El año viejo aceleró e incrementó el grado de un
fenómeno que venía dándose: la combinación, el juego y hasta la especulación en torno
de lo que es y no es "real". O entre la ficción y el documental. Digámoslo
mejor: lo documental irrumpió vigorosamente dentro de un formato larga y
llamativamente incuestionado, el largometraje de ficción. Lo hizo a tal punto que
una nueva categoría de películas parece insinuarse en el horizonte. Y con ella, la
puesta en duda de las añejas.
A la vista de esta tendencia, es decir no por buena sino por emblemática, El
proyecto Blair Witch se perfila como la película del '99. En tanto film y fenómeno
massmediático, a este título lo documental le es absolutamente consustancial. A nivel de
marketing a partir de esa gigantesca campaña en Internet que catapultó a la película
fabricando un antes y un después de lo que se ve en pantalla, presentándola como uno
entre tantos otros registros sobre una tragedia real: la sufrida por tres jóvenes
que se internaron en un bosque. Buenas artes cinematográficas mediante, la visión de El
proyecto nunca permite descartar del todo la posibilidad de que algo de eso haya
sucedido de verdad. Que por lo demás, sucedió. Es que la combinación
también se manifiesta en el plano de la técnica. ¿Hasta dónde los tres actores se
apoyaron en un guión? ¿Desde dónde improvisaron? ¿En qué partes se limitaron a vivir
su desesperación real, minuciosamente promovida por los directores en base a sustos
verdaderos y otras trampas?
Una de las polémicas más animadas en el Foro que funciona en estas páginas gira en
torno de otra dicotomía aparente: la de la mirada del "público" frente a la
mirada de los "críticos". Y no es así. Hay una mirada crítica y otra que no
lo es, pero no constituyen el patrimonio fijo de nadie. Están ahí. Es menester de los
humanos elegir entre ellas. El cine también espera que lo elijan. Emocionándose al
verlo, claro, pero también atendiéndolo. Escuchándolo no en un sentido auditivo, y
sacando algunas conclusiones. Yo no sé si deberíamos estar muy agradecidos en general
por el cine del '99. Pero creo que deberíamos agradecerle el empujón para cuestionar
definitivamente las categorías de "documental" y "ficción", que ya
no parecen tener otro sentido que el de identificar a componentes muy puntuales,
absolutamente combinables en cualquier película. Y esto (permítanme la imagen) es
un pequeño soplo de libertad.
Pues bien, el último tramo del siglo XX marcó un impresionante crecimiento de lo
documental dentro del territorio por antonomasia de lo ficticio, los largometrajes
estrenados en los cines. La pregunta es por qué y hay una intuición que me anda dando
vueltas hace varias noches. Voy a compartirla con ustedes: por el derrumbe de ciertos
grandes mitos y el consiguiente escepticismo de la gente.
El público de cine es gente (no siempre al revés, es bueno notarlo) y la gente, más
o menos impávida, viene asistiendo al prolapso de unos monumentos que parecían haberse
erigido para siempre. El "comunismo" (y las comillas valen) se cayó, la Guerra
Fría terminó, pero los años pasan y voy a usar una línea de Moris nadie
sabe por qué ni para qué. Ahora bien, si el "segundo mundo", al que nadie
creyó que viviría lo suficiente como para verlo desplomarse, terminó así, ¿alguien se
anima a apostar que no va a ocurrir lo mismo con el primero? Pero entonces... ¿quién
podrá ayudarnos?
Siempre es preciso buscar, repensar, empezar de nuevo (lo que no excluye volver atrás,
o por lo menos rebobinar), pero ahora más que nunca. Y para buscar así, para
empezar de nuevo, no hay como el contacto directo.
Lo documental tiene eso: el contacto directo con el mundo, la conexión sin
intermediarios... ni discursos.
De alguna forma, en fin, cabría agradecer a todas las Grandes Promesas Incumplidas
(dicho está, las de la política, pero también las de la economía, la religión y el
arte) por este nuevo impulso combinatorio que ha de renovar creo, espero
al cine en el nuevo siglo.
¡Salud!
Guillermo Ravaschino, 31 de diciembre de 1999