¿Cuántas veces
se ha pronunciado Hollywood contra la pena de muerte? Ya conocemos el manejo
del tema, usado y abusado en patrón-tópico. Y entre los tópicos ensayados,
el más remanido es el esquema inocente / investigación / carrera contra
reloj para evitar que se cumpla una sentencia injusta. El desparejo Alan
Parker agrega a su filmografía errática, que últimamente dio más yerros que
logros, un film más en esta categoría tan manoseada.
Hay otro
subgénero que últimamente goza de las preferencias de Hollywood: el film de
fraudes. Fraudes entre los personajes o mentiras al público, que al final
descubre que nada es lo que parecía ser. La vida de David Gale
también cuadra en este rubro.
David Gale es
un activista que lucha contra la pena de muerte en Texas, el estado de los
Bush, cuya sociedad se enorgullece de castigar el crimen sin
contemplaciones. Paradójicamente, Gale es condenado a morir por haber
violado y asesinado a una colega en su lucha contra la pena capital (capital
porque antes se cortaba la cabeza de los condenados, supongo). El hombre
decide conceder tres entrevistas los tres días antes de su ejecución a una
periodista respetuosa y valiente, encarnada por la gran Kate Winslet. El
film está entonces estructurado en torno de un núcleo de tres flashbacks
que, a modo de los tres actos de un drama clásico, relatan el descenso en
picada de un hombre que empezó enseñando Lacan en la universidad, y que a
partir de una trampa burda (en una escena gratuita y desagradable) queda
marginado de todo lugar al que quisiera seguir perteneciendo: pierde
familia, profesión y amigos, con la excepción de esa amiga –la víctima– que
después aparece muerta y violada, con pruebas que lo incriminan. La
periodista atraviesa los tres estados típicos: incredulidad, comprensión y
finalmente una fervorosa adhesión que la impele a demostrar la inocencia de
Gale, mientras escucha reflexiones solemnes y altisonantes sobre la vida y
la muerte.
El film no
escatima ninguno de los lugares comunes del género. Kevin Spacey es la
sombra de lo que fue en Los sospechosos de siempre –donde también era
el amo de los flashbacks–, sobreactúa y no convence, en un personaje
que es el estereotipo del yanqui progre. Winslet como la periodista y
Laura Linney como la activista no pueden salvar un guión que no les calza, y
el film avanza penosamente dejando muchos detalles incongruentes en el
camino.
El epílogo
depara un giro inesperado: resulta que se nos había tendido una trampa; todo
había sido fruto de –digamos– cierta imaginación creativa, y se nos
obliga a ajustar cada pieza del rompecabezas que había quedado suelta.
Incluso descubriremos que los abolicionistas tienen una peculiar y
contradictoria manera de oponerse a la pena de muerte. Lástima que hasta
entonces tuvimos que soportar dos horas de perorata.
El británico
Parker había encarado otros trabajos críticos de la reaccionaria mentalidad
sureña: Corazón satánico y Mississippi en llamas polemizaban
contra el racismo. El presidente Bush firmó más de 150 sentencias de muerte
cuando era gobernador de Texas. El tema es controvertido, y sigue reclamando
un tratamiento adecuado en películas que estén a su altura. No ha sido el
caso.
Josefina Sartora
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