SECCION
PANORAMA/Autores
Yuki & Nina (Francia, 2009. Dirigida por Nobuhiro Suwa y Hippolyte Girardot).
Para variar, el
momento epifánico del festival no vino de Nanayo, la muy buena pero
menor película de la emperatriz de la epifanía Naomi Kawase, que se interna
cada vez más en los laberínticos senderos de la religión, sino de la última
obra de su compatriota Nobuhiro Suwa, que comparte en Yuki & Nina la
silla de director con el actor francés Hippolyte Girardot. Yuki es una niña
de padre francés y madre japonesa que vive una apacible vida en París hasta
que sus padres deciden separarse y su madre volver a Japón. Yuki
detesta la idea, pero sus progenitores, demasiado absortos en sus propios
problemas, la ignoran. Ella encuentra consuelo para su soledad en su amiga
Nina, de padres divorciados, con quien compone una carta cuya autoría
adjudican al “hada del amor” y que, como intento desesperado por mantener a
la pareja junta, envía a sus padres. En este tramo las elecciones formales
(la cámara ágil pero elegante, el uso magistral del fuera de campo) y la
temática de disolución familiar no se desprenden de lo que Suwa nos depara
habitualmente, con una variante: los realizadores se centran en Yuki y en su
mirada (en este sentido es clave la fotogenia de Noë Sampy, un poderosísimo
imán visual). A la pequeña los asuntos del mundo adulto le resultan
incomprensibles (e incomprensiblemente dolorosos), pero posee un
conocimiento fundamental que ese mundo que le resulta ajeno se encargará de
cercenar: el de la plausibilidad de lo fantástico, la visión de la belleza
lúdica de los cuentos de hadas (y si son bellos y son lúdicos no tienen por
qué no existir).
Finalmente sucede lo inevitable: la madre de Yuki viaja a Japón para
encontrar un hogar y el padre se queda solo con ella. Un día Nina se escapa
de su casa y la convence a Yuki de hacer un viaje a las afueras de París,
que culmina en un bosque. Y, al fin, la mirada abierta a lo fantástico de
las niñas se une (o convence) a la de la cámara/espectador. Suwa filma a
Yuki y a Nina desde la distancia, empequeñeciéndolas en relación a la
inmensidad del enorme, milenario y europeo bosque. Allí todas las historias
que nos contaron de niños sobre criaturas fantásticas en bosques ocultos se
hacen presentes, sin que las veamos explícitamente en pantalla. Una
roca gigante puede ser ante las miradas de Yuki y Nina un sapo monstruoso,
sin dejar de ser por ello una roca. En cierto momento, Yuki decide separarse
de Nina y, extraviada en el bosque, atraviesa un portal/sendero de árboles
y, de repente, aparece en una zona rural en Japón. Ahí Suwa y Girardot nos
regalan el momento más bello, más maravilloso y, si nuestra religión tiene
menos que ver con dioses vengativos, hombres sufrientes y búsquedas de
ideales kármicos y más que ver con hadas, duendes y elfos... también nos
regalan el momento más epifánico de
la experiencia festivalera de este año.
Hernán Ballotta
Nanayo
(Japón-Francia, 2008. Dirigida por Naomi
Kawase).
En la última película de Naomi Kawase hay más de un cuerpo extraño, y acaso
la misma película lo sea dentro de su filmografía. No es que aquí haya algo
radicalmente distinto de la sensualidad metafísica de Shara, o que
sea por completo ajena al universo doméstico de esas películas suyas cortas
e intensas que eran como diarios dedicados a desentrañar la historia
familiar. Justamente porque la dimensión sensorial de su cine se conserva,
la presencia de un cuerpo occidental (un hombre francés) es una variante
singular que se suma a la extranjería de la protagonista, joven mujer
japonesa perdida en Tailandia. Hay una familia, hay un chico, y vuelve a
sobrevolar su cine la noción de sacrificio entendida como entrega, donación
u ofrenda de una vida al servicio religioso. La violencia del individuo que
quiere saber más de su pasado, que ya aparecía hace algunos años en los
interrogatorios a parientes de sus diarios fílmicos, ha dejado lugar a una
violencia real y simbólica sobre el sujeto durante los primeros años de
vida, cuando está constituyéndose como tal. Hay algo fuertemente intolerable
en la imposición del destino religioso al niño, acaso cifrado en la
secuencia en que lo rapan, sobre todo porque la pátina de belleza visual con
que Kawase impregna la película le impide al ojo revelarse. Nanayo
es una especie de masaje, actividad que se repite más de una vez en la
película: distensión de cuerpos, voluntades y energías que se relajan un
tanto inhumanamente, con despiadada
–y
demasiada–
anuencia.
Marcos Vieytes
36 Vues du Pic St-Loup
(Francia-Italia,
2009. Dirigida por Jacques Rivette). ¿Dónde comienza la
vida y dónde termina la representación? Esta es la pregunta que, con casi
infinitas variaciones, el ahora octogenario Jacques Rivette se hizo en casi
todas sus películas. 36 Vues du Pic St-Loup, su (hasta hoy) último
largometraje se mueve en esa dirección. Y lo de “se mueve” no es sólo una
forma de decir: ya desde su inicio, en el que un italiano (Sergio
Castellito) asiste a una mujer (Jane Birkin) cuya camioneta se averió en la
ruta para luego retomar la marcha, siguiéndola en su descapotable, todos los
personajes están en movimiento, deambulando sin objetivo aparente,
cruzándose unos a otros y sosteniendo conversaciones fragmentadas, que se
continúan minutos después o nunca lo hacen. El movimiento es clave en la
obra de Rivette, como también lo es en el cine, el teatro y el circo,
apoteosis del nomadismo y verdadero protagonista de 36 Vues... Pero
no sólo el movimiento físico, sino también el movimiento (o su opuesto, el
estancamiento) emocional. Aquí quien está estancado es el personaje de Jane
Birkin, que retorna al circo familiar tras quince años de ausencia
provocados por la accidental muerte de su amante durante un número circense. Al
volver, encuentra un espectáculo en decadencia, sostenido por su hermana,
su sobrina y un payaso que repite la misma rutina introductoria todas las
funciones frente a una audiencia casi vacía. ¿Rivette nos está hablando del
cine de autor en la época del triunfo del modelo hegemónico de espectáculo
anabólico de los tanques de Hollywood? Difícil saberlo (en general uno no
sabe exactamente qué está tratando de decir el más hermético de los
directores cahieristas).
