Si últimamente es más probable sufrir que disfrutar durante la proyección
de un estreno cinematográfico, esta road movie de jóvenes
universitarios no es la excepción. No sólo parece empeñarse en hacer
sufrir al espectador, sino en faltarle el respeto a su inteligencia.
Viaje censurado es la pobre carrera de cuatro estereotipos de
estupidez humana que no quieren divertirse ni tener sexo. Vaya uno a saber
qué quieren. Y me pregunto: si los jóvenes universitarios de Estados
Unidos se parecen tan sólo un poco a estos ejemplares, ¿cómo es que la
potencia del Norte domina al mundo? ¿Acaso se vuelven inteligentes cuando
se gradúan?
El viaje comienza cuando Josh, el estúpido-cobarde animado por Breckin
Meyer, se da cuenta de que por error su novia, que estudia en una
Universidad a más de 6 mil kilómetros de la suya, recibirá en tres días
un video que lo muestra a él haciendo el amor con otra chica. Dadas las
circunstancias, decide atravesar esa distancia para rescatar el paquete
antes que sea demasiado tarde. Pero no va sólo. Lo acompañan el
estúpido-reprimido, dueño del auto y la tarjeta de crédito, el
estúpido-inteligente (que fuma marihuana para dejar de pensar) y el
estúpido-fanfarrón que en realidad es un homosexual latente.
Como es de suponer, varios obstáculos se interpondrán en el periplo de
los jóvenes. Desfiles escatológicos, giros previsibles, situaciones
ridículas forzadas por un guión que nunca llega a definir qué es lo que
se cuenta, porros (¡guau!), viejos verdes, perros que hablan,
luchadores adictos a Internet y una interminable galería de otras
estupideces son los escollos que deberán enfrentar. A menudo se superponen
los unos con los otros, como si eso sirviera para divertir al espectador.
Lo extraño es que el viaje en sí no dura demasiado. Lo que se extiende
insoportablemente es la película. Que reserva otra miríada de estupideces
para los universitarios que no viajan porque se quedan en el campus,
o que viajan pero a otros lados. A estos personajes el director Todd
Phillips les reserva horrorosas situaciones que aluden a fetichismos,
perversiones y sadismos sexuales de la peor manera imaginable.
Los actores tienen la desventaja de estar inmersos en lo imperdonable,
así que mal se pueden juzgar sus verdaderas potencialidades histriónicas. Sin embargo, es muy desagradable el narrador de la historia, un tal
Barry Manilow interpretado por un aspirante a Jim Carrey llamado Tom Green.
Viaje censurado no sólo se inscribe en las filas de las remanidas
comedias juveniles americanas, sino que demuestra un marcado retroceso en la
mayor parte de los aspectos que caracterizan a este subrubro. Al fin y al
cabo, queda la sensación de que el director y guionista es dueño de un
cerebro conservador, poco agraciado, y que él mismo cultiva una visión del
sexo similar a la de un adolescente infradotado, y un sentido del humor
grotesco, que no apunta a ninguna parte. Lo que está bien es la banda de
sonido.