Il
Divo (Italia-Francia,
2008. Dirigida por Paolo
Sorrentino). Un primer acercamiento a Il Divo, como a los trabajos
anteriores de Paolo Sorrentino (último gran nombre de la alicaída
cinematografía italiana),
provoca cierto desconcierto: se trata de un cine moderno, novedoso y
a contracorriente del grueso de la producción europea. Es que Sorrentino
apuesta a lo que los autores de su país, desde el Neorrealismo a Gomorra,
poco se han animado: al cine como artificio y espectáculo.
En Il
Divo consigue hacer cine político con uso de una estética publicitaria y
videoclipera y, a la vez, logra un biopic que escapa a todas las anquilosadas formas
establecidas por el mainstream para este sub-género. Y más corajudo
aun, se mete a contar la vida de Giulio Andreotti, siniestra figura de la
política italiana perpetuada en el poder desde la posguerra, quién atentó
severas veces contra la cinematografía (gugleen Ley Andreotti) y ha
sido procesado en tantas causas judiciales que sólo ser comparado, en
nuestro país, con un personaje de la talla de Carlos Menem. Todo
musicalizado con temas de bandas de moda como Bloc Party y montado a un
ritmo velocísimo.
Hay que
aclarar que no se trata de un cine cínico y descomprometido; antes bien,
Sorrentino logra de su personaje un retrato profundo y complejísimo sin caer
nunca en la demagogia o el lugar común. Mientras, critica a la política de
su país desde la cinefilia y la puesta en escena: hace que Andreotti
(personificado por Toni Servillo) se parezca por momentos al lúgubre
Nosferatu o presenta a su entorno partidario como si fueran gangsters
sacados de una película de Guy Ritchie. Nunca con obviedades o recursos
esperables; a las balas de la política y la mafia Sorrentino responde con
balas de puro cine.
Sólo
resta destacar que Il Divo despierta un enorme deseo por tener en
la Argentina al menos un Paolo Sorrentino. Ya que acá sobran gobernantes con
prontuario como materia prima, y faltan directores de su talento. Juan
Schmidt
Gigantic
(Estados Unidos,
2008. Dirigida por Matt Aselton). Las primeras tomas
muestran al protagonista yendo a visitar a su amigo al laboratorio donde
está trabajando con ratas de experimento. ¿Sufren el miedo, se sienten
indefensas, luchan por sobrevivir? Quizá seamos espejo de ellas mismas y
alguien nos esté manipulando para observar nuestras reacciones.
Brian vende colchones y quiere
adoptar un hijo: una niña china. Happy viene a buscar el colchón que su
padre, un extravagante rico con aires de El padrino y un humor políticamente
incorrecto, ha comprado. Ese cruce permitirá que los jóvenes merced a una
serie de equívocos e intencionalidades creen un vínculo que los rescatará de
una vida común, gris o anodina (a pesar de su freakismo).
Historia de amor que igual excede el género romántico. Personajes bien
construidos y mejor actuados (un gran elenco donde Goodman descuella), un
guión que suma situaciones que elaboran un mundo reconocible, humor y
melancolía en dosis acertadas hacen de esta opera prima, a pesar de cierta
pátina sundance y familia disfuncional, una película interesante.
Dano ofrece un tímido y añorado protagonista y Deschanel se asoma como una
fresca Audrey Hepburn, despistada, bella y querible. Javier Luzi
Stalags
- Holocaust And Pornography In Israel
(Israel, 2007. Dirigida por Ari Libsker).
Los Stalags fueron libros económicos, más cercanos al pulp que al
folletín de Corín Tellado, pero en esa tendencia, y con un tema que
más allá de sus variantes siempre giraba en torno de un soldado de las
fuerzas aliadas (yanqui o inglés) que en plena segunda guerra mundial se ve
atrapado por los alemanes y conducido a un campo de concentración manejado
por mujeres dominantes y sádicas que lo torturaban y violaban a gusto.
Durante dos años esta literatura disfrazada de material traducido se vendía
como pan caliente en Israel y ahora como objeto extraño se descubre
-investigación mediante-, resultado del trabajo de escritores judíos con
seudónimos y “gustos”, por lo menos, extravagantes.