Pero la llegada del personaje de Castellito trastorna el precario equilibrio
de la compañía: en plena función interrumpe la disciplina de los payasos
para hacer sugerencias, da vueltas por los entretelones con una curiosidad
imprevista y, para colmo de males, intenta enamorar al personaje de Birkin y
ayudarlo a superar su “trauma”. Acá no hay curas milagrosas ni terapias
freudianas que valgan; el único remedio efectivo es finalizar la obra
truncada, porque vida y representación no pueden concebirse separadas. En
este sentido 36 Vues... es una especie de llave maestra para acceder
a los recovecos de la obra anterior de Rivette (es cierto, es una llave
minúscula, difícil de hallar, que no siempre justifica el esfuerzo y, por
esa razón, frustrante). Si algo nos deja esta pequeña película crepuscular
pero vital es que el show debe continuar, por todos los medios posibles.
Hernán Ballotta
Ricky
(Francia-Italia,
2009. Dirigida por François Ozon).
Ozon es
el enfant terrible del cine francés. Un director siempre en búsqueda. Con Ricky
lo hizo de nuevo y además nos deja con varias preguntas sin responder. Todo
comienza como una simple historia casi de realismo social sobre madre
soltera que vive para trabajar y por su hija, conoce a un hombre, se
apasiona, conviven y queda embarazada. Las primeras imágenes son el
testimonio casi confesional (¿entrevista policial?) de esta mujer que habla
de la desaparición de su hombre poco después de nacer su hijo. Esta y otras
informaciones que enmarcarán el film complican en términos temporales lo
que vemos luego (que se anuncia como “esto sucedió pocos meses antes”) y
requieren una mirada atenta.
El nacimiento del hijo (un ser extraordinario) trae aparejado un
quiebre de género. Algo así como el fantástico, el toque de realismo mágico
desborda la narración pero jamás es cuestionado por sus protagonistas,
apenas funciona como asombro e intriga de quienes los acompañan. Uno se
niega a creer que la literalidad es la herramienta a utilizar para leer el
film. Además del diferente y la aceptación o la tolerancia practicada para
con él, hay surcando la película temas que inevitablemente tienen que ver con
estos tiempos: la soledad, los hijos como padres de sus padres, la
maternidad, la codicia, la avidez de los medios y la muerte. Aprender a
soltar a nuestros seres queridos para que partan, desprenderlos de nuestro
egoísmo que se confunde con el amor, crecer en el dolor. Bellas ideas en un
film cuestionador y original.
Javier Luzi
Taking
Woodstock
(Estados Unidos, 2009.
Dirigida por Ang Lee).
El
“caso Ang Lee” es un misterio que me excede: él es capaz de tomar
historias potencialmente interesantes como la relación clandestina entre dos
cowboys gays, un caso de espionaje durante la ocupación japonesa en China,
o, como en este caso, la historia del joven que logró que Woodstock se
encontrase con Woodstock (es decir, que el festival se realizase donde lo
hizo) y su coming-out en el proceso, extraerle todo lo que de
extraordinario, seductor, sugestivo o atrayente tenía el original, y
elaborar una obra... desprovista de interés e impulso vital. Las películas de
Ang Lee nunca son malas; a lo sumo son insulsas, insustanciales. Taking
Woodstock no es la excepción: centrada en Elliot Tiber y su
(aparentemente sencilla) cruzada por llevar a cabo el festival de música
popular más mítico de la historia, la película carece casi absolutamente de
conflicto. Sin él lo único que nos queda son una serie de viñetas amables
que incluyen a la gente del pueblo, la poco común familia de Elliot, los
organizadores del evento y la horda de descastados y marginales que
persiguen el sueño hippie de “amor y paz”, todos ellos muy buenos y
queribles. La “no-épica” de Taking Woodstock recién cobra fuerza en
su tramo final, cuando Elliot tiene uno de los viajes lisérgicos más bellos
jamás filmados, comparte una danza primal a pura carcajada junto a sus padres
drogados tras consumir, sin saberlo, brownies con cannabis y concluye con un
catártico baño/viaje en tobogán en una pileta de barro. Tal vez eso es lo
que le falta a Ang Lee: dejar de intentar extraer fría belleza de sus
imágenes y embarrarse un poco más en el fango de la realidad.
Hernán Ballotta
Antichrist
(Dinamarca-Alemania-Francia-Suecia-Italia-Polonia, 2009. Dirigida por Lars
Von Trier).
