Mi
primera cobertura del Festival de San Sebastián, que cumplía su 53ª edición.
Los años le han dado una experiencia que se tradujo en una organización
impecable, ajustada en los mínimos detalles, una concurrencia de público
(98% español) que llenaba todas las funciones, y un tratamiento exquisito
hacia la prensa. La ciudad es un bellísimo ejemplar de la belle époque;
enclavada entre el mar y la montaña luce artísticos edificios del siglo XIX
magníficamente conservados.
Mucho se ha escrito
sobre la presencia argentina en este festival, sobre el reiterado éxito de
Iluminados por el fuego, sobre el nivel algo decepcionante de la
selección de films presentados, sobre el desacuerdo entre las preferencias
del jurado y las del público y la crítica, pero yo quiero referirme a
ciertas perlas de las que el Festival me permitió disfrutar. No en vano su
bella costa se llama Playa de la Concha, y el premio mayor, Concha de Oro.
Un collar de perlas: los documentales
Desde
hace unos pocos años en España, y en particular en Barcelona, se ha
consolidado una escuela documental que ha dado óptimos resultados. Después
del insuperable El sol del membrillo, de Víctor Erice, surgió un
grupo de documentalistas que renovaron el género con títulos como En
construcción, de José Luis Guerín, De niños, de Joaquín Jordá, o
el apócrifo Cravan vs. Cravan, de Isaki Lacuesta. Todos ellos con una
cuidada puesta en escena, un esmerado proceso de construcción e importante
planteo estético.
En la nota sobre el
último Bafici, ya me he referido al admirable El cielo gira, film
dirigido por Mercedes Alvarez que en esa ocasión barrió con todos los
premios. Tuve la oportunidad de conversar con Álvarez, quien nos confirmó
que El cielo gira se estrenará en Buenos Aires el próximo enero.
Aguaviva, dirigida por la catalana Ariadna Pujol, podría parecer un
derivado del film de Alvarez, pero nos enteramos de que ambas fueron
compañeras en el escuela Pompeu Fabra de documentales, donde es fuerte la
influencia de José Luis Guerín. Se nota esta filiación en el modo austero
pero elocuente de filmar la realidad, en este caso, como en el de El
cielo gira, la de un pueblo de España que corre el peligro de
desaparecer. La migración del campo a la ciudad parece un problema que los
españoles están afrontando en estos momentos, y en este caso, el alcalde de
Aguaviva hizo un llamado a los inmigrantes para que se instalaran en su
pueblo, ofreciéndoles beneficios laborales y sociales. La cámara de Pujol
registra los testimonios y más aun los sentimientos de argentinos, chilenos
y rumanos que acudieron al llamado. El desarraigo, la añoranza, la
diferencia y todas las características de los grupos trasladados están
plasmadas con sensibilidad, sin que falte la nota de humor.
Días azules
en cambio, de Israel Sánchez Prieto, es un documental en la línea de la
recuperación de la memoria, género que en Argentina ya está instalado, pero
que España recién empieza a cultivar. Se trata del seguimiento de los
trabajos realizados para recuperar los cadáveres que dejó una matanza
producida en un pueblo de León en una noche de 1936, cuando algunos
resistentes a Franco fueron llevados por la fuerza a un descampado y allí
fusilados y enterrados. Desde entonces están desaparecidos, y algunos
familiares han atravesado décadas viviendo con esa falta. Un grupo de
arqueólogos se ve ante la experiencia insólita de desenterrar restos de
personas que han sido conocidas por los contemporáneos: hermanos e hijos que
esperan reencontrar los restos de sus seres queridos. Las estrellas del film
son dos ancianas que han pasado su vida tratando de rescatar la memoria y
los huesos de sus hermanos. Si bien de personalidades opuestas –una es
católica y creyente; la otra, atea y extrovertida–, viven con la herida
abierta, y declaran que no hubo en época de Franco dignidad sino exterminio
de los vencidos, con un manto de silencio tendido sobre crímenes
inconfesables. El film sigue paso a paso el desarrollo de los trabajos de
excavación que se realizan en base a los testimonios de los sobrevivientes
de aquella época, el hallazgo y desenterramiento de los esqueletos, las
pruebas de ADN para la identificación de los mismos, y las discusiones que
se originan entre los habitantes del pueblo que acompañan a sacar a luz lo
tapado por metros de tierra. Treinta muertos en una noche en un pueblo pequeño.
