Oliver Stone
siempre fue un director polémico y controvertido. Por su recurrencia
histórica, su mirada política y su postura crítica para con los gobiernos de
su país. Muchas de las películas que conforman su filmografía pueden dar
cuenta de ello: Pelotón, Nacido el 4 de Julio, JFK,
Nixon, y hasta Alexander sin ir más lejos. Pero con los sucesos
del 11 de septiembre en la mayoría de los ciudadanos estadounidenses el
patriotismo, que siempre está a flor de piel, se exacerbó y el cineasta no
ha escapado de la trampa.
Las torres
gemelas
es una película más humana que política, ha dicho, ignorando la premisa
aristotélica que enuncia que el hombre es esencialmente un animal político;
cualquier acto humano es inseparable de una postura política. Y Stone ha
decidido honrar a los muertos. Y es una decisión loable. El problema deviene
de observar que si uno acepta que en el contexto de semejante trance sea
difícil incluir bocadillo alguno sobre política exterior, responsabilidades
o cargos internos (justificando entonces que no se digan ciertas
cosas), tal hipótesis queda descartada con los comentarios sobre (y las
alusiones a) guerra, venganzas, religión y la teoría del Bien y del Mal. En
momentos de crisis el liberalismo yanqui demuestra que su calidad humana
empieza y termina en casa.
Amparado por el
famoso cartelito de “basado en hechos reales”, el guión no escatima
esfuerzos por conseguir la empatía del espectador y, echando mano de todos
los clisés y golpes de efecto posibles, construye ante nuestros ojos la
historia de dos policías de la autoridad portuaria que serán, en definitiva
y simbólicamente, los nuevos y buenos hombres (re)nacidos de las cenizas del
horror.
La trama se
centra en el sargento John McLoughlin (Nicolas Cage) y el oficial Will
Jimeno (Michael Peña) y en sus familias, donde las respectivas esposas Donna
(Maria Bello) y Allison (Maggie Gyllenhaal) son preponderantes.
La película
comienza a las 3.29 del 11 de septiembre del 2001, cuando la ciudad de Nueva
York empieza a despertar y los primeros movimientos diurnos pronto se tornan
oleadas de gente: calles atestadas, subtes repletos y ruidos incesantes,
sitios que en una vuelta circular, ya casi en el final, volveremos a
recorrer en silencio y vacíos. A los 10 minutos de iniciado el metraje ya
estamos atrapados con nuestros protagónicos rescatistas entre los escombros
de lo que fueron las torres. De ahí en más sólo saldremos para “vivir” las
penurias y ansiedades que sus familias atravesarán hasta el –digamos–
milagro final. El presente se mezcla con los flashbacks (de un pasado común
y corriente: anuncios de embarazos, arreglos de la casa, elección de nombres
de los hijos, etc.) que ayudarán a pintar las vidas de estos hombres tanto
como los diálogos que entablan para mantenerse despiertos.
Stone elige el
tono excesivo propio del melodrama de TV –siempre atento al
sentimentalismo–, y lo conjuga en lo visual con la cobertura coyuntural que
ese medio supo realizar –evitando toda mostración de los cuerpos–, ralentiza
las escenas de dolor o peligro y las sobrecarga con una música de órgano
solemne y llorosa; pero no se conforma con las alusiones a Dios sino que las
explicita en imagen con ciertas apariciones kitsch del Sagrado Corazón que
asombran. Y por si fuera poco hace de la alegoría un emblema: dos torres
atacadas, dos ex marines que se niegan a detener la búsqueda aunque haya
caído la noche (y dos hombres rescatados de la muerte). Ya en un esfuerzo
de comunión interracial hace abrazar a latinos y WASP, blancos y negros
(debo admitir que la escena entre Bello y una madre desesperada en el
hospital a un costado de la máquina de café es conmovedora), con intención
acaso honesta pero definitivamente inocua y naif.
Con un elenco
correcto (Cage luce como un Francella más delgado), un excesivo metraje, una
reconstrucción del World Trade Center que permite hacernos una idea de lo
que debe haber sido la implosión que generó el derrumbe final y la
desesperación por escapar de ese infierno, algunos (pocos) momentos
técnicamente logrados (los disparos del arma del oficial Pezzulo, la salida
de McLoughlin) y muchos otros estirados y artificialmente emotivos, Stone
inició la carrera de películas “enternecedoras, vibrantes, emocionantes,
plenas de valor, heroísmo y fe en la humanidad” con las que Hollywood
recordará este hecho que USA exportó al mundo y que los espectadores de cine
deberemos soportar, seguramente, de aquí a la eternidad.
Javier Luzi
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