En el
mismo momento en que el juicio a Adolf Eichmann se estaba desarrollando el
auge de los stalags alcanzaba su clímax. Y esa mezcla entre lo sexual y lo
político dice mucho sobre una sociedad y su forma de construir una
cosmovisión. Cuando oímos a un entrevistado exponer una especie de hipótesis
de compensación por la cual cada vez que se coge a una alemana lo hace por
las victimas del Holocausto, un frío sudor corre por la espalda; cuando
escuchamos a otro que gustoso se podría quedar en ese campo de concentración
que describen los libros, ya es un río de agua, pero cuando el documental
consigue descifrar la identidad de uno de los escritores ocultos y resulta
ser Ka-Tzetnik -sobreviviente de Auschwitz, autor de Dollhouse y
actual y fundamental fuente histórica en los colegios secundarios israelíes-
ya no sabemos qué pensar. Horror, sadismo y pornografía como basamentos de
la conciencia judía generacional, una tesis escalofriante pero que habría
que analizar, reflexionar y discutir. Javier Luzi
Waltz With
Bashir
(Vals Im Bashir. Israel, 2008. Dirigida por Ari Folman). Propuesta
absolutamente original para acercarse a un conflicto bélico, Waltz with
Bashir cuenta la búsqueda de su director por evocar los recuerdos de su
participación como soldado en la guerra contra el Líbano en 1982. Un sueño
recurrente (el intrigante gran comienzo de la persecución de perros) lo
lleva a entrevistarse con sus ex compañeros para averiguar lo que relegó al
inconciente por su carácter traumático. De lo personal a lo histórico, de lo
documental a lo animado, del sueño a la realidad, de lo reprimido a lo
conciente, el documental animado de Ari Folman es un relato fascinante sobre
los efectos que la guerra y la muerte pueden traer sobre la memoria, y de la
capacidad del cine para reelaborarla. La fuerza de la estética animada no
necesitaba el golpe de efecto del final, que saca al film de la delgada
línea que pisaba al unir el registro documental con el relato animado sin
caer jamás en la manipulación sensacionalista. Es como si el
redescubrimiento del horror oculto en el inconciente estallara en la mente
del director como un olvido culposo que busca golpearlo(nos) en los riñones.
Y el valor de la búsqueda interior, de la lucidez alcanzada no debería
concluir con semejante recriminación. Exceptuando sus últimos planos, Waltz
with Bashir resulta emotiva y reflexiva gracias a la creatividad y
originalidad de su propuesta estética.
Ramiro Villani
No
Subtitles Necesary: Lazslos And Vilmos
(Estados Unidos, 2008.
Dirigida por James Chressanthis). Documental
que narra la amistad entre los directores de fotografía húngaros Lazslos
Kovacs y Vilmos
Zsigmond,
sus orígenes en común y sus innovaciones en el mundo de la fotografía
cinematográfica en Hollywood. El formato es básico, apelando continuamente a
las entrevistas y testimonios de los protagonistas y sus allegados, y a
fragmentos de films en los que trabajaron. Pero la historia de amor (porque
es patente que los dos tipos se aman, como sólo dos mejores amigos pueden
hacerlo) es tan apasionante como dulce. Y escuchar a estos dos maestros
(porque tienen la capacidad de hablar sencilla y didácticamente, sin
subestimar al que tienen enfrente) se convierte en una lección intensiva de
cine. La película exuda vitalidad por todos sus poros pero, paradójicamente,
también melancolía, porque delata el paso del tiempo. Un tiempo que Lazslos
y Vilmos se empeñan en estirar al máximo, aún con la muerte de frente.