Una muestra del horror de la guerra, y un duelo que se vive con 60 años de
atraso. Un film valiente y valioso.
La casa de mi
abuela,
de Adán Aliaga, es otro documental que presenta –como En construcción–
un tiempo que se acaba, en la figura de la anciana que vende su antigua casa
para que allí se construya un edificio de departamentos. Discípulo de
Guerín, Aliaga presenta con delicada sensibilidad el mundo íntimo de esa
mujer, su amistad con las vecinas, su relación con una nietita irreverente
que se rebela contra viejas convenciones, produciéndose un intercambio de lo
nuevo y lo viejo entre ambas generaciones.
A pesar de su
título, ¡Viva Zapatero! no se refiere a la realidad española sino a
la italiana. La directora Sabina Guzzanti, que ha sido comparada con Michael
Moore, presenta un polémico documento contra la censura que ejerce el
premier italiano Silvio Berlusconi, una denuncia en la lucha por la libertad
de expresión en un país gobernado por quien controla o posee los medios de
comunicación.
El premio
Horizontes Latinos fue para Toro negro, que también pasó por el
Bafici. Un singular documental mexicano, duro, íntimo y polémico, sobre un
torero de provincias que arriesga su vida en las fiestas populares mayas por
unos pocos pesos, en un camino de violencia y autodestrucción que corta el
aliento.
La perla escondida
Las
perlas más cuidadas de San Sebastián siempre han sido sus retrospectivas.
Estas procuran exhibir la filmografía completa de un director, y se edita un
libro con el análisis de su obra. Este año estuvieron dedicadas al tema
Rebeldes e insumisas, y a los directores norteamericanos Abel Ferrara y
Robert Wise. Rebeldes e insumisas fue un interesante rescate de
films protagonizados por las grandes actrices del cine mundial que
interpretaron papeles de amazonas o de aquellas que no se ajustaron a las
convenciones: así, vimos por supuesto a Mae West en un film difícil de
encontrar, Every Day's A Holiday, a Katharine Hepburn en A Woman
Rebels, a Greta Garbo como Reina Cristina, a Bette Davis en
Jezabel, Anna Magnani en L'Onorevole Angelina, y el documental
Dolores, sobre Dolores Ibárruri, la Pasionaria, entre otros. También se
exhibió La Raulito, y Marilina Ross estuvo invitada durante todo el
festival.
Como el tiempo no
daba para ver la enorme cantidad de películas programadas, elegí dedicarme a
la retrospectiva de Robert Wise, director para mí menos conocido y más
interesante que Ferrara. Wise estaba esperando un merecido rescate. En
realidad, murió unos días antes del inicio del festival, a los 95 años. Se
lo conoce sobre todo por dos de sus musicales: West Side Story y
The Sound Of Music (entre nosotros, La novicia rebelde). Sin
embargo, éstas distan de ser sus mejores películas, y podrían confundirlo
con un director de musicales, cuando justamente su característica más
notoria es que nunca se limitó a cultivar un solo género. Wise se movió con
soltura no sólo pasando de un género a otro, sino realizando films de clase
B después de grandes y ambiciosas producciones espectaculares. En sus
comienzos fue montajista de El ciudadano y de otros trabajos de
Welles, y siempre más interesado en la historia que en el género, alternó
thrillers con dramas, westerns, alguna comedia y el musical.
