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X-MEN

Estados Unidos, 2000


Dirigida por Bryan Singer, con Hugh Jackman, Patrick Stewart, Ian McKellen, Famke Janssen, James Marsden, Halle Berry, Tyler Mane.



Apoyada en un comic de Marvel Enterprises que hizo furor a mediados de los sesenta, llega esta película estadounidense de ciencia ficción. Viene ambientada en un futuro próximo, en el que los seres humanos comparten la Tierra con unos mutantes, los hombres X, que son como cristianos potenciados. En uno de ellos, Wolverine, se concentra la mayor parte del interés del film. Esta criatura con nombre de hidrocarburo animada por el australiano Hugh Jackman tiene algo de felina: cuando se enoja le salen filosas garras de alguna parte de sus manos. Claro que, a diferencia de los gatos, este las tiene de metal, y no de cualquier metal sino de adamantine, algo más resistente que el titanio. No es esto lo interesante, empero, sino la facha del hasta hoy desconocido Jackman: patillas largas, aire informal, gesto rebelde... pero con carácter. Este cóctel de Clint Eastwood con Elvis Presley (versiones jóvenes) se combina con los logrados –cuándo no– efectos especiales y con el sugestivo planteo del guión para redondear un comienzo saludable.

En el mundo que nos convoca, el gran problema es la convivencia entre los humanos y los mutantes. O más bien, entre los mutantes y los humanos más repulsivos y paranoicos, que tienen en el macartista senador Kelly a su adalid. Si en la historieta original (sobre la que el film no operó demasiadas modificaciones argumentales) esto funcionaba como una metáfora de la lucha por los derechos civiles, acá busca y logra ecos –sin nombrarlos– en otros hitos de la historia universal del prejuicio: la discriminación a los afectados por el Sida y a las minorías extranjeras. El gran problema, no ya del mundo sino de X-Men, es que la sugestión, y especialmente la nobleza, se le terminan pronto.

A poco de andar ya se dividen las aguas entre los mutantes. De un lado está el profesor Xavier, Charles Xavier, animado por ese pelado increíblemente jovial (debe tener como doscientos años) que es Patrick Stewart. El otrora capitán de Star Trek es aquí el capo de los mutantes buenos. Los poderes telepáticos de don Xavier son sencillamente impresionantes. Si para muestra basta un botón, sépase que es capaz de controlar mentalmente a una dotación entera de policías sin mosquearse. Del otro lado está el mutante malo, Magneto (Ian McKellen), que aspira a barrer de una buena vez con los humanos... y sabe que, si se unen, él y Xavier serían imparables. Ahora bien: este pelado es muy, pero muy bueno (y paralítico: nunca se baja de la silla de ruedas). Y se perfila como el vértice de una montaña de corrección política que se prolonga en la Escuela de Niños Dotados (léase: jóvenes X) que dirige, y en la que las clases de superpoder son sólo algunas entre muchas otras, a las que podríamos agrupar dentro de una apenas camuflada categoría de "moderación cívica". Del otro lado, Magneto no es del todo malo (Mc Kellen está muy bien), pero aparece como si lo fuera y, en condición de tal, todo está minuciosamente arreglado para que nos identifiquemos con Xavier.

¿Y qué es lo que quiere Xavier? En dos palabras: coexistencia pacífica. No simplemente con "los humanos" sino con los elementos pérfidos que los gobiernan y "representan". Es decir, con los senadores Kelly que este planeta tiene por doquier... pero especialmente en los Estados Unidos. Y si no, que me expliquen por qué la batalla mais grande (el clímax, pero también su interminable prolegómeno) tiene lugar a pasitos de la Estatua de la Libertad, sobre la sede de una reunión de estadistas que es lo más parecido a un pleno de las Naciones Unidas. ¿No es esto odioso? ¿No había acaso otra institución, otro evento más empático para invitarnos a palpitar su defensa desde el bando de los buenos?

A esta altura, la que empezó como una buena pieza de ciencia ficción para adultos ya está plenamente convertida en un festival de superacción para infantes. Esa es la más grande mutación que depara esta película.

Guillermo Ravaschino