El Malba ya
se ha constituido en uno de los centros de exhibición de cine alternativo
más importantes de Buenos Aires, y si bien su programador Fernando Peña le
ha impreso un fuerte perfil histórico con los ciclos de revisión, también se
reserva allí un espacio para estrenos exclusivos de algunas películas
argentinas o títulos atípicos de cine extranjero. Es el caso de The World,
del chino Jia Zhang-ke, uno de los directores fundamentales del cine
asiático actual. De todas sus películas vistas en sucesivos Baficis –Xiao
Wu, Platform, Unknown Pleasures y ésta– sólo Platform
había llegado al estreno comercial, tal vez porque ganó la versión 2001 de
dicho festival, pero en una copia en video que, como lo dijimos en su
oportunidad, no permitía apreciar todos sus méritos. En cambio, esta
película en la copia fílmica que exhibe el Malba es un deleite del principio
al fin.
Platform
transcurría en provincias y se trataba de un largo fresco sobre los cambios
que fueron produciéndose en China durante y después de la Revolución
Cultural. Quedaba el país al final convertido al capitalismo, con un rumbo
incierto y poco halagüeño. The World presenta una China ya inmersa en
el mundo capitalista y globalizado, observada a través de una mirada ácida y
desesperanzada.
El espacio al que
se refiere el título, y donde tiene lugar la mayor parte del film, es el de
un parque temático, monumento al kitsch que presenta reproducciones en
pequeña escala de hitos arquitectónicos emblemáticos de todo el mundo. Los
personajes son seres casi anónimos que trabajan y viven en ese ámbito en las
afueras de Pekín, donde multitudes de chinos van a pasear y a sacarse fotos
junto a réplicas de la Torre de Pisa, la iglesia San Pedro, el Partenón o el
Taj Mahal. La primera escena es un largo plano secuencia que recorre los
pasillos y camarines donde se preparan y conversan las bailarinas que han de
salir a escena en un megateatro que recuerda a Las Vegas, donde realizarán
una danza multitudinaria con reminiscencias indias.
Pero todo el
glamour de esa puesta en escena se desvanece cuando los personajes vuelven a
su hábitat en un sórdido edificio del parque donde las chicas viven
hacinadas, o a la sucia habitación de hotel donde la pareja protagonista
tiene sus encuentros, o cuando aparecen en el taller donde se copian modelos de
firmas de alta costura y en el oscuro hospital donde agoniza una víctima de ese
desarrollo. Tanto el parque como la gran ciudad que se ve a lo lejos y
alrededor del mismo están avanzando vertiginosamente hacia el
hiperdesarrollo y la industrialización, pero estos antihéroes el único
provecho que parecen obtener de ese proceso son los teléfonos celulares.
Todos poseen uno... y sin embargo esos teléfonos nunca servirán para lograr
una real comunicación, ya que todos los personajes viven desconectados, o en
difícil relación. En todo caso, los teléfonos sirven para transportarlos a
mundos de fantasía que lucen tan glamorosos como el parque, gracias a las
técnicas de animación y digitalización que creativamente utiliza Jia
Zhang-ke.
El nombre y el tema
del parque remiten a uno de los leitmotifs del film: el viaje. Todos
están en situación de traslación: los que se van, los que sueñan con irse o
los que nunca volaron en avión pero se suben a un simulador de vuelo. Todos
los personajes han llegado a Pekín desde otros orígenes: los chinos, de sus
pueblos en las provincias donde han quedado sus familias campesinas, muy
alejadas de este espacio cosmopolita y de este tiempo; también los hay que
provienen de otros países, como las rusas que llegan a trabajar al parque o
a prostituirse de una u otra manera.
The World, el
parque, deviene así una alegoría del mundo, o de China en su relación con el
mundo, con sus conflictos internos y su lucha por insertarse en un contexto
global, y de los chinos que sobreviven en condiciones morales y sociales
deplorables.
Jia reitera su
maestría para filmar pequeñas historias que se pliegan y se bifurcan,
parecidas a los pasillos que gusta fotografiar. Inscrito en lo mejor del
cine moderno, nuevamente utiliza largos planos secuencia para cada escena,
que muchas veces empieza y acaba en sí misma, construyendo fragmentos de un
gran cuadro, sin cesar de recurrir a las elipsis. El desenlace brusco,
lamentablemente, no está a la altura del resto. Hay una reiterada
composición del cuadro (fotografiado por Nelson Yu Lik-wai): los personajes
en el ángulo izquierdo, iluminados desde ese extremo, con una media luz ocre
que imprime una atmósfera de melancolía que empatiza con el aislamiento de
estas criaturas.
Magistral crítica
al mundo del capitalismo tardío, donde imperan la incomunicación, la
corrupción y el simulacro.
Josefina Sartora
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