| Tres es multitud gira en torno de una elegante escuela privada, Rushmore (la del
    título original), de esas que entrenan a los hijos de la burguesía en las mejores
    tradiciones de la clase. Pero allí también estudia por así decirlo
    Max Fischer, que no es hijo de la burguesía sino de un modesto peluquero, y que a falta
    de aplicarse a las materias descuella como presidente, o vice, de los clubes de teatro,
    filatelia, esgrima, karate... y es motor y alma de todas las actividades extracurriculares
    imaginables.
 El infatigable empuje de Max (Jason
    Schwartzman) contrasta con el desgano del director de Rushmore, Herman Blume (Bill
    Murray), quien no luce demasiado satisfecho con su matrimonio, sus dos hijos mellizos, su
    fortuna ni con ninguna otra posición terrestre. A la amistad que surge entre ambos no le
    falta lógica: el chico tiene todo lo que le falta a los mellizos Blume, empezando por la
    chispa, y resulta natural verlo poco menos que "adoptado" por el director. Sin
    embargo esa amistad se consolida demasiado pronto (vale decir, sin rigor
    "argumental") y el tenor de las conversaciones entre los protagonistas sugiere
    una relación de igual a igual hubo críticos que hablaron de "dos
    almas gemelas" que no es del todo concebible, cuando menos por la
    diferencia de edad. Claro que una amistad consolidada era casi un requisito
    ineluctable para que la batalla que estalla poco después cuando una
    bella profesora conquista, sin quererlo ni buscarlo, el corazón
    de ambos estalle con fuerza. La guerra por la señorita Rosemary
    Cross (Olivia Williams) es prolongada, desgastante, y está jalonada por las
    "ventajas comparativas" que cada uno de los contendientes le saca a su rival.
    Los quince años de Max aparecen como un obstáculo insalvable a la hora de consumar,
    pese a que el carisma del adolescente deslumbra a la profesora. Blume está en edad de
    merecer, pero su inercia temperamental (o su temperamento inercial) le juega en contra. El
    film de Wes Anderson no ofrece muchas más alternativas en lo que a peripecias respecta
    (con más razón, pues, haré bien en ocultarlas). Pero saca partido del bajo perfil
    argumental haciendo florecer climas sutiles, sugestivos (no siempre emotivos) alrededor de
    cada situación. Max sólo parece destinado a grandes victorias y estrepitosos fracasos:
    triunfa, ante sí y los otros, con el montaje de espectaculares obras de teatro (¿por
    qué tan recostadas en la superproducción?) y al mismo tiempo pierde por nocaut
    en Literatura y Matemáticas. Blume, que lo tiene todo (inteligencia incluso), no
    llegará a odiarse a sí mismo (como lo declara Rosemary sin demasiadas pistas) pero no
    deja de girar en el vacío. Y Rosemary... todavía no terminó de velar al hombre de su
    vida, muerto por asfixia un año atrás. El abanico psicológico que despliegan estos
    personajes es tan amplio como vigoroso. Da la sensación, empero, de que el film no
    explota a fondo el costado oscuro, trágico, que presenta semejante trío. Jason Schwartzman actúa bien, aunque
    un adolescente con menos cara de nerd esto es, más tierno
    tal vez hubiera encarnado más ajustadamente a esa suerte de mejor-peor alumno
    que lleva la batuta de la narración. Olivia Williams y Bill Murray (cuándo no) están
    perfectos. Guillermo Ravaschino
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