Primer film norteamericano rodado
íntegramente en Vietnam, con personal técnico de ambas naciones, dirigido
por un joven vietnamita criado durante gran parte de su infancia y
adolescencia en las doradas tierras de California. Una película que nos
muestra, casi sin proponérselo, la realidad de este castigado país
asiático.
Las tres estaciones del título aluden a la instancia que atraviesan los
personajes principales. Una joven mujer que recolecta lotos blancos para un
viejo poeta enfermo de lepra. Un ciclotaxista enamorado que transporta casi
exclusivamente a una orgullosa prostituta que frecuenta los lujosos hoteles
de Saigón. Y por último un mocoso, llamado Woody por usar una remera con
el dibujo del Pájaro Loco (The Woody Woodpecker), que recorre las
lluviosas calles de la ciudad vendiendo baratijas a los turistas borrachos.
Es fácil detectar una metáfora simplona y directa sobre el actual
estado de las cosas. La recolectora representa al pasado milenario en
peligro de extinción, cuando su tarea se ve truncada ante la aparición de
imitaciones plásticas del loto blanco. El ciclista y la prostituta,
atrapados en la rutina y aspirantes a una vida mejor que nunca llega a
materializarse, son el desolador presente que les toca vivir a la mayoría
de los vietnamitas. El niño con rumbo incierto es, sin duda alguna, el
futuro que todavía guarda un rasgo de optimismo e inocencia.
Incluso hay lugar para la presencia americana que no puede ser desterrada
por completo, manifestada en James Hager (un Harvey Keitel brevisimo y
medido como pocas veces), melancólico ex combatiente que busca a su hija
perdida, producto de una relación furtiva con una prostituta local,
mientras observa como todo ha cambiado –y sigue cambiando– a su
alrededor.
Rodando con apenas 2 mllones de dólares (apenas para una producción
yanqui), el director Tony Bui se las arregla para mostrarnos a un
insospechado Vietnam en pleno proceso de transformación, desbordado por
carteles de neón con marcas internacionales y edificios ultramodernos al
lado de casuchas miserables. Dándose tiempo para citas cinematográficas
ingeniosas, como el bar que frecuenta Hager llamado Appocalypse Now
(film que iba a ser interpretado inicialmente por Keitel) o ese pasaje de La
Venganza del muerto (High Plains Drifter, 1972), uno de los
mejores westerns dirigidos y protagonizados por Clint Eastwood, que aparece
cuando Woody entra colado al cine. Logrando, en fin, una sencilla muestra de
neorrealismo globalizado, no apta para esos días lluviosos en los
que estás convencido de la futilidad de tus actos y de la inexorabilidad de
las medidas económicas.