Desde que se inventó la bomba atómica, siempre ha circulado la pregunta
sobre lo que sucedería si se desatara una guerra nuclear. En La suma
de todos los miedos, nueva entrega de las aventuras del agente
de la CIA Jack Ryan, la cuestión es puesta sobre el tapete en su máxima
expresión.
Si antes Jack Ryan, el protagonista de numerosas novelas de Tom Clancy,
había sido interpretado por Alec Baldwin en La caza al Octubre Rojo
y por Harrison Ford en Juego de patriotas y Peligro inminente,
las necesidades del relato parecen haber orientado la elección del joven
Ben Affleck, visto antes en (entre otras) Pearl Harbor y En
busca del destino. En estas circunstancias, Jack, de veintiocho años,
está de novio con una chica con ganas de comprometerse y goza de un
trabajo no muy agitado como analista político y de historia de la CIA.
Sin embargo, el nazismo –que ahora busca el conflicto entre
Estados Unidos y Rusia para lograr finalmente el dominio del mundo–
resurge en Europa del Este de la mano de un imprevisto ataque con bombas
químicas a Chechenia (supuestamente perpretado por los rusos). De un día
para el otro, Ryan será reclutado por el director de la CIA, William
Cabot (Morgan Freeman) para investigar qué es lo que en realidad
sucedió.
A partir de ese momento, los sucesos se precipitan. La vida del
presidente (James Cromwell) se verá en serio riesgo, nada podrá evitar
un impresionante estallido atómico que borrará del mapa la ciudad de
Baltimore y Estados Unidos y Rusia se encontrarán al borde de una guerra
nuclear en la que las dos potencias pueden ser destruidas.
La principal cualidad de la película de Phil Alden Robinson es el
llamado "mérito de lo posible". El argumento goza de plena
actualidad. El atentado a las Torres Gemelas prueba que un ataque
terrorista de gran magnitud en Estdos Unidos es perfectamente realizable.
Si antes el espectador veía productos como El pacificador, Lluvia
de fuego o Duro de matar 3 como piezas de ficción alejadas de
todo realismo, La suma de todos los miedos produce escalofríos,
porque cuenta algo que sí puede pasar. El film, cuyo libreto estuvo a
cargo de Paul Attanasio (guionista de El dilema y Brasco),
se constituye de esta manera en una explotation movie que exprime
el tema más candente y actual, algo que podrá sonar algo cínico y
malintencionado, pero que termina siendo así. Intencionadamente o no, la
labor de las agencias de inteligencia y espionaje, tanto norteamericanas
como rusas, está pintada de manera particularmente irónica, ya que a
pesar de todos los recursos con los que cuentan (o supuestamente cuentan)
no pueden impedir un estallido atómico y es nada más ni nada menos que
un novato el llamado a solucionar el entuerto.
Otro punto en favor del film es que evita declaraciones patrioteras y
no esconde los trapos sucios de las negociaciones diplomáticas. Las
peleas, los gritos, los ataques de histeria, los prejuicios, todo se ve en
pantalla. Ryan asiste a toda clase de manejos de poder, en los que la
diferencia entre callar frente a una opinión terminante de un superior u
oponerse equivale a una carrera en la rama gubernamental.
La suma de todos los miedos se perfila como un espécimen extraño,
virtualmente paranoico pero que, sin embargo, justifica plenamente su
posición, atemorizando y entreteniendo al mismo tiempo.
Rodrigo Seijas