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TRES ES MULTITUD
(Rushmore)

Estados Unidos, 1998


Dirigida por Wes Anderson, con Jason Schwartzman, Bill Murray, Olivia Williams, Seymour Cassel, Mason Gamble.



Tres es multitud gira en torno de una elegante escuela privada, Rushmore (la del título original), de esas que entrenan a los hijos de la burguesía en las mejores tradiciones de la clase. Pero allí también estudia –por así decirlo– Max Fischer, que no es hijo de la burguesía sino de un modesto peluquero, y que a falta de aplicarse a las materias descuella como presidente, o vice, de los clubes de teatro, filatelia, esgrima, karate... y es motor y alma de todas las actividades extracurriculares imaginables.

El infatigable empuje de Max (Jason Schwartzman) contrasta con el desgano del director de Rushmore, Herman Blume (Bill Murray), quien no luce demasiado satisfecho con su matrimonio, sus dos hijos mellizos, su fortuna ni con ninguna otra posición terrestre. A la amistad que surge entre ambos no le falta lógica: el chico tiene todo lo que le falta a los mellizos Blume, empezando por la chispa, y resulta natural verlo poco menos que "adoptado" por el director. Sin embargo esa amistad se consolida demasiado pronto (vale decir, sin rigor "argumental") y el tenor de las conversaciones entre los protagonistas sugiere una relación de igual a igual hubo críticos que hablaron de "dos almas gemelas" que no es del todo concebible, cuando menos por la diferencia de edad. Claro que una amistad consolidada era casi un requisito ineluctable para que la batalla que estalla poco después cuando una bella profesora conquista, sin quererlo ni buscarlo, el corazón de ambos estalle con fuerza.

La guerra por la señorita Rosemary Cross (Olivia Williams) es prolongada, desgastante, y está jalonada por las "ventajas comparativas" que cada uno de los contendientes le saca a su rival. Los quince años de Max aparecen como un obstáculo insalvable a la hora de consumar, pese a que el carisma del adolescente deslumbra a la profesora. Blume está en edad de merecer, pero su inercia temperamental (o su temperamento inercial) le juega en contra. El film de Wes Anderson no ofrece muchas más alternativas en lo que a peripecias respecta (con más razón, pues, haré bien en ocultarlas). Pero saca partido del bajo perfil argumental haciendo florecer climas sutiles, sugestivos (no siempre emotivos) alrededor de cada situación. Max sólo parece destinado a grandes victorias y estrepitosos fracasos: triunfa, ante sí y los otros, con el montaje de espectaculares obras de teatro (¿por qué tan recostadas en la superproducción?) y al mismo tiempo pierde por nocaut en Literatura y Matemáticas. Blume, que lo tiene todo (inteligencia incluso), no llegará a odiarse a sí mismo (como lo declara Rosemary sin demasiadas pistas) pero no deja de girar en el vacío. Y Rosemary... todavía no terminó de velar al hombre de su vida, muerto por asfixia un año atrás. El abanico psicológico que despliegan estos personajes es tan amplio como vigoroso. Da la sensación, empero, de que el film no explota a fondo el costado oscuro, trágico, que presenta semejante trío.

Jason Schwartzman actúa bien, aunque un adolescente con menos cara de nerd –esto es, más tierno– tal vez hubiera encarnado más ajustadamente a esa suerte de mejor-peor alumno que lleva la batuta de la narración. Olivia Williams y Bill Murray (cuándo no) están perfectos.

Guillermo Ravaschino