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EL ADVERSARIO
(L'Adversaire)

Francia, 2002


Dirigida por Nicole Garcia, con Daniel Auteuil, Géraldine Pailhas, François Cluzet, Emmanuelle Devos, Bernard Fresson, Alice Fauvet.



Recuerdo bien cuando hace diez años los diarios informaron sobre el caso real en el que se inspira El adversario: Jean-Claude Romand, un hombre que había fingido durante años ser médico de la Organización Mundial de la Salud en Ginebra, culmina una vida de estafas y mentiras matando a toda su familia cuando sabe que por fin va a ser descubierto. En este mismo personaje se basó Laurent Cantet para su película El empleo del tiempo. Pero la directora Nicole Garcia realiza un film muy lejano al de Cantet: mientras que aquél en una adaptación libre elaboraba una reflexión sobre el trabajo, con una mirada fría y desapasionada sobre el fenómeno de la mentira, y dejaba de lado el aspecto más trágico, Garcia se basa en la novela de Emmanuel Carrère y sigue paso a paso la historia real, logrando un cuadro mucho más emotivo, cercano y angustiante de quien oculta un secreto difícil de sobrellevar. Como reza el epígrafe, “Peor que ser descubierto es no ser descubierto”, y esta carga agobiante es la que se traslada al espectador de manera realmente admirable.

Por tratarse de un sonado caso policial que permanece en la memoria colectiva, el film comienza por el desenlace, con la llegada del protagonista a su hogar, sucio y desaliñado. Allí nadie le responde y él recoge del suelo restos de violencia. Con esos mínimos gestos sabemos que la tragedia ya ocurrió. A partir de entonces, varios flashbacks reconstruyen la historia, en una vuelta hacia distintas zonas del pasado reciente, mientras que algunos flashforwards nos llevan al futuro de la investigación, en bifurcaciones del tiempo que estructuran magistralmente el relato.

En la primera escena, el protagonista lleva un traje manchado. Todo el film se constituye en una profunda reflexión sobre esa mancha, sobre la mentira y el Secreto indecible que cualquier ser humano guarda para sí. Garcia maneja y sostiene el suspenso en tanto transmite el dolor, la desesperación y a la vez el deseo de que la verdad salga a la luz. Durante todo el film, sentimos el peso que acarrea lo oculto y la necesidad de compartirlo. Ya decía Hitchcock que el suspenso muchas veces reside en que el espectador sepa qué está sucediendo mientras los personajes no se enteran. La máscara de Daniel Auteuil es el pilar que soporta esa angustia, su rostro impávido y también vulnerable bajo el peso del secreto, a veces descompuesto tras la máscara de un silencio que reprime el grito. Auteuil demuestra ser uno de los mejores actores del momento y puede calzar cualquier traje, de cualquier género. El otro puntal del suspenso es la música de Angelo Badalamenti, quien aprendió con David Lynch a sostener y prolongar la carga emocional de una situación.

Cercana a Chabrol, Garcia (Place Vendôme) también elabora en su cine una crítica a la sociedad burguesa. Para mantener una situación falsa durante tanto tiempo es necesario un entorno que lo permita: gente que no quiere saber o no supo ver, como dice ese amigo durante un interrogatorio escalofriante, y presiones sociales que empujan al hombre en su descenso. Familiares que prefieren que sea él quien administre su dinero sin rendir cuentas, una esposa que no participa de la actividad de su marido, en fin, un universo de ámbitos cerrados. Tal vez por todo esto el protagonista se busca una amante a quien aferrarse (Emmanuelle Devos, de Lee mis labios, aquí mucho más sexy), y siente que ella es lo único real en su vida.

Dice nuestro hombre en el momento de su confesión: “Pensé que lo iba a decir, y el tiempo se fue pasando...” He aquí el otro tema: el empleo del tiempo, un asunto que en el otro film era muy destacado. Tan inadmisible como la mentira que sustenta durante 18 años, es aceptar que el protagonista no deja de trabajar para hacer otra cosa, sino que pasa las horas muertas en su auto, totalmente inactivo: “No hago nada. Espero.” Y el film muestra las actitudes y posturas del cuerpo en esa espera, escuchando radio, comiendo galletitas, durmiendo muchas veces, y su vagabundeo, la errancia sin rumbo manejando autos cada vez más caros, con una agenda vacía que consulta mecánicamente. Maravilloso Auteuil en ese nihilismo exasperante, con la insatisfacción marcada en su mueca de desconsuelo, en las escenas que tal vez sean las más crudas del film. Aunque Garcia evita toda explicación psicológica, Auteuil expresa con sutileza la psicosis del personaje en su lucha interior. Y el paso del tiempo se observa también durante los flashbacks, que desde un campo nevado atraviesan todas las estaciones. Y siempre esa necesidad de llegar nuevamente al invierno, para que el círculo al fin se cierre.

Josefina Sartora      

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