Probablemente las estadísticas no sean lo mío, pero esta película deber
ser la primera íntegramente estelarizada por uno de los descubrimientos
de Adrián Suar. Con infinidad de notables secundarios y pequeñas
intervenciones, Diego Peretti (un Pol-Ka boy 100% original) encabeza por
fin un largometraje. Desgraciadamente, este no es el debut protagónico
auspicioso que un intérprete pudiera desear. Y no por culpa suya. Aunque
su actuación no desborda de matices, Peretti realiza una labor
competente, con escasos elementos pero sin exhibir desniveles.
Taxi, un encuentro
también marca el debut de Gabriela
David como guionista y directora de largometrajes, después de haber
realizado una buena cantidad de cortos que le proporcionaron no pocos
premios internacionales y le permitieron obtener un crédito del INCAA
destinado a financiar óperas primas, además de los capitales europeos
necesarios para concretar esta producción independiente.
David demuestra conocer las
herramientas de su oficio. Trabaja muchisimo el sonido en este film, que
funciona en gran parte fuera de campo, con los encuadres
minuciosamente planificados para omitir deliberadamente ciertas
informaciones. Y dejarnos ver sólo las situaciones que la directora
considera necesario. Todos los elementos que debían decir presente están
aquí, en esta historia... pero no terminan de encajar de una
manera contundente.
Gato (Peretti) es un ladrón de taxis
que disfruta su trabajo. Cuando el anonimato nocturno se lo permite,
aprovecha el auto que acaba de robar y comienza a levantar pasajeros, pero
no para robarles sino para charlar con ellos y sentir –aunque mas no sea
por una madrugada– que realiza un servicio a la gente. En unos de sus
trasnochados viajes se cruzará con una adolescente malherida en un hecho
bastante confuso, y con ese encuentro su actividad ilegal dará un brusco
giro. El, por supuesto, es un ladrón con buen corazón. De lo contrario
no sería creíble su disposición a prestar ayuda, aun poniéndose en
riesgo. Claro que no estamos hablando de un policial negrísimo. Aunque
por momentos parezca una tarantinesca aventura plagada de pistas
falsas, la balanza se inclina finalmente hacia un intento por reflejar la
marginalidad ciudadana, los personajes pintorescos que la pueblan y los
hechos circunstanciales que fuerzan lazos entre desconocidos.
Ahora bien: a esta altura ya ha habido
otros filmes nacionales que exhibieron la cruda vida marginal, no del modo
mas realista ni verosímil pero sí de una manera consistente, y esto es
algo que Taxi, un encuentro jamás alcanza. Algunas razones pueden
descansar en la absurda realidad que nos rodea, la cual supera ampliamente
cualquier mundo ficticio, en especial el relatado por este film (rodado en
35 jornadas, nocturnas en su mayoría). Pero también se debe a que Taxi...
no termina de dejar en claro adónde quiere llegar exactamente. Quizá lo
que mejor resume este problema sea una de las secuencias iniciales.
Peretti levanta a un callado pasajero (Pablo Brichta) vestido de traje,
que durante todo el viaje mira compulsivamente el contenido de su oscuro
portafolios. Ante el aparente "riesgo" de estar esbozando a un
ladrón o a un asesino serial, la guionista-directora borra de un plumazo
toda expectativa posible, haciendo confesar rápidamente al pasajero su
verdadero oficio (carnicero) y mostrando el contenido de esa maleta, que
apenas contenía juguetes para sus hijos. David puso mucho acento y
trabajo en los artificios del relato, pero no aceitó adecuadamente la
historia principal.
Se nota claramente una intención: nada
es lo que parece. Pero ese concepto tampoco llega a tener un peso
relevante en la película, porque en ningún momento profundiza demasiado
las historias de los múltiples pasajeros. Y a la única en la que se mete
de lleno, la aborda tibiamente. Sin lograr involucrarnos e,
inexplicablemente, desplazando el protagonismo del ladrón-taxista
–sobre todo durante la última parte del film– hacia la chica
malherida, para mostrarnos qué le ocurrió luego de aquel incidente. Pero
ni la joven actriz (Josefina Viton) ni el background del personaje
tienen el espesor dramático necesario para sostener media hora de
metraje, con lo que también se resquebraja el intento de redondear este
alegato sobre la solidaridad entre desconocidos.
Gabriel Alvarez
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