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U-571

Estados Unidos, 2000


Dirigida por Jonathan Mostow, con Matthew McConaughey, Bill Paxton, Harvey Keitel, Jon Bon Jovi, Jake Weber, Dave Power.



Los momentos que vivimos requieren, parece, una recomposición de valores éticos y morales y con ese fin Hollywood recurre a los géneros clásicos que han cimentado la tradición de heroísmo, lealtad, honor. No es casualidad que en este año 2000 se estrenen U-571, un film que recupera todas las características del género bélico, y Jinetes del espacio, que sin dejar de ser una reivindicación de la tercera edad también es un regreso a otro añejo rubro hollywoodiano: la conquista del espacio. En cada uno de estos films un grupo de hombres lleva adelante una tarea que ayudará a su país, y al mundo, según el ideario yanqui.

La historia de U-571 nos sitúa en la Segunda Guerra, junto a un grupo de marinos que deben cumplir una misión ultrasecreta. Como tantas bandas de héroes, salen a la búsqueda de un tesoro, que en este caso es un equipo supersecreto de comunicaciones llamado Enigma, transportado por un submarino nazi. Obtenerlo permitirá a los aliados controlar los mensajes de los enemigos y ganar la Batalla del Atlántico.

El comienzo de la película es bastante sorprendente, pues durante unos veinte minutos asistimos a un episodio de riesgo al interior del submarino alemán, y sufrimos con ellos ante la amenaza, el suspenso, el ataque y sus consecuencias. Este prólogo anticipa escenas ulteriores, en las que serán los yanquis quienes atraviesen similares situaciones de peligro bajo el mar. Los encargados de revelar la misión la comparan con el caballo de Troya, dado que para obtener el tesoro ensayarán una simulación que evoca a esa mentira histórica. Lo que no se imaginan es que, por un golpe del destino, la metáfora del caballo tendrá una vuelta de tuerca, y quedarán presos en su propia trampa.

Después del fracaso en Vietnam y tras las múltiples manipulaciones en torno de la Guerra del Golfo, los estudios Universal y el exitoso Dino De Laurentiis consideraron conveniente volver a la gran epopeya de la Segunda Guerra Mundial, forjadora del poderío yanqui en el mundo. Guerra precomputadora y prenuclear (hasta el final al menos), en la que la astucia, la imaginación y las destrezas personales tuvieron un valor que también parece hacerse perdido y merece recuperarse.

El resultado es un respetable film bélico, que cumple con todos los tópicos clásicos del subgénero guerra en submarinos: buenas escenas de suspenso, clima claustrofóbico del mundo cerrado de esa caja de hierros que crujen sometida a la presión de las profundidades, primeros planos de rostros sudorosos que miran hacia arriba porque de allí proviene el peligro, emoción en los ataques, buen manejo de los tiempos de tensión y reposo, efectos especiales. Un buen film de entretenimiento en el que la música, que pretende ser heroica y mover emociones equivalentes, es un desastre.

Cada miembro del grupo, hasta el más antipático, tiene su momento de heroísmo. Y salvo el protagonista y comandante de la misión, encarnado por Matthew McConaughey (Amistad, EdTV), que supera sus rencores personales en nombre del deber, los personajes carecen de desarrollo, son estereotipos de una tripulación de submarino. Pero no están mal. El elenco se formó con nombres ya muy familiares, que tienen un desempeño correcto y parejo: el bueno-para-todo Harvey Keitel es el jefe de máquinas veterano de la Primera Guerra y guía del héroe, acompañado por Bill Paxton (Un plan simple), Jake Weber (¿Conoces a Joe Black?), el cantante y actor Jon Bon Jovi y, contrapunteando, el capitán alemán (cruel y sucio) de Thomas Kretschmann. Los otros protagonistas son los torpedos y las bombas de profundidad, que nos tienen en vilo durante dos horas.

La historia fue imaginada por el director Jonathan Mostow (Sin rastro) a partir de hechos reales, aunque la Historia –la real– dice que el rescate de Enigma fue tramitado por la flota británica. Este dato apenas se menciona en los títulos finales (con la sigla HMS identificando a los submarinos), lo cual provocó la airada protesta del gobierno británico.

Josefina Sartora