La última estafa fílmica de este chapucero danés que viene robando desde el
Dogma para vergüenza de su compatriota Dreyer, cineasta verdaderamente
religioso, es tan banal como cualquiera de las otras, bastante repugnante, y
muy aburrida. Un prólogo y un epílogo en blanco y negro son el pan rancio de
un sándwich en mal estado. Los primeros cinco minutos incluyen un montaje
paralelo en cámara lenta que exhibe la caída de un nene desde una ventana
mientras sus padres cogen en plano detalle. Hace décadas hubiera sido
escandaloso. Hoy ni siquiera es políticamente incorrecto. Y como Von Trier
lo reviste de trascendencia ni siquiera resulta paródico, en cuyo caso esas
imágenes hubieran ganado ligereza y lucidez. El grueso de la película exhibe
la catarsis posterior a la muerte del hijo, de ese matrimonio compuesto por
una mujer que está escribiendo una tesis sobre brujas y por su esposo
psicólogo. Con esos materiales Von Trier podría haber hecho una película de
terror y, en parte, así se la vende, pero su desprecio por el género como
herramienta formal, similar al de muchos de sus seguidores convencidos de
que el cine que vale la pena es el que no sabe narrar, arruina la única
posibilidad de salvación que tenía la película. La relación de pareja es
inverosímil, las conversaciones son pretenciosas y engrupidas, las
representaciones onírico-delirantes como las del afiche son burdamente
simbólicas. Finalmente, nos regala el espectáculo de la pierna de un hombre
atravesada por un taladro, un pene estimulado hasta volverse surtidor
sanguinolento, y un clítoris rebanado en plano detalle. La misoginia de la
película es tan grosera que parece impostada, pero nada indica del todo que
haya ironía en su despliegue. Tanto roza la ridiculez que uno se puede
sentir tentado a subestimarla.
Marcos Vieytes
Edèn a l'Ouest
(Francia-Grecia-Italia,
2009.
Dirigida por
Costa-Gavras).
El mar. Un barco de refugiados. Una transacción comercial sobre cuerpos y
vidas. Unos papeles de identidad que se rompen y se echan al agua. El engaño
(esperable). Elías llega nadando a tierra firme, las playas nudistas de un
resort de lujo donde la vida sólo muestra su lado amable. Costa-Gavras
actualiza con un espíritu liviano la picaresca trasladando al día de hoy las
peripecias de un “huérfano” moderno. Película de formación, de crecimiento,
que aprovecha además la figura del efebo griego masculino (objeto de deseo e
intercambio sexual para un compendio de oferentes a los que les sobra el
dinero y les falta la dignidad) en la construcción de su protagonista.
Inocente y naif, Elías acometerá lo imposible (pero jamás ilícitamente) por
alcanzar el sueño (que en su caso se llama Paris y trabajar junto a un
ilusionista) que lo impulsa durante toda la travesía de Grecia a Francia.
Como en toda película de camino, la dependencia de la trama con su protagonista
o los personajes secundarios que van apareciendo es primordial, y en este
caso la atención comienza a diluirse en una extensión excedida en metraje y
redundante en estereotipos. Javier Luzi
Irene
(Francia, 2009. Dirigida por Alain Cavalier).
La película
empieza con un par de planos del velatorio de la madre del director. Poco
más tarde, la mano de Alain Cavalier que no está sosteniendo la cámara abre
tres cuadernos y comienza con la lectura de los diarios que escribiera
durante parte de 1971 y 1972. La protagonista absoluta de ellos es Irene,
mujer que fuera esposa del cineasta y falleció por entonces en un accidente
automovilístico (cuenta Cavalier que cuando la hallaron, todavía viva, pidió
que no le avisaran del choque, tan segura estaba de que no había pasado nada
grave).
Todavía hay una
muerte más en la película, aborto que Cavalier ilustra, al igual que un
nacimiento, valiéndose de una sandía, un huevo y unas pinzas que ofician de
fórceps. También hay otra mujer, la actriz Sophie Marceau, con la que sueña
en una ocasión y en la que piensa como protagonista de un posible
largometraje de ficción sobre Irene. Antecedida por un fragmento de La
Chamade en el que Catherine Denueve pronuncia parlamentos que aquella
escribiera cuatro o cinco años antes de morir, la primera imagen de la Irene
original tarda en llegar a nosotros, aunque las palabras de Cavalier y el
regreso a los últimos lugares en donde estuvieron juntos la invocan y nos
preparan para su presencia. La foto de un perro, el primer plano de un pato
o la mirada de una modelo también le sirven para revelárnosla indirectamente
(la elocuencia apabullante del artista enamorado vuelve signo todo lo que
toca, o filma, que en este tipo de formatos viene a ser casi lo mismo). No
obstante, el objeto inmediato de la película es el propio Cavalier: el modo
en que habla, su cuerpo que padece gota y herpes o lastimado al caerse en
una escalera mecánica por no soltar la cámara, el pudor orgulloso que
revelan las metáforas y eufemismos con que se refiere a la intimidad sexual
que mantuvo con Irene. Así como un diario vale sobre todo por lo que dice de
nosotros mismos y, más aun, por lo que ni allí nos atrevemos a confesar,
Irene conmueve por Cavalier, por su voz baja, por su exposición, antes
que por esa mujer ausente que sólo pudimos conocer a través suyo. Una
película es también las circunstancias en que uno la ha visto, y más si
se trata de una como esta, en la que la intimidad de alguien se expone de
tal modo que precisa una recepción igualmente desnuda, generosa. Para mí,
entonces, Irene será siempre inseparable del hecho de haberla visto
en la segunda fila de un cine marplatense, pegado a la pantalla, a escasos
centímetros de ella.
Marcos Vieytes
Away We Go
(Estados Unidos-Inglaterra, 2009. Dirigida por Sam Mendes).
Se
genera una tensión extraña en la nueva película de Sam Mendes: acostumbrados
a su miserabilismo
–sobre todo en Belleza americana y Casi un
sueño– esperamos durante todo el relato que la pareja de Burt (John
Krasinski) y Verona (Maya Rudolph) termine sucumbiendo al cinismo más
extremo. Sin embargo, nada de eso ocurre y a pesar de las pálidas que les
arrojan en la cara los personajes con los que se cruzan en esta road
movie, ellos siguen firmes en su posición, una que se asemeja a un
confortable dejar ser y hacer. Esa fricción que mencionábamos es más notoria
si confrontamos a Burt y Verona con cualquiera de los otros personajes:
Away We Go es sin dudas una película mejor cuando ellos dos están solos.