Rodrigo Seijas
El canto
de los pájaros
(El Cant Dels Ocells. España, 2008. Dirigida por Albert Serra). Como en Honor de cavallería, Serra vuelve a ocuparse de (o a
descansar en) personajes extraordinarios, legendarios, mitológicos. Si antes
fueron Don Quijote y Sancho, ahora son los tres Reyes Magos. En ambos casos,
los despoja de psicología tanto como vacía a la narración de conflictos de
un modo casi provocativo, caprichoso, claramente programático. Eso no es un
problema en sí mismo, pero se revela gratuito al hacerlo por segunda vez en
su carrera sin introducir variaciones relevantes. El deambular de los tres
actores no profesionales que encarnan a los magos, así como el estar
generalmente quietos y en silencio de quienes actúan de José y María, no
conduce a ninguna parte. Carece de gracia tanto como de sentido. Incluso la
utilización del blanco y negro neutraliza la importancia que adquiría en su
anterior película el anochecer, la llegada de las sombras nocturnas cuyo
efecto era todavía más violento que en esta, debido al contraste con la luz
solar que la película en color potenciaba. Sólo se salva la belleza de la
única irrupción musical cuando la presencia de los magos ante Cristo, y la
de la caminata en el desierto, buscando a tientas una estrella tanto como el
espectador un motivo de interés, alguna dirección más o menos cierta.
Marcos Vieytes
The Biggest Chinese Restaurant
In
The
World
(Dinamarca-Holanda-Reino Unido, 2008. Dirigida por Weijun Chen). Esta película trata sobre lo que el título anuncia, con la salvedad de
que el establecimiento en cuestión debe ser el restaurante de cualquier
tipo, clase y origen (chino o jerosolimitano) más grande del mundo. Viene a
ser algo así como un Disney World de la comida, con muchos espectáculos,
mucha variedad, mucha organización, muchos clientes, mucho personal y mucho,
pero mucho, dinero circulando. Es difícil no pensarlo como una metáfora de
la propia China o hasta del entero planeta, mezcla rara de capitalismo
hipertrofiado y rigidez jerárquica entre militar y religiosa. Dos personajes
se distinguen con una potencia que excede a los de las mejores ficciones: la
dueña del lugar, mujer de cubiertos tomar que irradia una sensación de
pavorosa soledad detrás de su temible carácter, y una de las empleadas,
junto a quien conoceremos el lado oscuro del sueño chino globalizado.
Marcos Vieytes
Encarnación del demonio
(Brasil, 2008 Dirigida por José Mojica Marins).
¿Quién es José Mojica Marins? El más importante director latinoamericano de
películas de terror de la historia del cine. Sin duda que también el más
excéntrico de todo el planeta, el creador de Ze do Caixao. Este es un
personaje también conocido como Coffin Joe o Pepe Ataúd que viste siempre de
capa y galera negras, duerme en el mencionado cajón y tiene unas uñas tan
largas y enroscadas como la cornamenta de un ciervo. Sólo que, a diferencia
de todo lo anterior, esas uñas son reales, verdaderas, concretas, pues
pertenecen tanto a la persona como al personaje. Quizá la mayor
particularidad de este último sea su ateísmo militante, su desprecio de toda
creencia, tanto divina como satánica. La única obsesión que lo domina es la
de engendrar una raza superior sin condicionamientos morales, sin culpa y
sin otra fe que la que tiene en sí mismo. Nada de discursos piadosos y ni
siquiera humanitarios. Esa aparente negación de toda metafísica contrasta
con la frondosa cultura sobrenatural brasileña en la que se desenvuelve, y
justifica la brutalidad física de sus actos (sexuales y criminales),
paralela al rústico estilo exagerado de Marins como director. Esta última
película suya retoma las andanzas de su anticristo nietzscheano y lo enfrenta
al peor escenario posible: aquel en el que todos sus sueños parecen haberse
realizado y en exceso, en medio de favelas y grupos parapoliciales que
asesinan pibes a mansalva. No apta para gorefóbicos y reverentes. Marcos
Vieytes
Chelsea On The
Rocks
(Estados Unidos, 2008. Dirigida por Abel Ferrara). El gran Ferrara se
adentra en el terreno documental con esta mirada nostálgica sobre el Chelsea
Hotel, que hospedó a montones de grandes artistas (desde Mark Twain a Bob
Dylan, de Sid Vicious al propio Ferrara) poniendo siempre por encima del
dinero la necesidad de ofrecer una atmósfera artística a sus particulares
clientes. Claro que por lo que cuentan los entrevistados, no se trataba de
una especie de hotel-museo ni mucho menos, sino de un lugar donde la
libertad y los excesos –de drogas, de alcohol, de sexo y de patologías
psiquiátricas- se llevaban de la mano. Ferrara, por supuesto, está en su
salsa. Su figura encorvada y su voz aguardentosa se entrometen
caprichosamente en varias entrevistas, mientra que en otras tantas prefiere
permanecer tácito. Si bien por momentos flaquea al dar demasiado espacio al
trágico paso de Sid y Nancy por el hotel (que incluye una dramatización de
los hechos demasiado exacerbada), Ferrara logra presentar el espacio como un
lugar mítico, perteneciente a lo sagrado, poblado de fantasmas que sus
travellings por los pasillos tratan de invocar. El Chelsea Hotel está a
punto de caer en manos de una corporación que buscara explotarlo
comercialmente, y sus paredes roídas y su pintura saltada, su desorden, sus
obras, sus artistas están, en el momento en que las imágenes los
inmortalizan, a punto de ser desalojados. Chelsea on the Rocks evoca con
éxito la tristeza de está pérdida y Ferrara, fiel a su estilo, recupera el
clima de excesos del pasado como vía válida para la exploración artística.
