Dentro de un festival que en su segunda edición al igual que en la primera no
mostró demasiado interés en el cine hecho por mujeres (apenas unas veinte obras con
firma femenina entre 200 films, largos y cortos), el cuarteto de directoras francesas
conformado por Noémi Lvovsky, Solveig Anspach, Emilie Deleuze y Marion Vernoux brilló
por la calidad, originalidad y diversidad de sus respectivas obras. Hay que señalar que
en Francia, desde fines de los 90 a la fecha, las realizadoras no sólo se han
multiplicado hasta casi alcanzar la paridad (en operas primas en el 98), sino que además
buena parte de las mujeres cineastas empezó a llamar la atención por la osadía de sus
propuestas. Así, al lado de las clásicas Nina Companéez o Agnés Varda, de
las más recientes Nadine Trintignant o Nicole García, directoras nuevas (o casi) como
Claire Simon (Coute Que Coute), Catherine Breillat (Parfait Amour),
Claire Denis (Nannette y Boni), Brigitte Rouan (Post Coitum Animal Triste)
y Anne Fontaine (Nettoyage A Sec) sorprendieron e inquietaron por su franqueza y
desprejuicio para tratar temas sexuales y rodar
escenas de una insólita audacia. Una muestra de ese atrevimiento que llega mas lejos que
los colegas masculinos en materia de sexo, según han reconocido los propios críticos
franceses, la tuvimos el año pasado al estrenarse Romance, de Catherine
Breillat. El film resultó vituperado por la mayor parte del periodismo cinematográfico
(masculino) local, que se rasgó las vestiduras ante una dama tan arriesgada
Es en este contexto francés favorable a la creación con
mirada de mujer, que surgen películas tan interesantes como las proyectadas durante el II
Festival Internacional de Cine Independiente: La vida no me asusta (La Vie Ne
Me Fait Pas Peur), de Noémi Lvovsky, la única que compitió del afinado cuarteto
y que se ganó el premio a la mejor dirección, es el relato vital, apasionado
y nada convencional de la amistad de cuatro chicas notablemente interpretadas por
actrices desconocidas en estas latitudes desde la infancia hasta los comienzos de la
adultez. Lvovsky derrocha libertad tanto para diseñar a sus protagonistas en esta etapa
cambiante y contradictoria de su vidas, cuanto para resolver visualmente ciertas escenas
con variados y apropiados recursos. Rara vez el cine se acercó al universo femenino
adolescente con tanta intensidad, exenta de idealizaciones o sentimentalismos.
En el Panorama de Cine Independiente fue posible
apreciar el resto de las producciones francesas dirigidas por mujeres: Nada que hacer
(Rien A Faire) es otra demostración del talento personal de Marion Vernoux
(algunos de sus films anteriores se han visto en ciclos de la Lugones) para narrar los
amores de un ama de casa consumida por la rutina doméstica y un hombre desempleado al que
conoce en el supermercado. Amores sin futuro en los que ella deposita sus ilusiones y que
la directora observa con ojo sensible pero manteniendo cierta distancia. En el rol
principal, Valeria Bruni Tedeschi se desempeña con asombrosa naturalidad.
La fuerza de vivir (Haut Les Coeurs)
se mete con uno de esos temas de los que de antemano se diría que harían llorar a las
piedras: una embarazada en el quinto mes descubre que tiene cáncer de pecho. Pero no, la
directora Solveig Anspach, a años luz de cualquier golpe bajo, prefiere un camino más
riguroso y contenido, llegando a la emoción a través de nobles recursos formales y
argumentales. Además, defiende el derecho de los enfermos a elegir el tratamiento.
Finalmente, Emilie Deleuze ha iniciado
auspiciosamente su carrera con el largometraje Piel nueva (Peau Neuve),
un cuadro de descomposición familiar que se da en un hogar con apariencias de felicidad
cuando el protagonista encuentra un pretexto para alejarse de su esposa y de su hija.
Deleuze logra transmitir con acierto el malestar de este hombre en busca de una nueva
perspectiva.
Moira Soto
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