Nosotros, que dudamos bastante de Mendes, queremos creer que esto es virtud
de los guionistas Dave Eggers y Vendela Vida, pero muy especialmente de
Krasinski y Rudolph, dos intérpretes provenientes de mundos lejanos al
director.
Krasinski no es Kevin Spacey, y Rudolph no es Kate Winslet.
No
hay pose de estrella ni regodearse en tics para la platea. Sólo dos
intérpretes elaborando personajes desde la honestidad y la sencillez.
Krasinski ya había demostrado cualidad sensible en The Office;
Rudolph, su potencia cómica en el "Saturday Night Live". Juntos
componen una pareja que exhala cercanía y esto permite que diálogos como el
del final, en la cama elástica, se conviertan en una más que sincera
demostración de afecto y comprensión marital. Ese amor de pareja que es muy
difícil capturar en el cine, y que Mendes, por una buena vez, comprende y
protege del posmodernismo que siempre representó.
Away We Go,
extraña y afortunadamente, es un remedio contra películas desgraciadas como
Belleza americana o Casi un sueño. Una especie de bienvenido
arrepentimiento fílmico de Sam Mendes. Mauricio Faliero
SECCION
PANORAMA/Nuevos Autores
(500)
Días con
ella (Estados
Unidos,
2009. Dirigida por Marc Webb). La relación de un espectador con su actriz o
actor predilecto de la pantalla grande se asemeja demasiado a la historia de
amor trunca de (500) Días con ella. Tom,
joven idealista (¿acaso no lo son todos?), se enamora de Summer. A ella le
gusta él, pero no cree en el amor. Y punto. La relación transcurre con
altibajos (¿acaso no lo hacen todas?) hasta que un día Summer, sin razón
aparente, decide concluirla. De ahí en más la depresión, la amargura, la
esperanza mutilada; esa espiral descendente a la que están condenados los
amantes no correspondidos.
El debutante Marc Webb narra esta historia avanzando y retrocediendo en el
tiempo, como ahora ya es costumbre para manufacturar películas “no
convencionales”. El mayor pecado de (500) Días con ella, más
allá de sostener una relación con la realidad que rodea a la pareja similar
a la de la serie “Friends” (es decir, casi nula) y de una voz en off
redundante y excesivamente didáctica, es creerse más original de lo que
es, proponiendo una retórica supuestamente autónoma que resulta antojadiza y
caprichosa.
Su estructura narrativa y tema son similares a los de Eterno
resplandor de una mente sin recuerdos, sus recursos cómicos se asemejan
a los del mejor Woody Allen (el de Annie Hall, pantalla dividida
incluida) y comparte sensibilidad y melancolía con Richard Linklater y
Cameron Crowe. La gran virtud del film, empero, es la de
identificar desde la puesta en escena la mirada del espectador con la de Tom
(Joseph Gordon-Levitt). Lo logra no sólo incluyéndolo en todas las
escenas y narrando desde su punto de vista sino, fundamentalmente,
fotografiando a Summer (Zooey Deschanel) como si la cámara hubiese caído
indefectiblemente bajo sus encantos, hasta el punto (obsesivo) de virar la
fotografía al azul y poblar el cuadro de objetos de ese color, en armonía
con los ojos de la actriz. De ese modo, no podemos sino enamorarnos,
alegrarnos, sufrir y sentirnos impotentes junto a Tom. Así, cuando
finalizó la película Summer quedó grabada en nuestras retinas. Para quien
esto escribe, la amable comedia agridulce (500) Días con ella es y
será “(95) Minutos con Zooey”.
Hernán Ballotta
Moon
(Inglaterra, 2009. Dirigida por Duncan Jones).
Precedida de buenos comentarios y premios (como el de mejor película en el
reciente festival de Sitges), Moon fue para algunos, entre los que me
incluyo, una de las decepciones de esta edición del festival. La ópera
prima de Duncan Jones, hijo del músico David Bowie, cuenta la historia de
Major Tom... digo, de Sam Bell (Sam Rockwell), astronauta empleado de una
empresa de energía y único habitante de la única estación espacial en la
Luna. Su tarea es supervisar la extracción de helio-3, mineral que se
encuentra sólo en el satélite natural, durante tres años para ser luego relevado
y regresar a su hogar con su mujer. Sam está a pocos días de cumplir su
plazo, pero en una misión de rutina ve un espejismo y se accidenta con su
vehículo espacial. Despierta en la sala de emergencia de la estación al
cuidado de GERTY, el robot local, una versión feel-good del
HAL de 2001: Odisea del espacio. Cuando va a verificar el estado del
transporte, se encuentra literalmente a sí mismo con vida pero severamente
lastimado en el accidentado vehículo. Moon tiene elementos en común
con Blade Runner, la ya mencionada 2001... y Solaris,
aunque carece del ímpetu maniático del film de Ridley Scott, de su
esteticismo barroco pero encantador y de las inquietudes filosóficas y la
grandilocuencia de las películas de Kubrick y Tarkovski (aunque comparte con
ambas el tono solemne). Es decir, es una carcasa vacía que intenta imitar
con poco éxito los mejores exponentes del género “ciencia ficción
existencial”, de lo que sólo se salva Sam Rockwell, capaz de ponerse al
hombro una película que lo tiene a él como único actor. Aunque desperdicia
sus grandes dotes cómicas, que exhibió con maestría en La guía del
viajero intergaláctico, film mucho más fresco que Moon y
probablemente (lamentablemente) mucho menos visto. Hernán Ballotta
Cold Souls (Estados Unidos, 2009. Dirigida por Sophie Barthes).
¿Quieres ser Paul Giamatti?