Ramiro Villani
Tom Yum Goong
(Tailandia, 2005. Dirigida por Prachya Pinkaew). Cuando empezamos a extrañar
las coreográficas artes marciales de Jackie Chan (hoy disminuido a títere de
Hollywood) y la estética de hermosa violencia de John Woo (también
fagocitado en LA), no sabíamos que en la lejana Tailandia se estaba gestando
un monstruo incontenible: la combinación del talento de Jackie con una
puesta en escena virtuosa como la de John, cargada de la misma violencia y
conflictos freudianos delirantes que habíamos disfrutado en El Killer, entre
otras. Tres nombres son ahora la gran revelación de este BAFICI: el
realizador Prachya Pinkaew, el actor Tony Jaa –sumaremos en la reseña de
Chocolate a su versión femenina, Jeeja Yanin- y el director de coreografías
Panna Rittikrai. Habrá que practicar duramente para aprender a pronunciarlos
y poder difundir el descubrimiento. Tom yum goong es el tipo de película que
provoca los aplausos de los espectadores después de cada escena de acción.
Nada de cables ni trucos, Tony Jaa y sus rivales pelean sin trampas, sin
cortes antibazinianos y con una violencia que hace que corramos la cabeza
instintivamente hacia atrás para evitar que nos alcancen los golpes de la
pantalla. Prachya Pinkaew goza de las libertades que solo su hábitat natural
permite a esta altura de la historia del cine. El guión es tan ridículo y
consistente a la vez que uno puede dejarse llevar por el delirio y disfrutar
de las coreografías. Recordemos: en el cine no importa el realismo del
guión, sino el respeto por sus propias reglas, por la cosmovisión instaurada
desde el principio del film, que nos indica que es posible en ese mundo y
que no. La trama de la película podría definirse así: Kham, un jóven
tailandés, viaja a Australia a recuperar a los dos elefantes que lo
acompañaron junto a su padre durante toda la niñez, secuestrados por
traficantes tailandeses residentes en Oceanía y liderados por un transexual
capaz de eliminar a su familia para alzarse con el liderazgo del clan
mafioso. Pero Pinkaew no es un realizador cualquiera: da la impresión de ser
un autor y un cinéfilo. La primer secuencia del film narra la infancia del
protagonista en la selva junta su padre y los elefantes (uno grande y uno
pequeño), y el espectador entrenado no puede más que pensar en un film de
Disney. Acto seguido secuestran a los elefantes y no faltará mucho para que
empiece la persecución en Australia (previo cruce con Jackie Chan en un
cameo en el aeropuerto). A partir de ahí, Kham se presentará en cada
escenario con el siguiente reclamo: “¿Dónde diablos están mis elefantes???”.
Luego vendrá una pelea, una pequeña pausa para desarrollar algún que otro
personaje secundario y otra escena de acción con la misma pregunta inicial
(cada vez más desesperada y violentamente vociferada). Y así sucesivamente
hasta el final.
¿Alguien
recuerda esa gran película de John Boorman llamada A Quemarropa (Point
Blank, 1967), en la que un enceguecido e imperturbable Lee Marvin eliminaba
a cuanto matón y ejecutivo se le cruzara para recuperar unos pocos miles de
dólares que le debían, repitiendo persistentemente la pregunta “¿Donde está
mi dinero?, ¡quiero mi dinero!!!”? Me es imposible desligarla de Tom yum
goong, con la que comparte además, la misma oscuridad y tristeza. Hay
también referencias a la saga de Indiana Jones y al primer Kill-Bill.
