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EL VIÑEDO

Uruguay, 2000


Dirigida por
Esteban Schroeder, con Danilo Rodríguez, Liliana García, Fernando Kliche, Eduardo Guerreiro, Martín Linares, Sara Larocca.



Bienvenida la primera película uruguaya estrenada comercialmente de este lado del Río de la Plata. Si bien los uruguayos –en palabras de su director– se venían recostando en la producción cinematográfica argentina, en los últimos años surgió un movimiento que alumbró varios largometrajes producidos en el vecino país, como El chevrolé y Otario, aunque ninguno de ellos alcanzó el estreno en regla en nuestros cines. El éxito obtenido en Uruguay por esta realización de Esteban Schroeder le valió que Buenavista, la distribuidora de Disney, la difundiera entre nosotros. Es así como tenemos la oportunidad de asomarnos a la producción de un país con el cual nos unen tantos vínculos y similitudes.

Apoyados en un sonado hecho real de la crónica policíaca ocurrido en 1998, Schroeder (quien había colaborado con Jorge Rocca en Patrón, coproducción con Argentina) y su coguionista Pablo Vierci construyeron esta ficción sobre la desaparición de un muchacho en un viñedo de las afueras de Montevideo. El que se entera, más bien por azar, de la noticia es Joaquín Santi (Danilo Rodríguez), periodista de un importante diario local que se involucra en la investigación del hecho. La noticia dice que un joven de los barrios marginales entró con su grupo de amigos en un viñedo para recuperar una pelota y robar uvas, y fue perseguido por los guardias de seguridad y luego desaparecido, temiéndose su muerte. Joaquín denuncia la situación en su periódico y a partir de allí choca con las evasivas de la policía, con la presión del director del diario, quien intenta disuadirlo de la investigación, y con la defensa del propietario del viñedo ejercida corporativamente por los terratenientes del lugar. Pero el caso reavivó en Joaquín conflictos personales no resueltos, que lo empujan pese a todo a involucrarse activamente en la búsqueda de la verdad.

Es un acierto del realizador haber despojado a su película de todo regionalismo o folklore: la ciudad podría ser cualquiera de Latinoamérica, la autopista y los barrios de la periferia son iguales a los de Buenos Aires o Lima. Los conflictos sociales y políticos, la corrupción, la impunidad de los poderosos (que permanecen fuera de escena, como fantasmas), también.

El resultado es una película prolijamente comercial, con una buena historia de acción que toca temas sociales, románticos y hasta mágicos, con una narración fluida y buen nivel, parejo, de actuaciones. Sin embargo, hay varios elementos que delatan su destino primigenio (miniserie de unitarios): el uso excesivo de primeros planos, el ritmo de la acción y los diálogos –si bien verosímiles– más propios de los códigos televisivos que de las tradiciones cinematográficas. Hubiera sido interesante observar un lenguaje más personal y comprometido. Más a la altura del tema.

Josefina Sartora