El
Festival de San Sebastián, como tantos otros, acostumbra homenajear a
distintas personalidades del quehacer cinematográfico, que pasan a ser las
presencias notables en esta espléndida ciudad. Y la 53ª edición del evento
no fue la excepción. Estuvo Abel Ferrara, a quien
se le dedicó una de las retrospectivas, mientras la otra fue para Robert
Wise, quien murió pocos días antes de la inauguración del festival, a los 95
años. Este año los tradicionales premios a la trayectoria –o premios
Donostia, nombre vasco para esta ciudad– fueron para los consagrados
estadounidenses Willem Dafoe y Ben Gazzara, quienes por supuesto acudieron a
recibirlos.
Otro que recibió
premio fue el surcoreano Kim Ki-duk, a cuyo Hierro 3 la Federación
Internacional de la Prensa Cinematográfica le otorgó el Gran Premio FIPRESCI
como la Mejor Película del año (entre julio de 2004 y agosto
de 2005). Vimos Hierro 3 en el último Bafici y próximamente se estrenará
comercialmente en Argentina. Con este film Kim ya había ganado el León de
Plata al Mejor Director en el Festival de Venecia y Espiga de Oro en
Valladolid, ambos en 2004. Pero el prolífico Kim no sólo recibió el premio
sino que también presentó su último opus, llamado El arco, un film
algo decepcionante, pues si bien mantiene total coherencia con el resto de
su obra, produce cierto déjà vu al reiterar fórmulas que han
resultado muy apreciadas en films anteriores como La isla, Bad Guy
o Primavera, verano, otoño, invierno... y otra vez primavera.
Kim Ki-duk no
concedió entrevistas individuales, sino que participamos del grupo de
críticos españoles y argentinos al que recibió en una sala del hotel Reina
Cristina, sede social del Festival Internacional de Cine de San Sebastián.
Se mostró sorprendentemente comunicativo, teniendo en cuenta que realiza un
cine introspectivo, cuyo rasgo más característico son los silencios. Hubiéramos deseado conversar sobre Hierro 3, pero
para Europa ese ya es un film del año anterior, y el interés general se
concentró
sobre todo en su último film y en el conjunto de su obra.
–En su última
película,
El arco,
volvemos a encontrar, como en
Hierro 3 y
La isla, a un personaje principal que no pronuncia palabra alguna, ¿qué
papel juega el silencio en su cine?
–Mis guiones originales incluyen siempre diálogos al principio. Luego,
durante el proceso del rodaje, los voy omitiendo y sustituyendo por gestos o
expresiones. Así, el público al verla empieza a crear los diálogos por sí
mismo.
–En
El arco,
la historia se vuelve a desarrollar, como en sus primeras obras, en un
entorno natural alejado de los ambientes urbanos; toda la acción se
desarrolla a bordo de un barco, después de dos películas que transcurrían en
una ciudad.
–Mis
películas se ambientan en general más en lo rural que en lo urbano.
Personalmente, prefiero el ambiente rural y tradicional. Busco mostrar en la
naturaleza aquello que teníamos y se ha ido perdiendo. En el mundo moderno
hay muchas comodidades, pero también muchas dudas. Mis films están llenos de
contradicciones, como nuestra vida constituye una continua contradicción,
como las dos caras de una moneda, como el negro y el blanco, el bien y el
mal. Yo intento mostrar los dos extremos, que además creo que siempre están
unidos de alguna forma.
–Sus películas,
eminentemente poéticas, también traen buena dosis de sordidez y violencia.
–Sí. En este mundo en el que nos ha tocado vivir hay muchas formas de
violencia, como la guerra de Irak o lo que están haciendo los Estados Unidos
en Afganistán, y vemos esa violencia en la televisión. Pero el mundo
cotidiano está repleto de violencia cotidiana. Esa es la que a mí me
interesa.
–¿Considera que ya
ha dicho todo lo que tenía para decir sobre la guerra de Corea?
–Estoy
conforme con Address Unknown y The Coastguard, donde presenté
una visión actual del conflicto. Tengo ahora el proyecto de realizar un film
sobre las relaciones de Estados Unidos y mi país.
–¿Cómo influye su
condición de productor en su labor como director?
–En mis películas soy también el guionista, editor y algunas otras cosas
más. Todo esto me ayuda, porque soy más responsable de la obra y sé cómo
evoluciona globalmente. Eso me permite reducir el presupuesto. Si no actuara
de manera polivalente, necesitaría un equipo más numeroso, y de esta manera
puedo tomar mis propias decisiones, sin influencias ajenas.
–Alguna vez usted
ha mencionado la importancia del pintor Egon Schiele en su formación. ¿Qué
le ha aportado a su actual oficio de cineasta su experiencia como pintor y
fotógrafo?
–Schiele expresa el dolor y la tristeza en sus cuadros. Una parte de mis
películas están relacionadas con ese tipo de expresión. Pero no quiero
enseñar la suciedad y la pureza, lo admirable o lo reprobable, sino que
intento hablar de cosas extremas que se unen. Todo es una unidad. He
aprendido a reconocer que los colores blanco y negro son los únicos que
existen, son en realidad un solo color. Los conceptos opuestos no tienen, en
realidad, naturaleza contraria. No es fácil transmitirlo en una película: a
veces me sale bien, otras no.
–En su cine es
importante el tema del aprendizaje, a veces de la mano de una persona, otras
por los golpes de la vida.
–Los
ancianos de mi cine suelen ser maestros que demuestran lo que han vivido y
superado. Tienen mucha experiencia vital, son casi como dioses y enseñan a
los demás personajes. Así se muestra el círculo de la vida. Después de
aprender en la vida, llega el proceso de enseñar. Aunque en El Arco,
el hombre mayor aún no es un maestro como tal. Es todavía un ser humano con
su conflicto interior, lucha con un deseo que no lo deja en paz... No ha
llegado al punto de sabiduría del protagonista de Primavera, verano,
otoño, invierno... y otra vez primavera, quien ha hecho todo un proceso
de aprendizaje para ser sabio como los ancianos.
Pero atención: con
mis películas yo planteo preguntas, las respuestas están en los
espectadores. No pretendo hacer películas con respuestas unívocas ni
conclusiones definitivas. Eso sería peligroso. Cada uno interpreta las
metáforas visuales de una forma distinta, cada espectador tiene su propia
experiencia y eso le aporta su punto de vista. Mi última película es muy
distinta, en este sentido, a Million Dollar Baby. Esta es blanca y
transparente en su mensaje; la mía es negra.
–En
El arco hay un
personaje que porta un objeto, un arco, con una carga tan simbólica como el
palo de golf del protagonista de Hierro 3. ¿Qué función cumple para
usted el simbolismo de los objetos en su obra?
–Uso conscientemente los objetos para que los espectadores no vean sólo lo
evidente o lo que sucede, sino también otra dimensión. En las películas de
Hollywood se entiende todo al verlas una sola vez. En las mías no siempre
sucede así, por lo que dije antes. Las segundas y terceras visiones siempre
tendrán significados diferentes.
–¿Considera necesario trasponer la barrera del físico para llegar al
espíritu? En
Hierro 3
volverse invisible, en
Primavera...
atravesar la prisión, en
El arco
la muerte...
–Hay que traspasar esa barrera. Sin embargo, no tengo la certeza total de
que haya que eliminar el cuerpo.
Josefina Sartora
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