Luego de hacerse un nombre en televisión con ciclos como "Tato de América",
"Good Show", "El garante" y "Tiempo final", Sebastián Borensztein decidió
lanzarse a la pantalla grande, escribiendo y dirigiendo su primer film. Sin
embargo, nunca parece poder despegarse de una mirada televisiva, y esto en
el sentido más limitado del término.
La suerte está echada
se propone explorar el tema de la suerte, más precisamente su lado malo, la
mufa, a través de la historia de dos medio hermanos. El mayor, Felipe (Marcelo
Mazzarello), es un actor que evita el suicidio de una persona que se
consideraba mufa, sólo para que ésta sea atropellada por un camión. La mala
suerte le será trasladada y será despreciado por sus colegas, además de
sembrar pestes y tempestades a su paso. El menor, Guillermo (Gastón Pauls),
es al mismo tiempo despedido de su trabajo por culpa de la alarma de un
coche que no lo deja dormir, y abandonado por su novia. Encima, ambos tienen
al padre a punto de morirse, y con un pedido delirante que ninguno de ellos
desea cumplir.
Este es un film extremadamente
calculador. En su empeño de alternar la comedia con el drama (o las risas
con las lágrimas) y de atenuar alguna escena conmovedora con algún chiste
apropiado que alivie al espectador, se revela, sin embargo, como
desbalanceado y –a la postre– falto de cálculo. Abarca muchos temas, como
las relaciones padre-hijo, la fraternidad, la vocación, la evocación del
pasado y la búsqueda del amor, pero carece de estructura, desarrolla poco y
nada, se manifiesta como un rejunte de reflexiones sin profundidad alguna.
Las situaciones se enlazan de forma arbitraria, sin conexión mutua, con
personajes (como el profesor de tango) portadores de monólogos absurdos,
pretenciosos a pesar de su obviedad. Pero lo peor es la mirada fetichista y
unidimensional sobre la mujer: un objeto sexual en el caso de Leticia
Brédice, una histérica y creída en el de Paola Krum, sin idea de la vida en
el de Julieta Cardinali. Incluso cuando el guión amaga con profundizar su
punto de vista a través de la bailarina de tango que enamora a Guillermo, no
pone en pantalla más que una cara bonita, un cuerpo sin alma.
Con una puesta en escena
limitada por donde se la mire, sin vuelo alguno, actuaciones fallidas, una
música (compuesta por Alejandro Lerner) que intenta forzar todos los
resortes emocionales del público y resoluciones caprichosas, que llevan a
que todo termine bien como por arte de magia (a partir de una "justicia
poética" despóticamente implantada despóticamente por el autor), La
suerte está echada expone claramente las dificultades que tiene
Borensztein para comprender el cine. El mundo que arma parece de cartón, sin
cimientos que lo sostengan. Y se nos revela reaccionario, demagógico y
discursivo.
Rodrigo Seijas
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