Ese podría haber sido un título para esta película. Y no sólo porque Giamatti hace de Giamatti, como Malkovich hizo de
sí mismo,
sino porque además Cold Souls se regodea con la ciencia ficción
existencialista muy en el estilo de aquel título de Spike Jonze. De hecho,
la directora Sophie Barthes parece haber escrito su opera prima pensando en
el público de Jonze, Charlie Kaufman o Michel Gondry.
Sin
embargo a Barthes todo le queda grande: carece de estilo visual, su sentido
del humor es más bien escaso y se toma las cosas demasiado en serio; aunque
este último parece ser un mal de esa generación a la que viene a representar
como exponente menor. Cold Souls arranca bien, con Giamatti burlándose
de la autoparodia en la que se ha convertido y dispuesto a almacenar su alma
en una clínica tras no poder hacerse cargo de una adaptación teatral de
Chejov.
Pero no parece haber muchas más ideas de las que se desarrollan en los
primeros minutos y el film luce estirado, sin rumbo, aburrido, sobre todo
cuando gana espacio una subtrama que transcurre en Rusia. Se podría decir
que paradójicamente la película adolece del mismo problema que Giamatti una
vez extirpada su alma: se queda hueca y sin vida. Cold Souls es ese
cuerpo fofo a la espera de algo que lo movilice. Mauricio Faliero
The Misfortunates (Bélgica-Francia, 2009. Dirigida por Felix Van
Groeningen).
Gunther es novelista, está por tener un hijo y le da por rememorar aquellos
años de la adolescencia en los que vivía con su abuela, su padre y sus tres
tíos. Los Strobbe no eran fáciles: indómitos, peleadores, borrachines,
maleducados, de esos que vuelven a las cinco de la mañana a casa luego de
protagonizar alguna pelea en el bar menos elegante del barrio. Belga como
los Dardenne, Felix Van Groeningen registra a la misma clase obrera que los
hermanos, pero su captura carece del virtuosismo formal de aquellos. Su
estética es más directa, sucia y desprolija.
Saga
familiar sobre el crecimiento entre malas herencias y toma de decisiones,
The Misfortunates a punto ha estado de convertirse en otro de esos relatos
provocadores (no recuerdo tanta gente vomitando dentro de una misma
película) que pueblan los festivales y se alzan con premios
–este, de
hecho, ganó en la Quincena de los Realizadores en Cannes– apelando al
patetismo de sus personajes.
Pero
Van Groeningen logra que las carencias de sus criaturas no sean una
alegoría de lo mal que estamos, sino una parte más de su brutal honestidad.
Y en ese germen de marginación, se anima a mostrar a Gunther como un chico
que puede discernir, capaz de elegir el mejor camino para él, sin que eso
tenga que desembocar en una felicidad obtusa. Nunca fue fácil para él, ni lo
tiene que ser ahora: “un hijo no deseado se mantiene con un trabajo no
deseado”, es su amarga reflexión.
Por eso lo mejor de The Misfortunates se encuentra en la libertad que
el director le otorga a ese personaje, en la sonrisa y las ganas de crecer del
joven Kenneth Vanbaeden (Gunther adolescente) y en la elegancia con que
camina por límites que la podrían haber llevado a un terreno desafortunado. Y
esto es lo mejor simplemente porque habla de toma de decisiones y de una
apuesta por contar antes que por juzgar. Mauricio Faliero
SECCION PANORAMA/Busco mi destino
Donne-moi la main (Francia-Alemania, 2008. Dirigida por Pascal-Alex
Vincent).
Dos jóvenes gemelos emprenden un viaje para asistir al entierro de su madre,
a la que casi no conocieron. Deben atravesar Francia y llegar a España. Para
ello eligen hacer dedo por las rutas mientras practican español entre ellos.
Otra película de caminos y de aprendizaje. Se cruzan con chicas con las que
hacen el amor en el auto, conocen a otra que abandona su empleo en una
gasolinera, enamorada de uno de ellos. A medida que avanzan en el recorrido asoman algunos
celos, viejas rivalidades, esos pequeños resquemores propios de hermanos que
irán aumentando de matiz hasta culminar con el ofrecimiento sexual de uno de ellos, por
parte del
otro, a un extraño en un bar de carretera a cambio de dinero y sin
consentimiento –ni conocimiento previo– del involucrado. En ese quiebre la historia los separará y se abre un
interregno donde uno se pregunta si el doble no es más que una pura
imaginación unitaria. Cierto diálogo en un tren oficia de sostén posible.
Pero más allá de esa ambigüedad que construye la película en su manera de
narrar, tan elíptica y silenciosa, tan fotográficamente bella y artificial,
hay una tensión permanente en los hermanos que sólo el final permitirá
desagotar en algún cauce. Hay amores que duelen y no nos dejan crecer a
pesar de ofrecer sólo cariño y quizá nada más que por eso. Javier Luzi
Unmade Beds (Inglaterra, 2009. Dirigida por Alexis Dos Santos).
Después de Glue (vista en Bafici), Alexis Dos Santos volvió a
Londres y filmó esta película que lo posiciona como uno de los jóvenes más
interesantes en el campo cinematográfico internacional. Unmade Beds
es una historia de jóvenes en búsqueda permanente. Alex quiere conocer a su
padre, Vera superar un amor. Con un lenguaje audiovisual extremadamente
moderno pero nunca vacío ni pura superficie, un ritmo que viene del montaje y jamás
del acelere videoclipero, una musicalización de una
originalidad y un buen gusto exquisitos, Dos Santos parece amalgamar una
película allà francesa (en ese amor que se encuentra y no se dice por temor,
que se entrega al azar) con otra allà inglesa (en ese joven de borrachera en
borrachera en exploración del deseo sexual que aún no tiene género y en
averiguación de la identidad filial que lo arraigue) y salir airoso de la
prueba. Sentimientos que evitan la sentimentalidad. Adolescencia que adolece
y nos recuerda las marcas de lo que somos. Obra que desprende madurez, con
un trabajo de elipsis y de cámaras que subyugan, unas actuaciones certeras y
una banda sonora que nos deja tarareando. Javier Luzi
The Exploding Girl (Estados Unidos, 2009. Dirigida por Bradley Rust
Gray).
