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Primer Plano in situ
48º Festival de San Sebastián
Segunda
nota (1ª Nota) (Balance) (Premios)


Decepción oficial, emoción paralela


SAN SEBASTIAN, 24 de septiembre de 2000.–
¿Serán los primeros efectos de un ritmo frenético de películas? ¿O será que, tal y como confirman casi todas las voces, el nivel de este Festival de cine de San Sebastián está sufriendo un bajón en regla? Sea cual fuere la razón, no cabe sino lamentar y celebrar a un mismo tiempo este bache.

Lamentarlo, porque las películas que están completando la sección oficial a concurso no están dejando un buen sabor de boca. Celebrarlo, porque demuestra que el arranque fue excelente con escasos reparos. La comunidad, quinta película de Alex de la Iglesia, que tras la ceremonia de inauguración parecía una película corriente, con el devenir de los días y el apoyo incondicional de buena parte de la prensa española (algo sospechosamente habitual con las grandes películas producidas por Andrés Vicente Gómez) aparece como la gran candidata a ganar algo, cualquier cosa. Es que lo que se ha visto junto a ella oscila entre la más aséptica corrección expositiva y el esteticismo.

La película que más me ha agradado dentro de las que compiten es Tinta roja, de Francisco Lombardi, coproducción hispano-peruana no exenta de interés, pero tampoco digna de ningún galardón. Su mesura, su apego visceral a la conveniencia social peruana a la vez que a los más habituales usos narrativos, le restan gran parte del interés que promete en su arranque. La "pérdida de la inocencia" de que habló Lombardi en su charla con los medios de un muchacho que entra de aprendiz en un periódico sensacionalista de Lima acaba acusando un artificioso tono aleccionador, rematado con intenciones moralizantes. Su dignidad, el mero hecho de reconocerse incapaz de quebrantar ningún código, logra que se pueda hablar de una propuesta honesta, sentida y, en algún caso, motivo de homenajes puntuales a su novelista de cabecera: Mario Vargas Llosa.

No hace falta que les diga más. El público argentino podrá comprobar en sus propias salas el verdadero calado de Tinta roja, así como podrá hacerlo con La comunidad, rendida a los homenajes y plagios más caprichosos y variopintos, de Hitchcock a La guerra de las galaxias pasando por The Matrix. De la Iglesia vuelve a hacer una película sin pretenciones ni resultados, como ya nos tiene acostumbrados, una especie de corto alargado con ideas muy puntuales en la que, si uno piensa, no queda más que la situación de arranque y el desenlace, algo muy sintomático. Pese a todo, Andrés Vicente Gómez sostiene que será un gran éxito de taquilla, ése que levante la cuota de mercado del declinante cine español del 2000. Permítanme que lo ponga en duda. Y excusen mi indisimulada opinión desfavorable al trabajo del productor de Lola Films, pero no me sale de la cabeza que haya echado para atrás al nuevo proyecto deVíctor Erice... "por su dudosa aceptación comercial" (sic).

La que no podrán ver será Alaska.de, una película alemana que tampoco merece la pena ser vista. Ustedes se libran. Yo me la tuve que tragar enterita. El press book afirma que sólo dura hora y media, pero se me hizo mucho más larga que cualquier otra del festival (y las ha habido muy generosas en cuanto a metraje). Uno se pregunta cómo Esther Gronenborn, una directora bregada en el documental, puede firmar una película tan insustancial, retórica y esteticista. Cuando el cine alemán de Herzog, Wenders o Schlondorff era especialmente plástico, jamás poníamos en duda que tenían una historia que contar. La que promete Alaska.de se pliega a todas y cada una de las convenciones más rancias del pseudo-cine industrial estadounidense. Revestida de una estética "sucia", una fotografía con mucho grano y los tics de un "nuevo" cine moderno que pretende colarnos opciones estilísticas expoliadas de un lugar tan poco expoliable como la televisión, esta película alemana no logra pasar directamente al olvido porque se le notan tanto sus intenciones "de autora" que puede llegar a irritar.

María Novaro tampoco ha llegado con una película interesante al Festival. Sin dejar huella, coproducción con España y con la presidenta de la Academia Española, doña Aitana Sánchez Gijón, en el reparto, parece un remedo de la sobrevalorada Thelma y Louise. Como no es muy complicado superar el precedente, la película, también demasiado larga, se deja ver dentro de una corrección estilística que a más de uno condujo a la pregunta: "¿es posible que sólo quisiera contar lo que ha contado?"

