Yo, robot
transcurre a mediados del siglo XXI. En el futuro imaginado por esta
película los robots son recursos inofensivos utilizados diariamente por los
hombres para, aparentemente, facilitarles su existencia. Pero un día el
detective Del Spooner (Will Smith), quien por razones personales detesta
estas máquinas, sospecha que un robot cometió un asesinato.
Hay un momento en el que Yo, robot amaga ser una película
interesante; pero ojo, que amagar no es lo mismo que ser, e interesante no
es lo mismo que buena. El film tiene demasiados defectos. Estéticamente, es
feo. Su director, Alex Proyas (El cuervo, Dark City), es un
tipo que siempre se empeña en mostrarnos planos horribles, recargados de
efectos digitales gratuitos (¡ni el puto sol puede ser real!), colores
gélidos; imágenes que se pretenden transgresoras pero que son menos
novedosas que un programa de Gerardo Sofovich.
Además, los personajes están mal desarrollados, y algunos sólo están ahí
para dar pie a un chiste (y eso se nota). Hay por ejemplo un pibito canchero
que aparece de vez en cuando y que conoce a Spooner vaya uno a saber de
dónde y por qué. Otros (la psiquiatra y el jefe de policía) parecen ser
realmente importantes para la historia pero poco a poco van siendo dejados
de lado para terminar hablando de un robot con problemas existenciales
llamado Sonny. Incluso el propio Del Spooner no es más que un detective que
tira chistes de vez en cuando y que esconde tras su apariencia fría y
temeraria un costado sensible (¡obvio!) que lo muestra preocupado por la
humanidad en general y por una nena muerta en particular, lo que no es más
que un golpe bajo que da pie, encima, a un monólogo espantoso sobre la falta
de emociones de las máquinas (sí, ni siquiera fueron capaces de esquivar
semejante huevada).
¿Por qué, entonces, Yo, robot amaga ser interesante? Básicamente por
la visión del sistema capitalista que parece ofrecer una película con
características tan "mainstream". Veamos si no:
1. Al principio, Spooner dice estar resentido con las máquinas porque quitan
el trabajo al trabajador de carne y hueso.
2. La empresa que maneja los robots es intocable para la Justicia.
3. Los humanos, a pesar de saber que los robots son potencialmente asesinos
y peligrosos, los siguen produciendo. La causa de esto, aparentemente, tiene
que ver con la ambición de un magnate capitalista.
4. A juzgar por las condiciones de vida de los ciudadanos de clase media
(que sin ser paupérrimas tampoco lucen opulentas), las grandes empresas
parecen concentrar abrumadoramente la riqueza.
Que una película destinada a perdurar –a lo sumo– como dibujito en algún
vaso de plástico presente, al menos en forma indirecta, características
subversivas es inquietante. Ahora bien, al final del film hay un giro
ridículo que rompe o llanamente ignora los cuatro puntos anteriormente
mencionados: los magnates terminan siendo inocentes, la humanidad vive feliz
con su preciosa tecnología y hombres y robots acaban conviviendo de la mano
en un mundo que es hermoso porque... al film se le da la gana. Y todas las
contradicciones son dejadas de lado (pensar, para qué, si igual se vive
diría un tango) para dar pie a un amanecer similar al de Matrix:
Revoluciones que, de paso, constituye sin lugar a dudas el plano de
cierre más feo del 2004.
O sea que si la película empieza cuestionando el progreso, la tecnología y
el capitalismo a lo Ernesto Sábato, termina convertida en una utopía new
age a lo Nacha Guevara.
Yo, robot
no solamente es mala, es cobarde.
Hernán Schell
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