Que las películas de Kim Ki-duk sean machistas es una cosa... y este
despropósito, otra. Aquí tenemos la historia de un viejo dueño de un barco
que tiene bajo su protección a una menor que, cuando cumpla los 17 años, se
convertirá en su esposa. El anciano defiende a su chica como si fuera una
mercancía, a puro flechazo con su arco que tiene la dualidad de
transformarse en instrumento musical. Más allá de la mutación festivalera
(con el consecuente lastre de una
corrección formal insustancial) que operó el cineasta surcoreano a partir de
Primavera, verano, otoño..., y que ha hecho que
gran parte de sus seguidores lo estén dejando a un lado, lo que aquí molesta
es el sesgo contemplativo de su acercamiento al punto del vista del
viejo, y a sus actitudes misóginas y conservadoras. La virtualmente nula
mirada crítica sobre ciertas "costumbres", que castigan a la mujer y la
condenan al rol mínimo de acompañante del hombre, impide disfrutar de
la belleza de los planos y de su excelsa fotografía, a la vez que genera
desconfianza sobre todo lo que se escucha. Los personajes honestos, o
nobles, son castigados en pos de ya ni se sabe bien qué tradiciones
milenarias. La escena en la que la joven tiene un orgasmo y es desvirgada
provoca vergüenza ajena. Y volviendo a la dualidad arco-instrumento musical:
sigo esperando su conexión con la historia.
Mauricio
Faliero
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