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TESIS

España, 1996


Dirigida
por Alejandro Amenábar, con Ana Torrent, Fele Martínez, Eduardo Noriega, Rosa Campillo, Miguel Picazo.



La opera prima del chileno-español Alejandro Amenábar (de apenas 23 años al momento de la filmación) abarca varios, tal vez demasiados temas. Es una pieza de terror, fuera de toda duda, y no deja afuera una sola convención –grande o pequeña– de dicha clase de películas. Pero aspira a más. Se asoma al universo de la comunicación visual: la protagonista, Angela (Ana Torrent), es una estudiante universitaria que prepara su tesis sobre la violencia audiovisual, y el propio film amagará con ir soltando, más o menos indirectamente, sus propias reflexiones sobre la cuestión. Tesis también roza el tema del snuff, ese "género" tristemente célebre del fin de siglo (no tanto en Argentina, pero sí en el Primer Mundo y Rusia), en el que las muertes reales de personas forman parte del menú. En efecto: el más truculento video snuff se cruza en el camino de Angela mientras trata de completar su tesis. En dicha cinta, un sádico enmascarado se ocupa de apalear hasta la muerte a una chica... que era alumna de esa misma facultad.

En este punto un colega de cursada de Angela se convierte en su compañero de ruta. Chema (Fele Martínez) es tan arquetípico que el espectador sentirá haberlo visto escapar de las garras de Freddy por lo menos en un par de pesadillas: anteojitos, remeras estampadas que estrena a razón de una por día y un humor de perros (esto último no es tan típico pero está muy mal actuado y desentona). La otra sensación que surge es que Chema y Angela, más temprano que tarde, se involucrarán personalmente hasta encontrar al matador enmascarado. El problema es que nada ocurre prontamente en Tesis. Habrá que ver a otro alumno (el carilindo Eduardo Noriega) una y mil veces antes de saber si es o no el asesino de la pantallita. Habrá que esperar minutos que parecen horas para que le llegue el turno a Chema de sentarse, él también, en el banquillo de los sospechosos. Que después será ocupado por un profesor...

Que Amenábar se tome todo el tiempo del mundo no es tan grave de por sí. Sí lo es que luego de tantas idas y venidas no atine a plasmar un solo toque personal, una huella, una mirada, sobre las añejas constantes del género terrorífico. Llama la atención –es un decir– que tantos críticos de la Argentina y el mundo hayan elevado a Amenábar a la categoría de geniecillo a raíz de un ejercicio tan pueril (en España, impulsado por el éxito en boleterías, el despropósito fue más lejos: lo tildaron de "realizador de culto" y  lo equipararon con Alex de la Iglesia). Volviendo al film: el snuff, al cabo, quedará como una lamentable treta para atizar el morbo de la platea. Y los interrogantes sociológicos (¿hay que exhibir la violencia en el cine? ¿por qué fascina tanto? ¿cuál es el límite de la mostración...?) como la coartada de una historia que parece poco y nada interesada en resolverlos.

Guillermo Ravaschino