Historia juvenil. Verano y regreso al sitio que fue hogar. Ivy visita a su
madre en Brooklyn mientras pasea y atiende las llamadas de su novio que no
parece tan atento ni a la relación ni a los modales. Al le pide refugio
porque sus padres alquilaron su habitación. Cuando se cruzan es imposible no
darse cuenta de cuánto amor desprenden los ojos de él, los gestos, el cuidado,
las posturas. Pero hay amores que no serán nunca o que requieren de otros
tiempos. Y aparecen otros y se esfuman algunos. Y algo se rompe y algo se
inicia o cambia. Bradley Rust Gray aprovecha las grandes actuaciones de sus
protagonistas para dotar al film de una frescura y una puesta en escena
originales. Pero ciertas repeticiones y una liviana construcción de
personajes merman un poco el resultado
final. Javier Luzi
SECCION
PANORAMA/Hora Cero
Accident (Hong Kong, 2009. Dirigida por Cheang Pou-Soi).
Si bien es cierto que en Suiza se fabrican los mejores relojes, Hong Kong es
el hogar de las más perfectas películas de género-mecanismos de relojería
del mundo, y su epicentro es Milkyway Image, la compañía productora fundada
y dirigida por el gran Johnny To y su frecuente colaborador Wai Ka-Fai.
Precisamente de ese inagotable semillero surge Accident, modelo 2009
firmado por el artesano Cheang Pou-Soi, creador del interesante modelo 2006
Dog Bite Dog. En Accident, un grupo de obsesivos asesinos a
sueldo especializados en manufacturar supuestos accidentes mortíferos se ve envuelto en una trama
macabra cuando en una de sus operaciones uno de los miembros muere al ser
atropellado por un ómnibus fuera de control. De ahí en más el líder del
grupo, que sospecha que ese accidente fue también prefabricado, se interna en
los sinuosos senderos de la paranoia. Este elegante y eficaz modelo oriental
parece la cruza entre el berreta y de consumo en masa
Destino final (un reloj divertido y feliz, perfecto para quién desee
saber la hora de su muerte) y el vintage y mucho más reputado La
conversación, relojería de autor responsabilidad del relojero loco
Francis Ford Coppola. Como en Johnny To, la precisión mecánica del accionar
del grupo (pura acción sin diálogos, Jean-Pierre Melville mediante) funciona
como espejo perfecto de la puesta en escena de la película, conformando una
puesta en abismo que incluye a la película y a la ficción que construye.
Pero Accident está más cerca del Johnny To más grave y hermético, el
de Election o Mad Detective, que del para mi más interesante,
divertido y juguetón de Exiled o de Running Out of Time. Hacia
su mitad, la película se cierra sobre el protagonista y se contagia de su
algo forzada oscuridad y paranoia. Afuera queda el placer lúdico del trabajo
bien realizado de la primera mitad. Una lástima, porque tanto las mejores
películas como la más cuidada relojería son gestos de placer y de amor por
el oficio. Hernán Ballotta
The Revenant (Estados Unidos, 2009. Dirigida por Douglas Kerry
Prior).
Un joven soldado norteamericano muere en la guerra de Irak y regresa a la
vida tras ser trasladado a su país. Con este punto de partida Joe Dante hizo
un extraordinario por descabellado y genial alegato político en
Homecoming, y el ignoto William Lustig se mandó un fallido slasher
ridiculizando a la derecha belicista estadounidense en Uncle Sam. En
esta ocasión el redivivo lo único que quiere es hacer tras la muerte lo
que su novia le prohibió en vida: salir de fiesta con su mejor amigo... y para
satisfacer su apetito de zombie/vampiro (¡que de eso también se trata!), beber la sangre de algún
desprevenido. Para conseguir el tan preciado plasma, redivivo y amigo
encuentran la solución perfecta: aprovechando la invulnerabilidad del muerto
vivo, atrapar y asesinar a los criminales de la ciudad para hacerse con su
sangre. Insatisfecha con ser una película de zombies, The Revenant
intenta ser también una película de superhéroes, de vigilante anónimo, una
buddy movie, una comedia negra y una romántica, todo al mismo tiempo.
Y como era de esperar, porque las pretensiones son muchas y el talento poco,
revisita todos estos géneros torpemente, de forma superficial y caprichosa,
casi adolescente. Qué feo debe ser, Douglas Kerry Prior, levantarse todas
las mañanas y mirarse al espejo esperando ver a un discípulo de Quentin
Tarantino y encontrarse, ¡horror!, con que se es nada más que un mal clon de
Guy Ritchie. Hernán Ballotta
The House of the Devil (Estados Unidos, 2009. Dirigida por Ty West).
El film de Ty West se va construyendo con indicios. Durante casi una
hora no pasa casi nada, pero al espectador le pasa de todo. La puesta en
escena va dejando pequeños trazos del horror, de lo maligno, y sólo le
basta recurrir a ruidos inexplicables, situaciones fuera de norma, la
presencia de Tom Noonan (un eterno secundario al que sólo le basta plantarse
frente a la cámara para desestabilizar al espectador) y planos que espían a
la protagonista, poniendo al público en la situación de voyeur. Asimismo, la
década del ochenta funciona aquí no sólo como soporte musical o como una
evocación u homenaje a un particular momento del género de terror (pleno
de crisis, rupturas, nuevos realizadores que buscaban renovar la estética
del horror), sino que también actúa como metáfora de una sociedad en la que lo
superficial, lo convencional y lo institucionalizado, tras su aparente
solidez, sólo son las máscaras del espanto. Todos estos factores se condensan en un
plano especialmente logrado, donde el público advierte algo que la
protagonista no consigue observar. En ese momento, la certeza conduce al
pánico. Sabemos más que la protagonista, queremos ayudarla pero no podemos.
