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TEMPORADA DE PATOS

México, 2004


Dirigida por Fernando Eimbcke, con Daniel Miranda, Diego Cataño Elizondo, Danny Perea, Enrique Arreola.



En ocasión del 7º Festival Internacional de Cine Independiente de Buenos Aires, dos redactores de CINEISMO abordaron este film. Las apreciaciones de ambos (muy distintas, como podrán ver) se publican a continuación.


Temporada de patos
según Javier Luzi

Una comedia de esas que dejan un regusto amargo a la larga. Risas y después lágrimas (o tristeza o melancolía). Y qué peor que un domingo por la tarde para padecer esos sentimientos. Pocos momentos tan factibles de acabar en suicidio. Unos adolescentes se verán dueños de un departamento a raíz de la salida de la madre de uno de ellos. Una tarde que se presenta libre de mandatos, llena de videojuegos y de la práctica de la nada sin reclamos se verá modificada por dos presencias: una vecina que pretende cocinar una torta para festejar su propio cumpleaños, y el muchacho del reparto de pizza que pretende cobrar –ante la negativa de los chicos– aduciendo que ha llegado a tiempo con el pedido. Como una obra de teatro que respeta tiempo y espacio, todo sucederá en esas horas y en ese ámbito cerrado. Una película del Nuevo Cine Argentino... pero mexicana. Drogas, besos, juegos sexuales, toma de decisiones. Humor absurdo pero que fluye naturalmente. Un cuadro filmado en blanco y negro que habla de migraciones, cambios y solidaridades. Y divide aguas: o te cae simpática (como a mí) o la odiás sin remedio. Quizá le falten algunos ajustes pero resulta fresca, amena y, en su liviandad, meritoriamente, se despega de vanas pretensiones sin volverse light.


Temporada de patos según Tomás Binder

Vi Temporada de patos en el cine América, a pullman lleno y rebosante de estudiantes de cine que rieron a-más-no-poder durante la hora y media de proyección. La cuestión (creo yo, también estudiante de cine) es simple: en la película mexicana se apunta minuciosamente a un público y se da en el blanco con una efectividad que asusta. No, no se trata de la película de Bandana, que manipula explícitamente a sus espectadores ya desde la publicidad del producto; tampoco es Spiderman, que invade y se impone por la maquinaria obscena de los estudios y los dólares. O hablando musicalmente: esto no es Christina Aguilera ni Diego Torres, cuyos públicos en gran medida reconocen (más o menos explícitamente) la pertenencia a un target masivo y cautivo y hasta disfrutan de ello; esto es más La ley o (lo que hicieron de) Bersuit Vergarabat: públicos cuidadosamente estudiados, productos que los miran de lejos y les dan justo-lo-que-quieren, pero con la sutileza (aunque no siempre) de no hacerlo tan notorio. Ellos pueden mantener la idea de esto-es-lo-que-me-gusta-espontáneamente... y agotar las entradas para Temporada de patos 2.

Pero bueno, más allá de las broncas infundamentadas que poco hacen a la crítica de cine, he aquí porque Temporada de patos es un producto que –quizá desde una rabiosa sinceridad– termina estandarizando el cine que gusta hoy y se hace mañana entre los potenciales cineastas. Y como buen producto, es completo: 1) Abundan los planos ingeniosos: los hay desde la mirilla de la puerta, desde dentro de la heladera (varios), una "subjetiva" de un cuadro a-la-maletín-de-Pulp Fiction. Estas pequeñas ideas se acumulan en una película cuya única propuesta visual es la del guiño. 2) Hay humor demagógico para el hartazgo; y el epítome está en la escena porrera: los chicos fuman marihuana y escuchan cosas-re-locas. Los realizadores parecen haber cronometrado las futuras risas de la audiencia. 3) Tiene propuestas diversas que buscan llenar el álbum de figuritas ocurrentes con una efímera aparición, pero sin nunca tomar suficiente forma como para ganar el peso estructural necesario (por eso 25 Watts es una gran película mientras que esta no pasa de un borrón): la gota molesta que persiste cayendo de la canilla en un gag sonoro desaparece porque sí; el plano "onírico-metafórico" del pizzero y los patitos es el bonus marihuanero que, él solo, intenta dotar a la película de una inventiva que no le pertenece; la "subtrama" del pizzero y el homoerotismo final parecen ser ideas de guión aisladas que sólo buscan el efecto y agrandar el combo. Ideas solitarias que se restan entre sí y nunca suman más que lo tristemente previsible (sí me resultaron valiosas les escenas de besos entre el niño y la niña, pero sólo eso).

Como Ciudad de Dios hace unos años, he aquí el cine especulador que se viste de otra cosa. Cine automático. Pero automatismo independiente: en ningún sentido mejor que la de los grandes tanques estadounidenses, ésta fórmula es bastante más hipócrita.


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