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VERANO BIZARRO
(Psycho Beach Party)

Australia-Estados Unidos, 2000


Dirigida por Robert Lee King, con Lauren Ambrose, Thomas Gibson, Nicholas Brendon, Charles Busch, Matt Keeslar
.



Como pocos, el cine de autocines era un cine funcional a las circunstancias y apetitos de sus espectadores y esto no es peyorativo, sino todo lo contrario. Menos trascendentes que la prometedora minita de ensueños adolescentes que te acompañaba, las historias de mujeres tricéfalas, hembras descomunales y mundos destruidos que aparecían en la pantalla gigante exacerbaban la adrenalina y duplicaban la sensación de estar viviendo una instancia excepcional e irrepetible.

Minita también es el apodo de la adolescente –interpretada por una treintañera– protagonista de Verano bizarro, que comienza y termina en un autocine su autoconsciente parodia del cine zeta, el camp, las interpretaciones psicoanalíticas y el microanálisis fílmico. Si una secuencia de títulos exuberante y otra de disputa musical desatada, playera y sesentosa pudieran bastar por sí mismas para justificar la visión de una película, este es el caso. Lo que no significa que todo lo demás esté de más. En realidad, sucede que hay mucho más cinefilia que cine; más conciencia que inconciencia.

No es que la película carezca de historia (una serie de crímenes discriminatorios se suceden alrededor de Minita, sus amigas, una estrella de cine clase B y un grupo de surfistas, mientras ella sufre de extraños ausentismos durante los cuales saca toda su ira reprimida y libidinosidad) sino que la lógica del relato acaba por adueñarse de ella en detrimento del delirio visual. Mucho del encanto de los productos berretas de las décadas del '50 y '60 a los que Verano bizarro alude residía en eso que podríamos llamar una poética del apuro. La improvisación técnica para sacar un producto en tres días y con dos pesos dio a luz una serie de engendros que siguen siendo atractivos por el caso omiso que hacían del error, la chatura narrativa en oposición a la desmesura del punto de partida argumental y la preponderancia del cuerpo como objeto de deseo.

Verano bizarro lo promete continuamente, pero nos deja siempre con las ganas. Detrás de su desinhibición acecha la impotencia para hacernos gozar siquiera tan modestamente como las películas a las que remite con premeditación y alevosía. En un cine de sexo tan lavado y profiláctico como el que tenemos, la recuperación del cuerpo que insinuaba esta película se transforma en verborragia estéril y cita, en vez de juego y osadía. A su lado, por ejemplo, todo el cine de Russ Meyer y hasta algunos títulos de Armando Bó brillan tanto por su originalidad como por la concreta atracción física de los actores, y eso aquí se extraña demasiado. Viéndola sentimos ganas de resignar toda su cuidada puesta en escena por ir a ver cuanto antes una de aquellas desprolijas y contundentes películas a las que remite.

Marcos Vieytes      


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