Frente a estos estanques de imágenes, las propuestas que abarca la zona abierta (Zabaltegi) han agradado mucho más a público y críticos. Sin ir más lejos, Amores perros, que ya provocó que se hablara bien de ella en Cannes, ha contentado a casi todos. El pase a las doce de la noche y sus más de dos horas y media de duración en este caso no fueron obstáculo. La película del debutante González Iñárritu tiene aspiraciones, sabe a qué idea quedarse, qué quiere contar, y su estilo es vivo, estudiado, muy ajustado a cada una de las tres historias que entremezcla. La confrontación de diferentes estratos sociales y concepciones de la vida ofrece un conjunto casi redondo, al que sólo se le puede achacar algún exceso formal (el agotador gran angular no siempre se utiliza con una intención clara) o narrativo (reiteraciones en la imagen de tapiz entretejido que remiten la atención más hacia quién cuenta que hacia qué cuenta). Tiene suspense, drama y, sobre todo, bienvenida "mala leche" para tiempos de tanta circunspección.

El cine llegado del extremo Oriente se ofrecía como uno de los platos más interesantes de Zabaltegi. Y no ha fallado por el momento. A falta de ver lo último de Wong Kar-Wai, las películas Crouching Tiger, Hidden Dragon, de Ang Lee, y sobre todo A La Verticale De L’Eté, de Tran Anh Hung, son lo mejor que los ojos del firmante han tenido la suerte de echarse a la cara. La primera, sin romper las constantes temáticas del atrayente director taiwanés de ensalzamiento de la mujer que lucha contra el orden social, es una pelicula de artes marciales, de efectos especiales y acción. El romanticismo y la sensibilidad que demuestran algunas de las secuencias le hacen a uno recuperar la fe en el uso de los efectos especiales. Desde aquel baile de Goldie Hawn y Woody Allen junto al Sena, no había visto nada parecido.

Y Tran Anh Hung, que no logró el respaldo mayoritario de los comentaristas a su paso por Cannes con A La Verticale De L’Eté, ha firmado una película imprescindible, poblada de unas imágenes de una perfección compositiva y un lirismo antológicos, que demuestra la capacidad –maestría– para poner en escena una historia quizá demasiado compleja para lo que se intuye en principio. El modo en que combina los colores, ubica y mueve –o no– la cámara (pese a que parezca que puede inspirar estatismo, lo que revela es paz), ilumina y dirige a sus actores está muy por encima de la media, y por encima también de los excesos de su anterior trabajo, la ya lejana Cyclo. Remite un poco a El olor de la papaya verde, pero tampoco hay comparación.

En los momentos de resaca inmediata (el final es casi doloroso) tras la conclusión, un compañero de la prensa me comentaba que las películas como esta deberían durar 24 horas, estar en sesión continua y permitir que cualquiera con la moral baja pudiera reconfortarse volviendo a entrar en la sala unos instantes. No obstante, no ganará el premio del público. Hubo división radical de opinones: enfervorizados como yo, que aplaudí al acabar el film (algo que me parece una insensatez, aplaudir a una pantalla blanca), y enfervorizados como otros, que rindieron callado homenaje a la película con su sueño, y silbaron a nuestros aplausos.

Esperemos que tampoco gane el premio del público alguno de los films rancios y caducos antes de estrenarse que se han visto también en Zabaltegi. Si mi opinión sobre el actual cine alemán era baja luego de ver Corre Lola corre o Aimée y Jaguar hace unos meses, y más se devaluó con Alaska.de, tras salir de la terrorífica sesión doble que unió England! (Achim von Borries) y 27 Missing Kisses (Nana Djordjadze) he decidido no darle más oportunidades. No sé qué opinarán ustedes.

En el apartado de celebridades, el Festival funciona como un reloj. El sábado bien temprano, Sir Michael Caine, protagonista de Shiner (en la sección oficial pero fuera de concurso) y premio Donosti de este año junto a Robert De Niro, se presentaba ante los medios muy afable, con ganas de conversar sobre su carrera y sobre San Sebastián. Bernardo Bertolucci lo había hecho el día anterior, hablando de los temas más inesperados quizá por culpa de que los periodistas somos demasiado variopintos, inconsecuentes y con no demasiado olfato para sacar lo que deberíamos de una rueda de prensa.

Además ya han pasado por San Sebastián un discreto Ang Lee, Tran Anh Hung, Aitana Sánchez Gijón, Francisco Lombardi, Fele Martínez, Assumpta Serna, Carmelo Gómez, el músico David Byrne (el domingo llega Caetano Veloso), Carmen Maura y casi todas las estrellitas del cine español. Mal que me pese, debo hacerme a la idea de que la única que faltará esta vez será Penélope. Mala suerte.

Rubén Corral