Este documental
de Alejandro Fernández Mouján consigue transmitir la inocencia y la candidez
que sus protagonistas cultivan en relación con el pasado peronista. Y eso es
un logro. El pintor Daniel Santoro le propone a Miguel reconstruir en escala
un modelo del Pulqui, el avión que Perón, en su apogeo, mandó construir como
símbolo de un país que no tenía límites en su carrera hacia el desarrollo.
Esta reconstrucción en el presente conjuga el hacer con la idea de lo que
fue y lo que pudimos ser. Y además vuelve a entrelazar la política con el
arte mostrado desde el mismo procedimiento y la misma acción.
Si los cuadros
que vemos gestarse ante nuestros ojos trasmutan toda la imaginería peronista
en simbolismos y el sentimiento en colores y luz, el armado del avión es la
meta que puede hacer posible lo imposible y dar una nueva chance a un sueño
de barrilete convirtiéndolo en un pájaro
–una
revancha simbólica–,
y el mismo documental se hace cargo de este cruce al crear, digitalización
mediante, las imágenes de una Eva avanzando como un hada por un bosque de la
mano de una niña. Esta construcción del arte no está hablando sino de la
escenografía de un país real que en sus bordes se muestra en las imágenes de
la calle con esos seres en indigencia que se cuelan intermitentemente en las
idas y venidas de la Capital al sur del Gran Buenos Aires (el galpón donde
se reconstruye el Pulqui está en Valentín Alsina, antiguo barrio de fábricas
peronistas) o La Plata. Lo actual de un pueblo que se pinta esperanzado en
un pasado mítico y se observa hoy caído en la miseria. "Qué importa del
después, toda mi vida es el ayer, que me detiene en el pasado", se oyen los
versos de "Naranjo en flor" saliendo de una vieja radio y el tango se
resignifica porque parecería que ante esa nostalgia inmovilizante es que se
realiza Pulqui... y hasta los acordes de la célebre marchita suenan más
modernos. Pero sobre todo más auténticos, ¿tendrá que ver con las bases?
Javier
Luzi
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