Ideológicamente fue un liberal, y en sus películas siempre esgrime la
defensa de los derechos humanos. Tuve la suerte de ver uno de sus mejores
film noirs,
Born To Kill (1947),
con un guión complicado, lleno de idas y vueltas y ambigüedades sobre la
moral, exquisitamente filmado e interpretado por una Gene Tierney generosa
en matices expresivos, víctima de un amour fou, y por Walter Slezak
como un detective de antología.
Más oscuro
resultó I Want To Live!
(1958), su alegato contra la
pena de muerte. Susan Hayward en el papel de su vida, luce extraordinaria
como la mujer de vida fácil y moral lábil, siempre transitando el borde de
la legalidad, injustamente acusada de un asesinato. Este film estableció las
pautas para el subgénero pena de muerte, con el juicio, la cárcel, los
rituales previos a la ejecución, la tensa espera del perdón, etc., que
Hollywood reiteraría hasta el cansancio. Something For The Birds
(1952) es su única comedia, con enredos del tipo screwball
interpretada por Patricia Neal y Victor Mature, una sátira a los grupos de
poder económico que ejercen presiones sobre el gobierno, de candente
actualidad. Mucho menor, Captive City (1952) es también un film
político, el desenmascaramiento que lleva a cabo un periodista de la red
criminal que subyace bajo la aparentemente ordenada estructura de su pequeña
ciudad. Wise es un maestro en el manejo de la luz y del contraste lumínico
en sus películas, y sabe cómo extraer todo el dramatismo de grises y negros,
así como del uso de la música de jazz. También sentó las bases del film de
boxeo en The Set Up (El luchador, 1940) sobre el veterano humillado
que pelea para recuperar su dignidad, con un magnífico Robert Ryan. La
historia discurre en tiempo real, con una sabia administración de negros y
contraluces. Por fin, The Haunting (1963) está considerada una de sus
películas más peculiares, un film gótico de horror en el que una casa
encantada parece la proyección monstruosa de los reprimidos deseos sexuales
de la protagonista. Un film de terror en el que el monstruo es la casa
misma, donde el efecto está logrado en base al sonido y juegos de cámara
sobre los objetos y el espacio.
La perla es una piedra femenina
Este parece haber sido el año de las mujeres. No sólo porque la presidenta
del jurado oficial fue Anjelica Huston, ni por la magnífica sección
retrospectiva Rebeldes e insumisas que mencioné antes, sino sobre
todo por la cantidad de films dirigidos por mujeres presentados en el
Festival.
A los documentales
de Pujol, Alvarez y Guzzanti se agrega el film de ficción Me And You
And
Everyone We Know, de la directora y artista multimedia Miranda July, que
había sido premiado en Cannes y tuvo muy buena recepción en San Sebastián.
Con un guión típico de Sundance, este film incursiona con soltura en los
tópicos del cine independiente: familias disfuncionales, adolescentes que se
inician en el sexo, amores contrariados, en fin, la problemática de la vida
cotidiana norteamericana, con el agregado de que la directora es también la
actriz principal.
Del otro extremo
del mundo vino La cueva del perro amarillo, otra excursión etnológica
en el pueblo de Mongolia, obra de
Byambasuren Davaa,
cuya Historia del camello que llora tuvo una sonada aprobación en el
Bafici 2004. Se esperaba una reiteración de sus temas, que se produce, y
esto no va en detrimento del film. La directora –formada en Alemania–
recupera las raíces de su etnia mongola a través de otra historia sencilla
en el seno de una familia nómada en su carpa de la estepa. El film tiene una
frescura y autenticidad para retratar una familia real, y la directora sabe
filmar niños y animales con mirada y mano sabias, en una película que no
considera que la dupla ficción/documental implique abordajes diferentes.
Entre las películas
argentinas, estuvieron Géminis, de Albertina Carri, y Cómo pasan
las horas, de Inés de Oliveira Cézar.
