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       Reporteada

Assumpta Serna

Oficio:

actriz

Lugar y fecha:

Buenos Aires, mayo de 1998

Asunto:

Barney, Almodóvar, Saura...


La actriz española Assumpta Serna vino a Buenos Aires como protagonista de un viaje relámpago destinado a impulsar el lanzamiento de Momentos robados, una película de Oscar Barney Finn. Tres días en los que tuvo que hacer de ella misma, armarse de paciencia, subir y bajar de remises. Y responder todo tipo de preguntas, como la que le formuló la TV –más precisamente El Rayo– acerca del bulto de Antonio Banderas: "No sé si la he contestado bien... mi teoría fue que no solamente vende eso sino que hay muchas otras cosas que Antonio puede ofrecer". Joven aún, más delgada y simpática que nunca, Serna es veterana de más de 50 largometrajes, testigo de privilegio del talento –y las mañas– de un puñado de los más prestigiosos realizadores europeos. Fue la asesina de Matador (Pedro Almodóvar, 1988), madre y amante en Dulces horas (Carlos Saura, 1981), hechicera "new age" en Jóvenes brujas (Andrew Fleming, 1995). Trabajó para Zalman King, Luis García Berlanga y Mario Monicelli. En Momentos robados compone a Letty, esposa de médico pueblerino en un agreste paraje del Sur. Su vida chata encuentra curiosa compensación en el viejo cine Oriente, en el que deja volar sus sueños prohibidos y pasiones ocultas hasta confundirse con las glamorosas heroínas hollywoodenses... cuyas hazañas invadirán su vida hasta borrar los límites entre realidad y ficción.

¿Hiciste alguna clase de aportes al personaje?

–Sí, vine con maletas llenas de cosas para Letty, esa mujer ansiosa, de la década del 40, que no ha encontrado su lugar y vive añorando el esplendor de las estrellas de Hollywood. En Los Angeles compré muchas fotos, carteles y posters de esas divas. Traje imágenes de Joan Crawford, de Bette Davis. Y un baúl lleno de vestidos, varios de ellos originales, que se van a ver en la película.

¿Hay algo de La rosa púrpura del Cairo en esta historia?

–Hay cosas. Esas constantes idas y venidas de la pantalla, ¿no? Un personaje que entra en la locura de imaginarse mundos distintos que pueden ser realidad.

¿Cómo resolvieron la cuestión del acento?

–Traté de que no se notara el acento español. Y como Letty también inventa su pasado –dice que su madre era una gran bailarina de Sumatra, por ejemplo– se supone que no debe acusar una nacionalidad específica. Pero también se supone que ha vivido un tiempo en Buenos Aires, así que traté de hacerle un acento argentino, no excesivo, pero argentino al fin.

¿Qué directores contribuyeron esencialmente a tu desarrollo como actriz?

–Mi primera película importante, la que cambió el panorama mío dentro de España y me dio a conocer, fue Dulces horas, de Carlos Saura. Marcó un antes y un después. Mi "antes" era el teatro, la costumbre de discutir los personajes con el grupo, y me encontré con un hombre que estaba muy encerrado en sí mismo, que no sabía comunicar, o comunicaba muy raramente (se acababa de separar de Geraldine Chaplin, su esposa y actriz fetiche). Hice grandes esfuerzos. Un día vino el hijo de Saura, asombradísimo, y me dijo: "¡Has hablado tres horas con mi padre!" Saura me dio la posibilidad de presenciar el montaje y todavía me acuerdo de estar sentada frente a la moviola, escuchando a Saura y a Pablo Belamo, un gran montajista español. Así aprendí muchas cosas del arte del cine y del director. Mi personaje era la madre del protagonista en sus recuerdos y, al mismo tiempo, la mujer de la que él se enamoraba. Había muchas cosas que yo tenía que entender y por eso se me ocurrió escribir el diario del personaje. A mano, con tinta china, me llevó varios meses. Un día se lo llevé a Saura con el fin de provocar una discusión. El me dijo "qué bonito", lo cerró y ni una palabra más. Fue bastante frustrante. Hice avanzar a mi personaje sola, con dudas... Pero él finalmente le dio un gran plano detalle a ese diario en la película, y entendí que me había entendido. Ahora lo veo a Saura mucho más abierto, siento que tengo la asignatura pendiente de volver a trabajar junto a él.

¿Y Almodóvar?

–Cuando yo lo conocí era alguien que todavía tenía que demostrar un montón de cosas. Matador fue la última película no producida por él, y hubo terribles peleas con Andrés Vicente Gómez, el productor, nunca entendí bien por qué, y tampoco entendí muchas intenciones durante el rodaje. Pero aparte de eso Almodóvar era alguien que estaba constantemente al lado del actor, marcándole muchísimo lo que tenía que hacer y decir, palabra por palabra. Y luego te las cambiaba. Así que no había lugar para que tú te hicieras tu trabajo personal, tu trabajo íntimo. Aunque lo intenté: cuando mi personaje mataba, yo siempre evocaba unas imágenes de la diosa Sheeva, que me daba esa idea de creación y no creación, de muerte, que tenía el rol. Una vez le fui a mostrar imágenes indias de Sheeva... y me miró con una cara que daba espanto. Era la antítesis total de Saura, que respetaba en silencio las ideas de uno. Lo sorprendente de Almodóvar era cómo hacía que todo el equipo estuviera pendiente de él. Dinamizaba a la gente gracias a su enorme energía. Era gozoso ver cómo nunca acababa de cerrar; siempre estaba imaginando, creando, improvisando sobre la marcha, sacando a flote textos increíbles. Lo que aprendí de Almodóvar es que cualquier cosa se puede decir si se encuentra la forma. Por muy kitsch que parezca, siempre puedes hacerlo verdadero.

Guillermo Ravaschino