Y que decir de
la hitchcockeana secuencia sin cortes en la que la cámara sigue a
Kham por las eisenstenianas escalinatas de un edificio de lujo, piña
va piña viene, hasta llegar al penthouse en el que los burgueses comen
ferrerianamente la carne de animales salvajes. Un prodigio de puesta en
escena y fisicidad en el que el cine de artes marciales, el videojuego de
acción, la cinefilia y la narración cinematográfica se dan la mano sin temor
a represalias verosimilistas u otros purismos por el estilo. Dura cuatro
minutos sin cortes y tardó un mes y cinco tomas en filmarse. Y está a la
altura del comienzo de Ojos de Serpiente de Brian DePalma.
Pinkaew se
permite incluso algo así como un psicologismo zoofílico. Kham no busca solo
a sus elefantes: busca metafóricamente a su madre. Recordemos: en la escena
inicial de la infancia no hay figura materna a la vista, pero si un plano en
el que el pequeño Kham es llevado “en brazos” (en cuernos de marfil, pero es
lo mismo) por el elefante adulto mientras descansa en posición fetal. Y está
vuelta imposible al seno materno es lo que marca la inevitable tragedia de
Kham. El falso Happy End no debe hacernos olvidar la incontenible ira de su
protagonista: no hay final feliz posible para el Edipo de Kham.
Ramiro Villani
Chocolate
(Tailandia, 2008. Dirigida por Prachya Pinkaew). Dicen los que han visto
Ong-Bak, primer colaboración entre Tony Jaa y Prachya Pinkaew, que
Tom Yum Goong es una remake no declarada de aquélla. Lo mismo podría
decirse de Chocolate respecto de TYG, dado que, si uno deja de
lado la premisa argumental y los primeros tramos del film, rápidamente se
encuentra con la misma propuesta: piñas y patadas acrobáticas en escenarios
con reminiscencias de videojuegos y una dirección destinada transformar esa
coreografía en el más bello y visceral de los eventos cinematográficos del
año. En este caso, la protagonista es la adolescente Zen (Jeeja Janin), que
nace autista y con dones especiales. Hija de padres mafiosos pertenecientes
a distintos bandos que han debido exiliarse separadamente para escapar de un
capomafia, la niña ha crecido bajo la protección de su madre mientras
observaba a los luchadores de artes marciales entrenarse en el gimnasio de
al lado, y fue desarrollando tanto sus reflejos y su destreza física, como
esa capacidad de aprender con solo mirar unos segundos el estilo de sus
oponentes (una de las cosas que observa en su etapa de aprendizaje, es nada
menos que los videos de Ong-Bak y Tom Yum Goong, los films previos de
Pinkaew con Tony Jaa de protagonista, como si el propio director le enseñara
a su actriz pelear/actuar mostrándole sus trabajos anteriores). El talento
de la chica queda latente –relegada a ser una atracción de feria, que atrapa
sin mirar y con una mano todo lo que le arrojen- hasta que la madre cae
gravemente enferma y su hija decide cobrar las deudas de los ex colegas de
la mafia. Aquí la referencia a A Quemarropa (y su digna pero inferior
remake, Revancha, protagonizada por Mel Gibson) es casi literal: un gesto
con las manos o un “¡Quiero el dinero!!!” alcanzar para que las batallas
comiencen. Desde un living a un frigorífico, todos los espacios son
adecuados para las magistrales secuencias de acción que nuevamente Pinkaew
filma con precisión y respeto por el arte –marcial- de sus protagonistas,
cortando solo cuando la pirueta, el golpe o el porrazo han concluido.
