Dos películas
europeas en cartel (El hada ignorante y la que motiva esta nota)
tienen en común una mirada que pretende ser amplia, moderna y políticamente
correcta hacia la temática gay, pero encierran estereotipos, prevenciones y
principios reaccionarios –habrá que ver en qué medida inconscientes o
involuntarios– que constituyen un riesgoso doble mensaje.
Tres
hermanas y dos novios logra un buen cuadro de la relación entre tres
hermanas, aunque no esquiva los tópicos: la mayor se dedica a tareas
humanitarias con los desamparados del Tercer Mundo pero descuida a su
esposo, que vive rodeado de molestos inmigrantes; la segunda es una artista
egoísta que a ratos le roba el marido a su hermana menor, y ésta (la mejor
actriz, Monic Hendrickx) es una periodista que escribe sobre deseos y
fantasías de las mujeres, mientras trata de digerir y asumir su condición de
cornuda en familia. Toda la primera mitad del film desarrolla esta
relación fraternal, con las rivalidades, celos, competencia y envidia
propias del vínculo, que Woody Allen e Ingmar Bergman, cada cual a su modo,
plasmaran tan magistralmente en sus películas.
La directora y
guionista Paula van der Oest dice haberse basado en Las tres hermanas
de Chejov, aunque el recuerdo es muy pálido, y tan sólo es similar la
composición fraternal: nada quedó de la melancolía chejoviana, nada de su
sutileza para el diseño psicológico de los personajes. Lo que tenemos aquí
es una comedia liviana, con toques absolutamente femeninos, sobre distintas
psicologías cuyo análisis en ningún momento pretende llegar a capas
profundas.
El conflicto
estalla cuando Nino, el hermano de las tres, anuncia su casamiento. Nino ha
tenido una pareja homosexual y sigue enamorado de su ex, hoy exitoso chef de
cocina en la televisión. Toda la familia aprobaba esa relación y su madre
sigue siendo amiga de su ex yerno. Pero ahora las hermanas no toleran que se
case con Bo, una joven moderna e inteligente, pues su padre, para apartar a
su hijo de una posible homosexualidad, había decidido antes de morir que en
caso de que Nino se casara, el hotel que la familia posee en Portugal
pasaría a su nombre. La propiedad tiene el metafórico nombre de Paraíso, y
eso es lo que representa para las hermanas. La boda de Nino y Bo es un
matrimonio por conveniencia –el detalle mejor armado del film–, y los novios
piensan vender ese hotel. Pero ellas no están dispuestas a perder el
Paraíso. Así las hermanitas se vuelven temibles, olvidan sus pendencias y no
dudan en unirse para boicotear el noviazgo de Nino, lo cual no les será
fácil frente a una imbatible Bo.
El film
transcurre entre diálogos aceitados y maldades fraternales, dichos y hechas
por los distintos estereotipos que lo pueblan. Y aquí reside el problema. O
más exactamente, en el tratamiento de los géneros. Casi hasta el final, son
las mujeres quienes toman las decisiones mientras que los hombres parecen
torpes o inútiles, y toda la situación amenaza salirse de cauce. Cuando los
varones recuperan el control, la situación vuelve a encarrilarse. Y mientras
el film había pretendido abordar comprensivamente la diversidad sexual, cae
en el esquematismo de sugerir que todo gay esconde el deseo íntimo de ser
mujer, lo que lleva al personaje a vivir escenas patéticas. Los prejuicios
ocultos en el mensaje subliminal pueden resultar muy peligrosos, sobre todo
cuando están vestidos con el ropaje de la tramposa “tolerancia”. No nos
extraña entonces que la película haya sido nominada al Oscar y vendida a
Hollywood para su remake.
Josefina Sartora |