El segundo
largometraje de Juan Villegas es también el primer film argentino derivado
de una novela de Antonio Di Benedetto.
Narra la historia
de Daniel (Daniel Hendler), un periodista gráfico al que encomiendan
investigar la historia de un muerto. Todo lo que tiene Daniel es una foto
del occiso, y la aparente certeza, comunicada por su jefe, de que ese hombre
se suicidó. A decir verdad, tiene más que eso: el tema es un elemento
importante de su propia historia familiar, ya que su padre y otros parientes
también se quitaron la vida. Y además la tiene a Marcela (Leonora Balcarce),
la tímida fotógrafa de la redacción a quien le asignan la tarea de ilustrar la nota con
imágenes. Nunca se habían fijado el uno en el otro pero, mientras caminan
juntos de aquí para allá, comenzarán a hacerlo. Y con el correr del metraje
descubriremos que la timidez de la chica esconde más de un enigma, o
misterio.
La película
presenta puntos de contacto con la primera de Villegas, Sábado, sobre
todo a partir de los diálogos. Y llama la atención, porque uno siente que a
Villegas, en cuanto cineasta, no le gusta que sus personajes hablen
demasiado; y ellos hablan, pero con un tono parco, seco, cortado, cual si
hubiesen contraído por contagio esa resistencia del realizador. Creo ver en
esto una correlación o, si prefieren, una justificación artística en
términos de estilo. Hendler es el de siempre, aunque su proverbial abulia,
en un personaje abúlico, resulta más justificada que otras veces (“vos no te
apasionas con nada”, le dice alguien en algún momento...).
Quizá porque el
suicidio sigue siendo un tema de atractivo universal, acaso porque la
amargura que campea entre los personajes también empalma con el
misterio, tal vez porque estos decorados –a caballo de esta historia–
adquieren un cariz atemporal... la cuestión es que la historia nos va
llevando. ¿Que es un poco lenta? Y sí, pero también parece reclamar esa
cadencia. ¿Que el final lo deja a uno con gusto a poco? Puede ser, un poco.
Guillermo Ravaschino
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