente documental,
deviniendo un registro de la realidad de esa patria. La tenebrosa fotografía
de Milan Spasik abunda en primeros planos de los protagonistas en fuerte
contraluz, que acentúan el carácter trágico reiterado en las panorámicas de
paisajes invernales desolados, envueltos en la bruma, sin un asomo de sol,
sobre una tierra baldía cubierta de nieve.
Lazar se
identifica con la niña autista: tal vez él también sufra esa misma
enfermedad, así como su propio país está encerrado en un autismo colectivo,
según palabras del director. Él está cercado por la culpa de su propio
pasado, él también repite las palabras mecánicamente, así como el país
repite sus errores y parece haber cerrado su corazón. Igual que la niña,
también él se niega a despertar. Las tintas se cargan sobre la metáfora y la
alegoría cuando Lazar va en busca del perdón de la madre de su víctima, una
Madre Universal que se niega a dirigirle siquiera una mirada, encerrada en
el silencio de su propio dolor.
Film de
visión difícil, hace vibrar la cuerda del dolor y la melancolía y busca la
reacción del espectador, quien no puede quedar indiferente. La narración se
va desarrollando con eficacia hasta que un final abrupto –e infeliz– pone en
zozobra el clima que se había logrado.
Josefina Sartora
|