Chocolate eleva la apuesta de su antecesora en términos de riesgos
actorales, y se vanagloria de ello en los títulos de cierre -en un breve
“making of” en granulado blanco y negro- que nos dejan entrever como un
extra se rompe el cuello y termina internado o como la protagonista sufre
severos golpes y heridas sangrantes en varias partes del cuerpo. La batalla
final, llevada a cabo en una doble cornisa de un edificio y en los carteles
de neón que cuelgan de la pared (a decir verdad, el asfalto, varios metros
abajo, también forma parte crucial del escenario, recibiendo un cuerpo tras
otro) es un festín de violencia anti-stress. Nuevamente los temas autorales
de Pinkaew reaparecen: el aferrarse de su protagonista al amor materno que
está a punto de perder es el único móvil de Zen, que quebrará cualquier
hueso ajeno con tal de salvar a su madre. La tragedia es nuevamente
irremediable, y el falso happy end vuelve a balancear la violencia de su
protagonista. Tanto Tom Yum Goong como Chocolate ameritan una revisión
atenta, no solo por el placer que provocan, sino por lo que intuyo
-habiéndolas visto solo una vez- es un sabio uso del humor en las secuencias
más violentas de cada film, similar al que Kitano nos tiene acostumbrados.
En la escena de la carnicería hay un pobre villano que recibe tajos de todo
tipo ante la mala puntería de sus secuaces. Pinkaew, proveedor de
vertiginoso entretenimiento, parece un director más complejo de lo que
quiere aparentar. Ojala el Bafici lo catapulte coreográficamente a nuestras
pantallas comerciales. De lo contrario habrá que buscarlo por caminos
alternativos.
Ramiro Villani
Entrenamiento elemental para actores
(Argentina, 2008. Dirigida por Martín Rejtman y Federico León). Hace un par de años Canal 7 impulsó un proyecto llamado Bicentenario que
consistía en llamar a un dramaturgo o director teatral, que a su vez se
vincularía con un director de cine, para realizar a cuatro manos un
telefilm. Teniendo en cuenta las ricas relaciones recientes entre teatro y
cine que evidencian películas como Todo juntos, Historias
extraordinarias y otras, la idea de este proyecto era más que
interesante. Gracias a él se juntaron Caetano y Muscari, Spregelburd y
Javier Olivera, Carri y Banegas, entre otros. Esta vez les tocó a Martín
Rejtman (Silvia Prieto, Los guantes mágicos) y Federico León
(la mencionada Todo juntos, Estrellas). El resultado es una
especie de manifiesto sobre la actuación en cine por la vía del absurdo. Los
actores del título son chicos de no más de 12 años, vale decir que no
actores, tabula rasa, materia virgen y a la vez inmanejable, imprevisible, a
medio camino entre los modelos de Bresson y un animal cualesquiera. El
entrenamiento viene por parte de un adulto (Fabián Arenillas) insobornable,
un profesional no dispuesto a gesto alguno de condescendencia. Entre ambos,
citas de Ponette (Jacques Doillon) que funcionan como las
Instrucciones para llorar de Cortázar y nos dejan con la extraña
sensación de no saber si vimos una tragedia, una comedia o ninguna de las
dos cosas. Marcos Vieytes
180 Grados
(Argentina, 2008. Director:
Raúl Perrone). Perrone es un director tremendamente prolífico. Por momentos demasiado. Esta
historia de un joven adolescente que lidia con la separación de sus padres a
la vez que con una relación extremadamente problemática con su novia y su
mejor amigo (que por momentos roza el triángulo amoroso) es una muestra de
ese exceso. El realizador de Peluca y Marisita focaliza
permanentemente alrededor de su objeto de estudio, del que extrae
básicamente un pedazo de su vida, procedimiento que caracteriza a su
filmografía. Asimismo acierta al mostrar a los adultos como figuras
borrosas, fuera de foca, simbolizando ese abismo de incomprensión que los
separa de los adolescentes. Pero también se regodea en tiempos muertos
carentes de fuerza y sentido, además de redundar en estilizaciones visuales
vacías e improductivas. A pesar de su corta duración, termina cansando,
perdiendo todo impacto. Un film que sólo se justifica como pasaje a la mucha
más lograda Bonus Track (reseñada en otra página de esta cobertura).
Eso sí, la escena-homenaje a Jules Et Jim evoca adecuadamente la
belleza del original dirigido por el gran Truffaut. Rodrigo Seijas
Adventureland (Un
verano memorable. Estados Unidos, 2009. Dirigida por Greg Mottola).
