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UN PLAN SIMPLE
(A Simple Plan)

Estados Unidos, 1998


Dirigida por Sam Raimi, con Bill Paxton, Billy Bob Thornton, Bridget Fonda, Brent Briscoe, Gary Cole.



La película de Sam Raimi tiene lugar en Ohio muy bellamente fotografiada e irrumpe cuando los hermanos Hank y Jacob Mitchell, acompañados por su amigo Lou, se topan con un avión incrustado en la nieve. No hay sobrevivientes y una saca con 4 millones de dólares les sonríe desde el interior de la nave. El plan es simple: esconder la montaña de billetes hasta que la nave sea descubierta. Si alguien busca el dinero lo quemarán, y si no embolsarán el toco para fugar rumbo a nuevos horizontes. El plan obviamente se complica, y el grupo, para zafar, acomete una frenética cabalgata de crímenes cada vez más irredimibles.

Lo que también se complica es el guion de Scott B. Smith, que a falta de buenas mañas esto es, de conflictos relativamente novedosos y consistentes recala en un tendal de arbitrariedades manifiestas. Toda vez que es preciso estirar el statu quo argumental, es decir demorar la captura o el deschave de los ladrones, Hank (Bill Paxton) se comporta como un estratega perspicaz, que arma y desarma planes cerebrales con una rapidez que le envidiaría Sherlock Holmes. Cuando hay que apurar la debacle del trío, en cambio, actúa como un perfecto idiota.

La esposa de Hank (Bridget Fonda) es objeto de una manipulación aun más acentuada. Virtual títere de Raimi, Sarah arranca como una tierna, insospechada vocera de la corrección política ("Los billetes no tienen dueño, seguro que provienen del robo a un banco", le dice Hank como para justificar el hurto. Y ella: "Pues entonces pertenecen al banco..."). Y en menos de diez minutos se convierte en la encarnación del mismísimo Satanás. Acaba de nacer su primogénito y la enfermera lo deposita en sus brazos. Hete que, mientras le da la teta por primera vez, en lugar de mirarlo, hablarle, sentirlo, Sarah se pone a tramar junto a su marido los próximos pasos a seguir. Si algo faltaba, Raimi la crucifica con un duradero plano detalle... ¡de sus dientes!

Al lado de Sarah y Hank, Lou (Brent Briscoe) y Jacob (Billy Bob Thornton) destilan coherencia psicológica. Uno es borracho y bruto, el otro un pajarón incurable... desde el principio al fin. Es verdad que Lou no carece de iniciativa (quiere empezar a patinar el dineral ya mismo) ni Jacob de tozudez sentimental (no querrá escapar de Minnesotta, apegado a la cabaña de su difunto padre), pero no serán capaces de limar un ápice de estas pulsiones en su beneficio. ¿Qué los hunde? ¿Su codicia, sus caprichos? ¿O una prejuiciosa fórmula que suma "4 millones de dólares" más "provincianos pobres" y obtiene como resultado una tragedia inevitable?

Lo perverso es que los cuatro personajes hacen de conejillos de Indias de una moraleja muy cara al stablishment. No por nada, al comenzar el film puede oírse la voz en off de Paxton, que recuerda lo "feliz" que era antaño, cuando tenía un trabajo de ocho horas y contaba moneditas. Y remata: "hay que trabajar por el Sueño Americano, no robárselo". Una bolsa de dinero corrompiendo de la noche a la mañana a un puñado de provincianos, como planteo moral, suena remanido y enojoso. Como palanca argumental, convierte al espectador en la víctima de un doble chantaje. Para dejarse atrapar no sólo deberá convertirse en cómplice de esa mirada despectiva, sino hacer la vista gorda ante el estridente manoseo de los personajes que deriva de ella.

Guillermo Ravaschino     

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