Las primeras tres partes de la saga Terminator servían como preámbulo
de un futuro apocalíptico, donde los seres humanos, casi al borde de la
extinción, están trabados en una lucha mortal contra las máquinas. Era un
futuro casi en off, del que sólo podían apreciarse breves
pantallazos, y lo único que se sabía con certeza era que John Connor sería
el futuro líder de la Resistencia humana. Se podía decir que había una
combinación de expectativa y temor con respecto al adentramiento efectivo en
ese futuro, más teniendo en cuenta que James Cameron (quien alcanzó la
maestría con Terminator 2: el juico final) estaba totalmente alejado
del proyecto y que el nombre de McG (director de Los ángeles de Charlie)
no inspiraba demasiada confianza.
Habría
que empezar por aclarar que Terminator 4 es una película
un poquitín cobarde. Es que su argumento es meramente serial o episódico, de
carácter transicional, y elude el enfrentamiento definitivo. Corre el año
2018. Tenemos a un John Connor ya en sus treinta, consolidado como uno de
los cabecillas de la Resistencia. Christian Bale lo encarna a reglamento,
poniendo un rostro duro y pétreo en todo momento como único recurso
expresivo, sin tener muy en cuenta los dilemas morales vinculados a su
origen (atado al día del juicio) ni el peso que carga sobre sus hombros por
ser ese alguien predestinado a conducir a la humanidad en combate contra las
máquinas.
Pero no
hay que achacarle todo a la actuación rígida de Bale, sino también al hecho
de que el relato se centre en otros personajes, como Marcus Wright (Sam
Worthington) –un prisionero condenado a muerte que aparece años después sin
conservar ningún recuerdo de cómo llegó a tener un cuerpo que combina
articulaciones robóticas con órganos humanos– y el joven Kyle Reese (Anton
Yelchin), futuro padre de John Connor, los cuales dejan al personaje de Bale
completamente desdibujado. Algo similar sucede con su esposa Kate (Bryce
Dallas Howard) y el resto de su batallón, que queda lejos de reflejar
adecuadamente al héroe colectivo que se pretende imponer.
Hay que
reconocer que, a la hora filmar las secuencias de acción, McG supera sus
anteriores trabajos, y por mucho. Por momentos, el film es como una montaña
rusa plena de impactantes persecuciones, explosiones y combates de todo tipo
(no obstante lo cual todo lo que sucede se entiende perfectamente, a
diferencia de películas gigantescamente caóticas como Transformers).
Incluso hay un escape que hace pensar que McG vio unas cuantas veces
Rescatando al Soldado Ryan o La conquista del honor: fotografía
arenosa, presencia del enemigo en off, cámara en mano y una puesta en escena
secuencial que privilegia el montaje dentro del plano.
Por otra parte, la energía
que pone el director en la parte física de la película no es la misma que
deposita en el tratamiento de los personajes y sus historias particulares,
algo en lo que se destacaban sus predecesoras, incluso la subestimada Terminator 3: la
rebelión de las máquinas. Esta
cuarta entrega aporta poco y nada; tomando en cuenta que ya han sido
anunciadas por lo menos otras dos secuelas, habrá que aguardar para ver cuál
es el destino final de una crónica de la autodestrucción humana que todavía
tiene mucho para dar.
Rodrigo Seijas
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