La libertad es un film singular. Su trama son las cosas que le
ocurren a un hachero de La Pampa (en la República Argentina) a lo largo
de todo un día. No de un día especial, poblado de inusuales anécdotas,
sino de uno de sus días típicos. Aquí no hay actuación en el
sentido habitual del término. Este joven, protagonista exclusivo,
es el verdadero hachero Misael Saavedra haciendo de sí mismo.La historia tampoco es tal cosa. O sí lo
es, en la medida en que consideremos que una no-historia, es decir la
renuncia a elaborar un tema (condensando o relegando determinados
aspectos, destacando ciertos otros), es también una historia. No es que no haya
elaboración, siempre la hay. Cada encuadre de La libertad es el
resultado de la decisión de mostrar algo (y no otra cosa), y lo mismo
ocurre con los tiempos, ya que 20 o 24 horas fueron reducidas a los 73
minutos que insume la proyección. Pero estas son decisiones obligadas.
Y todas ellas apuntan en la misma y férrea dirección: trasladar el día de
Misael a la pantalla sin agregarle un punto ni quitarle una coma.
Desde lo primero que hace nuestro
personaje-persona, que es buscar un buen lugar en el monte para evacuar
sus intestinos, hasta lo último, que es cocinarse una mulita (tatú
carreta) a la parrilla, cada acto de ese día tiene en el film un peso
idéntico al que tuvo (o debió tener; uno puede inferir ciertas cosas) en la
vida real de Misael. Naturalismo extremo, se diría, o si lo quieren más fashion:
minimalismo. Entre una cosa y otra, se ve al
chico caminando; marcando los árboles que luego hachará (en tiempo real,
o casi) y "pelará" (descortezando) hasta reunir los 15 postes
que malvende a un intermediario a razón de peso ochenta la unidad.
También cavará una zanja y talará más de un tronco ancho
con la ayuda de una motosierra, hará alguna llamada por teléfono, dormirá una siesta, escuchará la radio y otros pocos etcéteras.
Muchas de estas acciones consumen largos minutos, bastantes más de los
que hubieran sido necesarios para reflejarlas. Pero claro, se trata de una
decisión estructural... de una cuestión de estilo. La libertad
es, pues, un film estilizado.
Ya habrán adivinado que también es
una película difícil. Aburrídisima para los
unos, que no tolerarán ni los primeros diez minutos de este cine
descriptivo; excelsa para los otros (más de un crítico ya dio su
veredicto en este sentido), que percibirán una obra maestra, rigurosa,
plena de humanidad y respeto por su personaje. Por mi parte, no puedo
menos que apreciar la dedicación de Misael Saavedra, quien consiguió "no
actuar" su vida, sólo vivirla frente a una cámara que lo sigue bien de
cerca durante mucho tiempo. Y acuso recibo de la rigurosa captación y administración de espacios,
tiempos, sonidos (hachazos, motosierra, pájaros). Todo aquello, desde ya,
siempre en función de las mismas premisas: dar cuenta de ese día con meticulosa fidelidad; reflejar la vida del hachero sin entrometerse para nada en ella
(el final es la excepción a la regla, ya que el plano con que
el film culmina marca una cercanía inédita, una intimidad... la invasión
tan esquivada.)
Lo que tampoco puedo soslayar son
algunas preguntas. ¿Hasta qué punto tiene sentido la empresa?
¿No tiene derecho el espectador a esperar exactamente lo contrario: una mirada
sobre lo que se narra? El respeto por los personajes y sus historias es un
asunto delicado (ya nos ha ocupado en relación con el cine del iraní
Abbas Kiarostami, varios tramos de cuyas películas parecen revivir en
esta). En más de un segmento de La libertad a uno se le ocurre
que esta clase de respeto sugiere la impenetrabilidad de un tema y, en última instancia, cierta
especie de impotencia artística. Como si nada pudiera decirse de un
hachero pampeano.
Guillermo Ravaschino
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