En un rapto de honestidad del que ojalá nunca se arrepienta,
Pam Grier declaró ignorar qué es lo que Quentin Tarantino le vio antes de levantar el
teléfono para convocarla. A ella, a la que, según ella, se le cayeron las tetas. A ella
a la que, según se ve, le calzaría casi cualquier personaje antes que esta invulnerable,
seductora, infatigable conspiradora que el guion de Quentin Tarantino apoyado en
Elmore Leonard puso en el centro de Triple traición. No es que Jackie le
quede grande a Grier, sino que no le sienta. Veterana de películas "de chica
dura" de los años 70, a esta altura del partido Pam no da ni de carambola con el
physique du rôle del personaje principal. Se diría que ella misma lo intuyó: en unas
cuantas tomas trasluce la vergüenza por ciertas actitudes, ropas, gestos que debió
sobrellevar. Ese rictus de vergüenza es el rasgo más patético de Jackie Brown, pero no
el único. A las innumerables expresiones de audacia amenazante que le encomendó
Tarantino, ese rostro bueno como un pan no tuvo más remedio que impostarlas torciendo una
y mil veces la boca, como quien pasa la seña del siete de espadas. ¿Cómo es posible que
se haya equiparado semejante traspié de casting con la genial rentrée de John
Travolta en Tiempos violentos?
El resto de los personajes, en su
mayor parte víctimas de Jackie, fueron torpemente diseñados para darle base a las
improbables hazañas de la heroína. Estas desfilan por el relato apretujadamente: Jackie,
azafata de la "peor" línea aérea norteamericana, se alza con 500 mil dólares
de Ordell, un hampón para el que contrabandea drogas y dinero. Ordell está compuesto por
Samuel L. Jackson con menos de lo mismo en primer lugar, de humor que
mostró en Tiempos violentos. La policía, encabezada por Michael Keaton en el rol
de un detective extremadamente idiota, está al tanto de la operación y chantajea a
Jackie: o les entrega a Ordell en bandeja o es ella la que irá a prisión. Jackie finge
aceptar el trato, aunque planea traicionar a todo el mundo y quedarse con la plata. La
conspiración se lleva el grueso del metraje y discurre en buena medida de espaldas al
espectador, es decir manteniéndolo tanto o más engañado respecto de las maquinaciones
de Jackie que a sus propias víctimas. No son estas buenas artes para fabricar suspense:
remiten a unos pocos títulos de celebridad fugaz (¡Los sospechosos de siempre!) y
están en las antípodas de la formidable transparencia de Tiempos violentos.
Pero el trámite fracasa por un motivo más pedestre:
la palmaria imbecilidad que ostentan todos los traicionados con el fin de disimular
la objetiva fragilidad de Jackie, cuyas dotes conspirativas fueron tanto o más infladas
que las físicas. Un enjambre de asesinos, hampones, uniformados "de película",
cuya existencia nunca podría concebirse fuera del estrecho marco del entertainment
finisecular. El policía de Michael Keaton preside la lista: no hace otra cosa que ensayar
una caricatura de los "inspectores" hollywoodianos limitándose a remarcar su
estupidez en cada palabra, en cada gesto. Y tiene tantos gestos y palabras que lo de
Keaton no le toma tanto el pelo a Hollywood como a la inteligencia del público. Robert de
Niro, a cargo de un ex convicto tontolón, luce extrañamente desganado. Bridget Fonda
sale un poco mejor parada, tal vez porque su rol chica white trash,
permanentemente embotada por el efecto de las drogas es el que mejor comulga con el
"espíritu" de Triple traición. La inverosimilitud de los numerosos
eventos que jalonan la trama, en tanto, parece reclamar la complicidad ciega del
espectador, cuyo tarantinismo incondicional es un dato que el realizador
aparentemente dio por descontado.
Es cierto que Tarantino tiende a
romper el molde con cada nuevo film en lugar de recostarse sobre las fórmulas que le
dieron gloria. Pero no es menos cierto que los memorables hallazgos de Tiempos
violentos van más allá de las recetas y, por eso, podrían haber pervivido como saludables marcas de estilo. Quentin no lo
quiso así. A cambio, y curiosamente, lo peor de unos cuantos
directores ilustres asoma en Triple traición. El todavía histérico Almodóvar de
Mujeres al borde de un ataque de nervios, el superficial Chabrol de la segunda
mitad de No va más (que empezaba muy bien) y lo que es más triste: el cúmulo de
advenedizos que, luego de Tiempos violentos, intentaron en vano "filmar a lo
Tarantino". Triple traición parece hecha para homenajearlos.
Guillermo Ravaschino |