William Shakespeare está de moda. Y no es ninguna primicia. Tampoco debería serlo el
hecho de que una fría superproducción, desbordada de actores ilustres y prolijamente
iluminada, fracase redondamente en su intento por resucitar el espíritu del Bardo. Sueño
de una noche de verano registra ya media docena de adaptaciones cinematográficas.
Más allá de un eventual negocio, ¿tenía sentido emprender una nueva? La visión del
film de Michael Hoffman sugiere muy amargamente que no.
Sueño... tiene todo lo que
podía preverse. Un seleccionado multinacional de superstars encabezado por
Michelle Pfeiffer, a quien secundan Kevin Kline, Calista Flockhart, Sophie Marceau,
Stanley Tucci, Rupert Everett y siguen los nombres... Incluye los contados y precisos
rasgos que jalonan la ya famosa anécdota shakespeareana, apoyada en una serie de
enamoramientos no correspondidos. A saber: Helena ama a Demetrio, Demetrio ama a Hermia
quien le ha sido prometida por el padre de la chica y Hermia, a
Lisandro. Cuando Hermia fuga con Lisandro al bosque, Helena los denuncia. Su esperanza es
que Demetrio, al verlos juntos, rechace a Hermia en su favor. El guión -que trasportó la
acción al siglo XIX, aparentemente para poblar el bosque de bicicletas y sacar partido de
ciertas ropas y muebles aristocráticos- no es del todo confuso. Pero está completamente
invertebrado. La historia arranca a plena luz, dentro y fuera de un palacio, para
internarse abruptamente en aquel bosque, que fue filmado en unos pocos metros cuadrados de
las instalaciones de Cinecittá (los estudios italianos que hiciera famosos Federico
Fellini). Una noche interminable en el peor sentido transcurrirá bajo el
follaje. Ahora bien: si el comienzo es claramente "cinematográfico" es
decir: espacio natural, abierto, el desarrollo no podría haber resultado más
"teatral", habida cuenta de las minúsculas dimensiones del espacio destinado a
reproducir el bosque. ¿Será que el resto de Cinecittá estaba reservada para otra
película? La sensación, en un principio, es que las acciones en el bosque no dan
para mucho más. Pero siguen, y siguen. Lo que uno siente, al cabo, es que está frente a
una de esas "producciones" montadas por los colegiales para conmemorar las
fechas patrias.
Amén de los citados, el follaje
alberga a Bottom (Kline) y a la troupe de pueblerinos con los que ensaya una
representación... teatral. Y a un hada (Pfeiffer) y un par de hechiceros bondadosos
(Everett y Tucci) que oficiarán de Celestinas para que cada uno ame a quien debe amar.
Son sus armas ciertos pases mágicos. Claro que además de bondadosos son chambones, con
lo que habrá hechizos involuntarios y enredos por doquier. Es de creer que Shakespeare
jugó con la idea de que el amor es también azar u ocasión,
marcadamente divorciado de la lógica. Pero esto no florece, ni mucho menos crece, en la
versión de Hoffman, cuyos dirigidos se limitan a vocalizar los versos con una
corrección cansina (salvo Kline y Flockhart, que los gritan). Lo que hay es la muy triste
ilustración de un texto al que tal vez, sólo tal vez, se quiso revivir o
actualizar. Y quedó convertido en letra muerta.
Guillermo Ravaschino
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