Adventureland es la película de Greg Mottola posterior a la divertida y
sobrevalorada Superbad. En este caso los protagonistas son
adolescentes tardíos que pasan el verano trabajando en un parque de
diversiones. Como en Superbad, estamos ante una película que no
aporta nada muy original, pero que funciona perfectamente en el terreno
seguro de la comedia de adolescentes. Mottola logra personajes queribles y
de fácil identificación, sin trampas emotivas (aunque algunas escenas
dramáticas estén algo sobreactuadas), con un elenco eficaz encabezado por
Jesse Eisenberg, que repite protagónico muy similar al de Historias de
familia (The Squid & The Whale, Noah Baumbach, 2005), aunque
menos ambicioso en su profundidad. En tiempos en que los buenos sentimientos
y la nobleza son demasiado estimados en el cine, vale la pena aclarar que
estas no son virtudes que se puedan esgrimir para la valoración crítica de
una película (¿le exigiríamos acaso a El ángel exterminador o a
Psicosis que nos muestren personajes nobles?). La nobleza de los
protagonistas de Adventureland potencia la identificación con la
platea, pero importa tan poco como que suene la voz de Lou Reed en el stereo
del coche de uno de los personajes (un gran artista, una gran canción de
Velvet Underground –Pale Blue Eyes– y un gran momento de la película). Si
Adventureland es recomendable es porque su director maneja a la
perfección el humor, el romance y el espacio del parque de diversiones,
logrando un relato clásico sin mayores ambiciones que hacernos reír durante
dos horas. Qué hace en el Bafici, no sabría decirlo. Debería estrenarse
comercialmente, ya que las buenas comedias se disfrutan más en la
experiencia colectiva y contagiosa que proporciona una sala de cine que en
la soledad del living de casa (al que estará confinado este título en caso
contrario). Pocas cosas se potencian tanto entre un grupo de desconocidos
como una buena carcajada. Ramiro Villani
Les Bureaux De Dieu
(Francia, 2008. Dirigida por Claire Simon). Ex documentalista, la
directora Claire Simon había presentado anteriormente en Bafici una muy
buena película llamada Ça Brûle, en la que mezclaba tomas
documentales de un incendio descomunal con la historia de una adolescente
conflictuada en un pueblito francés. Aquí duplica la apuesta, ya que se
trata de una ficcionalización de registros previos de imágenes documentales
(algo que, tengo entendido, también lleva adelante la inminente La Clase,
de Laurent Cantet). La acción se sitúa entre los muros de una clínica
francesa de Asistencia Social dedicada a atender las dudas y necesidades de
las mujeres de todas las edades que requieran consejos o suministros de
anticonceptivos, píldoras del día después, o incluso la tramitación
de un aborto a llevarse a cabo en Barcelona. Pero la más exigente tarea de
estos profesionales (en su mayoría mujeres) es brindar asistencia
psicológica e informativa al tiempo que recopilan datos anónimos para
próximos estudios sociales. Claire Simon, provista de indudable talento en
la dirección de actores, logra transmitir el clima de trabajo de la clínica
y las aptitudes y preocupaciones de sus protagonistas, como así también las
dudas y temores de las entrevistadas. Un tema tabú como el aborto se nos
presenta desprovisto de toda tensión o polémica gracias a la naturalidad
imperturbable con que fluyen las imágenes. Simon lleva al límite la
propuesta de Jogo De Cena (Eduardo Coutinho, 2007) presentada el año
pasado en este festival, que mezclaba relatos reales con sus versiones
ficcionalizadas por actrices sin aclarar cuáles eran los verdaderos. Les
Bureaux De Dieu parece un documental, especialmente cuando muestra la
labor de los médicos de la institución mencionada. Pero el poder del relato
también deja una huella excepcional al transformar las entrevistas en
narraciones que no ahorran comedia, melodrama, intriga y romanticismo. Como
la historia de una prostituta rusa con actitud glamorosa que se presenta a
solicitar su tercer aborto: a medida que la doctora comienza a interrogarla,
nos revela que pese a usar sistemáticamente preservativo, se olvidó de
cuidarse en los tres encuentros casuales que ha tenido a lo largo de su vida
con un viejo amigo, del que no conoce su paradero ni si volverá a aparecer.
Una historia de amor emocionante en las manos de Claire Simon y su estupendo
elenco femenino. Ramiro Villani
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