El terror pasa a ser el verdadero protagonista. Uno de los mejores momentos
del presente festival. Y una de las más interesantes películas que
dio el género en los últimos años. Rodrigo Seijas
SECCION
PANORAMA/Sentidos del humor
Louise-Michel (Francia, 2008. Dirigida por Gustave de Kervern y Benoit
Delépine).
El par de responsables de esta película, también directores de la hace poco
estrenada en DVD Aaltra, son capaces de conseguir que el asesinato
fuera de campo visual de un nene africano adoptado por un especulador
financiero no sólo nos parezca una decisión irreprochable, sino justa. De la
noche a la mañana, un grupo de obreras de entre 35 y 50 años se queda sin
trabajo y, entre la opción de poner un negocio o desnudarse para un
calendario, deciden contratar a un asesino a sueldo para que elimine al
responsable de su situación, que no es uno sino muchos y elusivos. La
ineficacia del killer en cuestión, inversamente proporcional a la
precisión milimétrica de los encuadres y el sentido rítmico del montaje que
exhiben los directores, prolonga el absurdo más allá de lo imaginable. Este
par de cineastas belgas no está lejos ni de Aki Kaurismaki ni de Jacques
Tati, pero pueden ser mucho más feroces que el primero y parecer bastante
menos cerebrales que el segundo. En cada plano fijo hay una posición tomada
sobre el mundo que es cualquier cosa menos arrogante y, por ende, un mundo
tan amplio y preciso a la vez como el de la mirada que lo dispone. Como
The Time That Remains, la otra gran película de este festival,
Louise-Michel demuestra que no es el movimiento de la cámara lo que le
da entidad e intensidad a la mirada. Marcos Vieytes
Castaway on the Moon (Corea del Sur, 2009. Dirigida por Lee Hae-jun).
Un
tipo intenta suicidarse arrojándose de un puente y termina cayendo en una
isla ubicada a unos escasos kilómetros de la ciudad. Sin embargo, y a pesar
de tener la costa ahí enfrente, queda incomunicado y tiene que aprender a
sobrevivir como Tom Hanks en Náufrago: salvo que mientras aquel
quería volver a tierra firme, este disfruta de la soledad obtenida
fortuitamente.
Lo
que hace el director coreano Lee Hae-jun es jugar con este conflicto y
estirarlo al límite de sus posibilidades, siempre con un registro de comedia
entre lo sofisticado y lo escatológico. Sin embargo, como si desconfiara de
las posibilidades de la propuesta, quiebra el ritmo humorístico con una
segunda historia que tiene a una joven encerrada, totalmente incomunicada en su habitación.
El
problema básico de esta porción del relato, que inevitablemente se terminará
cruzando con la otra, es que si bien denota un cierto aire burlón respecto
de los códigos narrativos del cine oriental, sobre sus personajes y conflictos,
también acusa una excesiva fruición por la alegoría.
Mientras una mitad de Castaway on the Moon parece Buster Keaton
mezclado con Mike Myers, la otra desvive por decir algo sobre el
mundo.
Y como se imaginan, en la última media hora lo que se impone es un melodrama
excesivo, que deforma la carcajada estruendosa construida a fuerza de gags
efectivos sin ninguna necesidad. Posiblemente en ese final haya aciertos
formales y actuaciones muy buenas, pero uno se lamenta por la
diversión abandonada y porque en definitiva el náufrago termina siendo el
humor, dejado a la deriva por Lee Hae-jun, ya sin posibilidad de retorno.
Mauricio Faliero
True Adolescents (Estados
Unidos, 2009. Dirigida por Craig Johnson).
Hay películas que deciden su destino en el último plano. Pudieron haber sido
brillantes durante todo el metraje, pero si en el final niegan lo contado
anteriormente, todo lo construido se caerá a pedazos. (500) Días
con ella es un ejemplo: durante la última mitad deja de lado
lo cimentado en la primera hora, cayendo en la convencionalidad, la
banalidad, el conformismo. Pero el film de Craig Johnson, pequeño y básico
en su estructura –un treintañero rockero, totalmente inmaduro, debe
acompañar a dos adolescentes en un viaje de camping–, nunca se traiciona.
Durante toda la historia se ríe con el trío protagónico, y no de ellos. Del
mismo modo, va transitando un camino de aprendizaje junto con los
personajes. Y en el final no les concede la felicidad, la iluminación
ni la solución a todos sus problemas. Sí un pequeño margen de
conciencia acerca de dónde están parados y cuáles son sus opciones en la vida. Y
les deja la difícil y dura decisión en sus manos. La manipulación está
ausente en este relato que sólo ofrece criaturas libres, tratando de lidiar consigo
mismas. Rodrigo Seijas
SECCION
PANORAMA/El estado de las cosas
Food Inc. (Estados Unidos, 2008. Dirigida por Robert Kenner). ¿Somos lo que
comemos? ¿Y qué comemos? ¿Y cómo? El hombre es omnívoro, la primera pregunta
parece afirmativa entonces. Con las otras se complica en este siglo rápido
en que lo que no sobra es tiempo. Ni para que una fruta o un vegetal maduren
naturalmente ni para que un animal crezca sin apuros ni el agregado de
aditamentos artificiales. El contundente documental de Robert Kenner
construye un entramado que demuestra cuánta injerencia tiene la economía
sobre el desarrollo tecnológico, y cómo la sociedad padece estos cambios
de hábitos y conductas alimentarios creyendo naturales las modificaciones
coyunturales que no son más que sumamente convenientes, en términos de
ganancias, para los grandes grupos económicos de poder.