Perlas cultivadas
Por
último, hubo un grupo de films que deben destacarse, y hay que estar atentos
a su posible estreno en Argentina. Paradise Now, dirigida por el
palestino Hany
Abu-Assad,
ya pasó por el Bafici. Un film excelente sobre el último día de dos
guerrilleros suicidas que con una carga de explosivos adheridos a sus
propios cuerpos han de llevar a cabo un atentado en Israel. Aunque el film
decae hacia la mitad, abre interrogantes, plantea cuestiones más allá de la
ideología o la moral sobre un conflicto en el cual ambos bandos consideran
tener la razón.
En su reciente film
Mary,
Abel Ferrara
incursiona nuevamente en temas religiosos o devocionales, siempre en el
borde, nunca sabremos si lo hace en serio o de manera contestataria. Film
clase B, sobre la filmación de una película revisionista sobre Jesús que
reivindica la figura de María Magdalena como discípula favorita, lo cual
hace pensar en un film post El código Da Vinci. Lo dogmático se cruza
con la crisis de fe, la puesta en abismo del hecho cinematográfico, la
discusión teológica, la guerra en Israel… no falta nada. A pesar de lo
pesado del tema, el film tiene alguna propuesta diferente a la convencional,
y está filmado casi todo en primeros planos, y muy bellos planos generales
de una Nueva York nocturna.
El
jurado oficial ignoró una de las favoritas, Je Ne Suis Pas Là Pour Etre
Aimé de Stéphane Brizé, una muy buena comedia sobre el amor en la edad
madura y una de las películas más agradables del festival. Nada pretenciosa
y muy convencional, mantiene siempre un tono contenido, tanto como el
protagonista, un ejecutor judicial avinagrado y reprimido, cuya vida cambia
al tomar clases de tango.
El último opus de
Jim Jarmusch, Flores rotas, causó cierta decepción. Tal vez el
problema resida en la actuación de Bill Murray como el soltero empedernido a
quien una anónima ex amante le anuncia que hace 19 años ha tenido un hijo
suyo, y éste sale en su busca. Murray insiste últimamente en una
representación minimalista, sosteniendo la misma expresión durante todo el
film, como si quisiera llevar al extremo el desapasionamiento de Perdidos
en Tokio. Ni siquiera el elenco de magníficas actrices que lo acompañan
–de lo mejor del cine yanqui: Sharon Stone, Jessica Lange y la inglesa Tilda
Swinton– logra sacarlo de su pasividad.
Otra decepción fue
El arco, de Kim Ki-duk, un viejo conocido a quien pudimos
entrevistar (ver link abajo). Reiteración de sus temas y motivos de siempre: el lugar
apartado, la inocencia amenazada, la llegada del héroe, el elemento mágico,
el objeto fetiche. En este caso, una niña vive casi secuestrada durante 17
años en un barco, donde su padrino espera su madurez para desposarla. Además del reciclado de elementos, un montaje torpe que no está a la altura
de su filmografía anterior. Y por supuesto, no podía estar ausente la
misoginia.
En cambio, nadie
salió decepcionado de la presentación del último Woody Allen: Match Point
es el regreso del mejor Allen, una reelaboración de Crímenes y pecados,
un film noir dostoievskiano que transcurre en Londres, con mucha
elegancia británica y ni una gota de humor. Su protagonista es un nuevo
Ripley, un ser ambicioso y carente de moral, y el elenco, un lujo. Será un
buen estreno en 2006.
Josefina Sartora
Los
premios más importantes:
Concha de Oro:
Algo como la felicidad (Stesti), Bihdan Sláma, República Checa
Premio Especial del
Jurado: Iluminados por el fuego, Tristán Bauer, Argentina
Conchas de Plata:
Mejor
Actor: Juan José Ballesta en 7 Vírgenes
Mejor
Actriz: Ana Geislerová en Algo como la felicidad
Mejor
Dirección: Zhang Ryan
por
Girasol
Mejor
Fotografía: Jong Lin por Girasol
Mejor
Guión: Wolfgang Colase por Verano en Berlín (Sommer Vorm Balkon)
Premio FIPRESCI:
Tideland, Terry Gilliam, Gran Bretaña-Canadá |