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THE WORLD
(Shijie)

China, 2004



Dirigida por Jia Zhang-ke, con Tao Zhao, Taisheng Chen, Jue Jing, Hong Wei Wang, Jing Dong Liang, Shuai Ji, Wan Xiang.



El Malba ya se ha constituido en uno de los centros de exhibición de cine alternativo más importantes de Buenos Aires, y si bien su programador Fernando Peña le ha impreso un fuerte perfil histórico con los ciclos de revisión, también se reserva allí un espacio para estrenos exclusivos de algunas películas argentinas o títulos atípicos de cine extranjero. Es el caso de The World, del chino Jia Zhang-ke, uno de los directores fundamentales del cine asiático actual. De todas sus películas vistas en sucesivos Baficis –Xiao Wu, Platform, Unknown Pleasures y ésta– sólo Platform había llegado al estreno comercial, tal vez porque ganó la versión 2001 de dicho festival, pero en una copia en video que, como lo dijimos en su oportunidad, no permitía apreciar todos sus méritos. En cambio, esta película en la copia fílmica que exhibe el Malba es un deleite del principio al fin.

Platform transcurría en provincias y se trataba de un largo fresco sobre los cambios que fueron produciéndose en China durante y después de la Revolución Cultural. Quedaba el país al final convertido al capitalismo, con un rumbo incierto y poco halagüeño. The World presenta una China ya inmersa en el mundo capitalista y globalizado, observada a través de una mirada ácida y desesperanzada.

El espacio al que se refiere el título, y donde tiene lugar la mayor parte del film, es el de un parque temático, monumento al kitsch que presenta reproducciones en pequeña escala de hitos arquitectónicos emblemáticos de todo el mundo. Los personajes son seres casi anónimos que trabajan y viven en ese ámbito en las afueras de Pekín, donde multitudes de chinos van a pasear y a sacarse fotos junto a réplicas de la Torre de Pisa, la iglesia San Pedro, el Partenón o el Taj Mahal. La primera escena es un largo plano secuencia que recorre los pasillos y camarines donde se preparan y conversan las bailarinas que han de salir a escena en un megateatro que recuerda a Las Vegas, donde realizarán una danza multitudinaria con reminiscencias indias.

Pero todo el glamour de esa puesta en escena se desvanece cuando los personajes vuelven a su hábitat en un sórdido edificio del parque donde las chicas viven hacinadas, o a la sucia habitación de hotel donde la pareja protagonista tiene sus encuentros, o cuando aparecen en el taller donde se copian modelos de firmas de alta costura y en el oscuro hospital donde agoniza una víctima de ese desarrollo. Tanto el parque como la gran ciudad que se ve a lo lejos y alrededor del mismo están avanzando vertiginosamente hacia el hiperdesarrollo y la industrialización, pero estos antihéroes el único provecho que parecen obtener de ese proceso son los teléfonos celulares. Todos poseen uno... y sin embargo esos teléfonos nunca servirán para lograr una real comunicación, ya que todos los personajes viven desconectados, o en difícil relación. En todo caso, los teléfonos sirven para transportarlos a mundos de fantasía que lucen tan glamorosos como el parque, gracias a las técnicas de animación y digitalización que creativamente utiliza Jia Zhang-ke.

El nombre y el tema del parque remiten a uno de los leitmotifs del film: el viaje. Todos están en situación de traslación: los que se van, los que sueñan con irse o los que nunca volaron en avión pero se suben a un simulador de vuelo. Todos los personajes han llegado a Pekín desde otros orígenes: los chinos, de sus pueblos en las provincias donde han quedado sus familias campesinas, muy alejadas de este espacio cosmopolita y de este tiempo; también los hay que provienen de otros países, como las rusas que llegan a trabajar al parque o a prostituirse de una u otra manera.

The World, el parque, deviene así una alegoría del mundo, o de China en su relación con el mundo, con sus conflictos internos y su lucha por insertarse en un contexto global, y de los chinos que sobreviven en condiciones morales y sociales deplorables.

Jia reitera su maestría para filmar pequeñas historias que se pliegan y se bifurcan, parecidas a los pasillos que gusta fotografiar. Inscrito en lo mejor del cine moderno, nuevamente utiliza largos planos secuencia para cada escena, que muchas veces empieza y acaba en sí misma, construyendo fragmentos de un gran cuadro, sin cesar de recurrir a las elipsis. El desenlace brusco, lamentablemente, no está a la altura del resto. Hay una reiterada composición del cuadro (fotografiado por Nelson Yu Lik-wai): los personajes en el ángulo izquierdo, iluminados desde ese extremo, con una media luz ocre que imprime una atmósfera de melancolía que empatiza con el aislamiento de estas criaturas.

Magistral crítica al mundo del capitalismo tardío, donde imperan la incomunicación, la corrupción y el simulacro.

Josefina Sartora      

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