Primero hace a la mosquita muerta. Divorciada, madre
de un niño, Valerie es seleccionada para integrar el jurado en el proceso contra Rusty
Pirone (Armand Assante), un mafloso temerario. Acorralado, Rusty le hace saber que si no
falla en su favor y convence al resto del jurado, ella y su hijo morirán. El gángster no
la intimida en persona sino mediante Vesey (William Hurt), un policía corrupto que le
hace trabajitos por migajas. Más sorpresas agradables: ver en Assante a un mafioso
convincente, lejos de las infaustas parodias del género que engrosan su currículum. Ver
a Hurt como un rufián, a esta altura del partido tal vez el único papel (aparte del
delicioso sibarita de Cigarros) que justifica su consabido tonito susurrante. Todo
esto, en buena medida, es mérito del realizador debutante Heywood Gould, confeso
admirador de los policiales de los 40 y autor de varias novelas.
Valerie va tomando valor. Como a los criollos durante las invasiones inglesas,
una batalla victoriosa la fortalece para la siguiente. Poco le cuesta manipular a sus
colegas del jurado, esos idiotas ejemplares que ¿será posible? no parecen
expresar un capricho de celuloide sino a los verdaderos hombres y mujeres que suelen
definir la suerte de los reos yanquis. Valerie empieza a disfrutar de ese "poder
pequeño", hasta entonces ignorado, que le permite manejar al prójimo.
¿Es inmoral utilizarlo? La pregunta florece sugestivamente durante los mejores
momentos de Traición al jurado, que más tarde nos sumerge en una maraña de
intereses contrapuestos Valerie, Pirone y el tal Vesey, que comienza a rebelarse
contra su mandante, en un todos contra todos que remeda la amoralidad
imperante en los mejores policiales de los viejos tiempos.
No hace falta mucha voluntad para encontrar en éste a un film escéptico de la
Justicia, esa columna sacrosanta del Gran País del Norte. En términos formales resulta
interesante sin dejar de ser funcional el homenaje que rinde Gould a los
añejos clásicos del género. Cerca de 50 locaciones nos pasean agitadamente por muchos
escenarios que también lo fueron de aquellos títulos. La afición del mafloso y Valerie
por el vestuario y muebles de los 40 es la base de una reverencia formidable por el
lado escenográfico. Y quiero destacar un soberano trapo en terciopelo verde que hace de
Joanne Whalley una muñequita irresistible