La filmografía del catalán José Juan Bigas Luna se parece
a una montaña rusa. En sus baches tiene inscriptos mamotretos como Las edades de
Lulú y Lola, mientras que sus picos, obras como Bilbao y La
teta y la luna, lo confirman entre los cineastas más interesantes de la actualidad.
Lo más curioso es que los grandes films de Bigas expían de algún modo a los
más flojos, a partir de un tratamiento diferente de los mismos temas, encabezados por la
sexualidad. La teta y la luna es la coronación de una trilogía que incluye a la
muy interesante Jamón, jamón y a la desastrosa Huevos de oro.
El hilo conductor de esta trilogía es
el "ser español". Claro que esto no tiene nada que ver con el nacionalismo,
mucho menos con el chauvinismo, y sí con el apego a la tierra que practicaba Borges,
cuando reemplazaba a la bandera las banderas por una bruma, un viento, un
paraje o un olor particular. Los olores y las brumas de España, para Bigas, tienen que
ver con el jamón, el ajo, el pan con grasa... las tetas y todos los otros atributos de la
femineidad. El sexo y la comida son variantes de una patria concebida así, como
pasión incontrolada, incontrolable. El jamón, la leche como todo lo demás
aquí cobran espesor simbólico sin perder significado pleno, directo, material.
Bigas Luna demuestra que se puede hacer cine desde los cojones y la inteligencia al mismo
tiempo.
También invita a participar de
un juego con el que se puede reír y emocionarse sin que importe cuál es la parte
"real", ya que sabe que, en el fondo, lo único real en el cine son las
intenciones del realizador. Para muestra valgan unos párrafos encadenados del
protagonista, Teté (Biel Durán, fuera de serie), un niño que se ha puesto celoso del
monopolio de las tetas de su madre por parte de su hermanito recién nacido. "Yo no
entendía por qué tenía que tomar leche de vaca mientras el monstruo mamaba de sus
tetas". Acto seguido se ve a los padres de Teté sobre la cama ("Dame tu
leche", gime la mamá). El niño continúa su relato: "Mi papá la llenaba de
noche, y él la vaciaba de día. Estaba decidido: me buscaría una teta para mí
solo".
La teta que se busca es la de Estrellita ("Si
hubiese tenido que ilustrar la imagen del seno femenino en una enciclopedia habría puesto
el de Mathilda May", declaró Bigas de su actriz), una francesa que se instala con su
marido (Gérard Darmon) en un camping de la vecindad. El francés, un pedomante
(enciende llamas con sus pedos en un número de varieté), verá crecer sus cuernos a la
vera del romance entre su esposa y Miguel, un adolescente que compite con Teté
serenateando a la beldad con cantes flamencos. El amor de Miguel es tan extraño y puro
como la película, y puede hacer llorar y reír al mismo tiempo. A Miguel lo hace llorar.
Estrellita se enamora de sus lágrimas.
A partir del relato de Teté (generalmente en off) el
film adopta su punto de vista. Las reflexiones del niño están cargadas de la frescura y
la "distorsión" del que devora el mundo con sus ojos vírgenes. Esa mirada, sin
embargo, conduce al espectador adulto hacia lo que debe y quiere ver. En
cierto modo el chico funciona como la mejor excusa para abonar al público, como voyeur, a
las imágenes que le interesan. De este desfase surge por un lado un enorme caudal
humorístico. Pero también la idea de que el público, como los niños, sólo puede
disfrutar a pleno en la medida en que haga a un lado ciertas convenciones represivas. Por
qué no leerlo como la respuesta de Bigas Luna al adocenado cine de fin de siglo.
Guillermo Ravaschino
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