Es esta una película histórica, la
narración pormenorizada de 13 días que conmovieron un período de la
Guerra Fría. En octubre de 1962, aviones espía de los Estados Unidos
descubrieron que se estaban instalando en Cuba misiles secretos de la
Unión Soviética. A sólo 70 millas de sus costas, los misiles podían
tardar sólo cinco minutos en impactar sobre las principales ciudades de
los Estados Unidos. Todos los altos mandos del poder político y militar
estuvieron en pie de guerra, tratando de manejar una situación que pudo
haber llevado a la guerra nuclear.
La imagen de apertura es una enorme nave que parte entre fuegos al
espacio. Periódicamente durante el film, vemos misiles que surcan el
cielo dejado su estela encendida, explosiones nucleares con su luminoso
hongo de fuego en la noche del océano. Estas imágenes, que apelan en
parte a la fascinación del espectador, nos recuerdan permanentemente el
peligro inminente del holocausto nuclear. Quienes tenemos edad suficiente
para recordarlo, sabemos que este era el riesgo siempre latente durante la
Guerra Fría, entre los años 1950 y 1980.
La película trata el tema real como un thriller histórico,
metiéndose en el mismo riñón de la Casa Blanca. Gobierna los Estados
Unidos John Kennedy, con un equipo de asesores y colaboradores que pasaron
a la Historia: su hermano Robert, el ministro de Defensa Robert McNamara,
el representante ante las Naciones Unidas Adlai Stevenson (que da batalla
diplomática al embajador soviético) y Dean Rusk, el ministro de
Relaciones Exteriores. Todos ellos son los personajes de la película, que
está contada sin embargo desde el punto de vista de un hombre que actuó
entre las sombras: el asesor presidencial Kenneth O’Donnell,
interpretado por Kevin Costner, quien una vez más encarna su personaje
conocido de héroe ímprobo, en esta ocasión ocupando el segundo plano.
De origen irlandés, bostoniano como los Kennedy, compañero de estudios
de Bobby, de cuya mano llega a la dirección de la campaña presidencial,
héroe de guerra como John, O’Donnell es quien acompaña y aconseja al
Presidente y a su hermano, quien, como se sabe, tenía casi tanto poder
como aquél.
Es todo un desafío encarnar personajes que se han convertido en iconos
históricos, como Jack, Bobby y Jackie Kennedy. Los actores (Bruce
Greenwood, Steven Culp y Stephanie Romanov) no lo hacen mal, pero nunca
alcanzan la altura de sus personajes. Más allá del parecido que puedan
tener, han intentado reproducir sus características: sus peinados, su
plástica corporal, su manera de hablar y la costumbre que tenían los
hermanos de caminar con las manos permanentemente hundidas en los
bolsillos. Culp ya había aprovechado su parecido con Bobby –acentuado
mediante el peinado y dientes postizos– interpretándolo en el telefilm Norma
Jean y Marilyn. Pero aquí el lado frívolo del clan ni siquiera está
aludido. Son momentos de crisis, y no hay tiempo ni espacio para orgías
privadas. Los tibios intentos de "mostrar el lado humano" de los
protagonistas no disimulan el objetivo central de esta producción: tallar
el mármol de los próceres.
La narración sigue prolijamente –tal vez demasiado prolijamente–
el recorrido cronológico a través de esos trece días. Detalla
obsesivamente los hechos históricos, las discusiones en el Gabinete, las
decisiones políticas y cómo se llegó a ellas, pero sin reflexionar
sobre el por qué ni sobre la génesis de esas posiciones. Los estadistas
están presentados como víctimas del sistema político. Kennedy aparece
fuertemente presionado por los mandos militares, reaccionarios y
antisoviéticos, impacientes por poner en actividad todo su poderoso
aparato bélico e invadir la isla. El Presidente había vivido ya el
fracaso de Bahía de los Cochinos, y no quiere repetir errores. Despliega
toda su habilidad de estadista y su ejercicio del poder para evitar la
guerra, imponer un bloqueo y llegar a una solución no violenta por la
vía diplomática. Los militares debieron esperar su muerte, acaecida
trece meses después de estos trece días, para finalmente jugar el juego
para el que habían sido entrenados, en Vietnam. Aunque nunca vemos a
Nikita Kruschev, el primer ministro soviético, adivinamos que él
también está viviendo la misma angustia y presión que Kennedy y sus
colaboradores. Ambos enfrentan virtuales golpes de estado de sus mandos
militares. A diferencia del cine realizado por Hollywood durante esa
Guerra Fría, aquí los soviéticos no son los malos de la película.
Responden, como los yanquis, a un sistema político que había dividido al
mundo en dos, y en el que cada uno defendía y luchaba por su territorio.
Pero la película nunca profundiza sobre las razones de cada bando.
En estos días de globalización, después de la caída de tantos muros
ideológicos, políticos y económicos, los conflictos se han trasladado a
otros frentes: los fundamentalismos, la competencia económica y política
entre los Estados Unidos y China, los lobbies de las corporaciones
sin bandera, el narcotráfico. Afortunadamente, el conflicto nuclear suena
muy lejano, pero sigue siendo una amenaza, como lo ha demostrado el
reciente episodio entre China y –nuevamente– los Estados Unidos.
El director Roger Donaldson parece moverse con comodidad por los
pasillos de la Casa Blanca y el Pentágono, ambos reconstruidos al detalle
en estudios. En 1987 había realizado, con un joven Kevin Costner, otro
thriller político, Sin salida, también sobre las difíciles
relaciones entre los líderes mundiales. No es una casualidad que esta
realización surja simultáneamente con el éxito de la serie de TV The
West Wing (El Ala Oeste de la Casa Blanca) que revela los
entretelones en la trastienda del poder. Tanto la serie como la película
–como JFK, también con Costner– son apelaciones al sentimiento
patriótico, hoy devaluado: buscan sacudir el inconsciente colectivo con
la utilización de símbolos y arquetipos eternos –el rey, el palacio,
la bandera, las naves y aviones de guerra, el uniforme, el ataúd. No en
vano, dos de los productores son el hijo de O’Donnell y el propio Kevin
Costner, en una peculiar transposición del vínculo entre actor y
personaje.
Si bien la acción por momentos se traslada al mar y al cielo, donde
buques y aviones se preparan para la confrontación, éste no es un film
bélico. Fruto de una minuciosa investigación histórica y periodística,
con la inclusión de documentales de la época que testimonian la
expectativa y angustia del pueblo norteamericano durante esos días, la
película interesará a los curiosos de la historia. Aunque la verdad
histórica conspire en contra, el thriller mantiene la intriga y el
suspenso durante los 145 minutos en que la permanente amenaza de misiles
de uno y otro bando tiene a todos en vilo.