Centrado en el
pueblo norteamericano, no resulta un film hecho únicamente para ese
público
–quizá por la globalización de su comida, ya por el carácter
simbólico que aún mantienen los EE. UU. de ser un país que sabe controlar–.
Todos nos sentimos tocados al verlo. Lo cierto es que uno se pregunta si
tanto surgimiento de nuevas enfermedades, tanto mal vivir, no tendrá que ver
con lo que nos llevamos a la boca.
Food Inc.
mezcla testimonios directos, infografías, reconstrucciones digitalizadas con
un montaje y una musicalización que atrapan y se apoya fuertemente en las
investigaciones que llevó a cabo Eric Schlosser para su best seller Fast
Food Nation. Entretenimiento con denuncia. Signo de estos tiempos.
Javier Luzi
SECCION
PANORAMA/Cine documentado
For the Love of Movies: The Story of American Film Criticism (Estados
Unidos, 2009. Dirigida por Gerald Peary).
Convencional y televisiva, For the Love of Movies es (tal vez
involuntariamente) dos películas en una. La primera, una breve historia de
la crítica de cine norteamericana (probablemente, por volumen e influencia,
la más importante del mundo junto a la francesa) contada con escasa
perspectiva centrada principalmente en la eterna disputa entre los
“Paulettes” o seguidores de Pauline Kael y los “Sarristas”, aquellos
dogmatizados por la “teoría del autor” de Andrew Sarris. La segunda es una
mirada a la supuesta crisis de la crítica norteamericana y sus dos síntomas
más visibles: el despido masivo de críticos de publicaciones impresas y la
creciente oferta de crítica de cine en Internet, que tiende hacia la falta
de jerarquía de la información y en la que conviven críticos reputados con
entusiastas fanáticos y “quote whores”, aquellos pseudos-críticos que
aprovechan los beneficios de las productoras a cambio de reseñas favorables.
Las dos películas tienen serios problemas: la primera, en su
falta de criterio, trata con superficialidad las muy complejas y valiosas
obras de críticos como James Agee o Manny Farber, ignora otras (¿dónde está Peter Bogdanovich? ... ¿Cómo? ¿En ningún lado?”) y eleva
algunas más bien irrelevantes. La segunda está marcada por una fúnebre
nostalgia, y repite como mantra la gastadísima y reaccionaria consigna
“todo tiempo pasado fue mejor”. Lo peor es que no profundiza en el verdadero meollo del asunto: la relación entre la industria
y la crítica, la razón por la cual esta última es hoy desestimada, como
indica el insoslayable libro de Jonathan Rosenbaum “Movie Wars” que, dicho
sea de paso, jamás es mencionado en este documental. Si los críticos somos
críticos por amor a las películas, no es precisamente por películas como
ésta. Hernán Ballotta
SECCION
PANORAMA/Banda de sonido original
The Heart is a Drum Machine (Estados, 2009. Dirigida por Christopher
Pomerenke).
La pregunta de orden ontológico por la esencia de las artes es una de las
cuestiones centrales de todo discurso estético. No es casualidad que uno de
los libros fundamentales de la teoría cinematográfica lleve como nombre,
precisamente, “¿Qué es el cine?”. The Heart is a Drum Machine
traslada esa pregunta al terreno de la música y se la realiza a músicos o
actores relacionados con ella. Las diversas respuestas giran en torno de dos
grandes órdenes: el biológico y el esotérico. Es decir, que la música es una
vibración del aire percibida por nuestro oído y decodificada en nuestro
cerebro, o que es una poderosa fuerza que nos conecta el resto de la
humanidad o la expresión sonora de nuestros sueños. Dejan afuera cualquier
tipo de explicación sociológica y semiológica, porque la música es también
un producto cultural y un lenguaje fuertemente codificado. En consecuencia,
las respuestas no trascienden lo intuitivo, del mismo modo que el documental
tampoco trasciende la estructura básica de “cabezas parlantes”. Sin embargo,
las varias declaraciones del guitarrista John Frusciante y la concepción del
enigmático John Maynard Kennan, cantante de Tool, del arte como fricción
entre elementos que no se corresponden naturalmente juntos elevan la media de
este documental que, paradójicamente, no tiene ni corazón ni ritmo.
Hernán Ballotta
SECCION
RETROSPECTIVA FESSER
Camino (España, 2008. Dirigida por Javier Fesser).
Alexia González-Barros es una nena española que en 1985, cuando tenía 14
años, murió después de una larga enfermedad. Su caso está en proceso de
beatificación. Jesús es Cristo, claro, pero también un chico de quien está
enamorado el personaje de esta película inspirada en el caso de Alexia.
Camino es tanto el título de la obra central del Opus Dei –organización
a la que pertenecían los padres de la niña– como el de esta última película
de Javier Fesser (El milagro de P. Tinto, Mortadelo y Filemón)
a la que cabe definir como una vida de santos en John Foos o como la pasión
(en el sentido cristiano) de Cenicienta. Crítica-ejercicio del cine en tanto
que experiencia religiosa (antes que espiritual), hagiografía hereje, o
revisión de Las Hurdes de Luis Buñuel, valiéndose fantásticamente del
biopic en lugar del documental, como puesta en escena del impulso
sádico del ojo. Camino es una película en la que no se respira, en la
que se muere lentamente con la nena que sufre de cáncer. En la que se nos
hace sufrir con una premeditación y alevosía tal que le imponen
necesariamente a las imágenes un sentido opuesto al literal que, sin
embargo, no borra del todo la morbosidad de la propuesta, y de allí su
singularidad incómoda. Porque la religión como sistema cerrado de creencias
es homologado al cine narrativo convencional como sistema de representación
basado en el arte de la manipulación y proveedor de un goce extremo,
peligroso, perverso pero irrefutable. Marcos Vieytes
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