Es
difícil predecir cómo puede reaccionar una persona ante la muerte de un ser
querido. En especial si es una persona como Morvern Callar, una joven que
vive en un pueblo del oeste de Escocia, empleada de un supermercado, con una
vida rutinaria y aburrida, sin perspectivas… y que de golpe y porrazo
descubre el cuerpo de su novio, quien se ha suicidado y dejado una breve
nota a su pareja, con diversas instrucciones.
¿Qué hace
Morvern? ¿Llama a la policía? ¿Se desespera, llora a mares? No, abre sus
regalos de Navidad, se cambia, sale a divertirse con su mejor amiga Lanna y
al día siguiente va a trabajar. Les dice a todos que su novio se fue, que la
abandonó para siempre. Eventualmente, decide enviar a una editorial la
novela inédita del novio –cambiando el nombre del autor por el suyo propio–,
esconde el cadáver, retira todo el dinero que él tenía en una cuenta
bancaria y se va de viaje con Lanna (quien, por cierto, no está enterada de
lo que hizo Morvern) a España.
El resto del film dirigido por
Lynne Ramsay (Ratcatcher) es una cadena de sucesos imprevisibles –no
así violentos, ni trágicos– que en forma circular llevarán a Morvern y a
Lanna de vuelta a Escocia, pero con experiencias y ambiciones a futuro
completamente diferentes.
El viaje de Morvern
es otra de esas películas en las que parece que sucede poco y nada cuando en
realidad ocurre de todo, así como su protagonista no parece expresar nada de
lo que sucede en su interior. Son sus acciones las que dicen algo, aunque
son tan desconcertantes que no ofrecen una sola pista clara. Un hilo casi
invisible, aun para la misma Morvern, las guía. Sus motivaciones pronto
trascienden el dolor, o el shock producido por la muerte de novio,
para anclar profundamente en sus deseos íntimos, que nunca son revelados o
explicitados; sí intuidos, apenas, por el público. El film demanda mucho y
al mismo tiempo nada del espectador. Es como Morvern (el único pilar de la
historia), que parece pedir que la comprendan, que no le reprochen sus
acciones, pero que tampoco las analicen. Morvern (o la película, que es
decir lo mismo) es una persona sola, con sus propias ideas, deseosa de tomar
sus decisiones sin que nadie le diga cómo tiene que ser o cuáles son las
normas a seguir. En todo caso, el camino que sigue Morvern sugiere que las
reglas están para ser transgredidas. Y, quién sabe, ese camino hasta pueda
llevarla hacia una vida normal, o supuestamente normal, con todos los
convencionalismos que ella, casi sin darse cuenta, rompe.
La dualidad y ambigüedad, más
un inusual respeto y cuidado por los personajes, son las principales
características de este film que ganó numerosos y merecidos premios, entre
ellos el de FIPRESCI a Mejor Directora en el Festival de San Sebastián 2002.
Un film en apariencia caótico e irracional, pero que termina revelándose
coherente y convencido de los temas e ideas que plantea con inusitada
fuerza.
El párrafo final se lo ganó la
actriz que interpreta a Morvern Callar. Es Samantha Morton, quien ya había
demostrado en Dulce y melancólico y en Minority Report qué
brillantes roles es capaz de componer. Aquí demuestra que su voz, su rostro
y sus gestos son los únicos que corresponden a la desconcertante
protagonista.
Rodrigo Seijas
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