Recuerdo bien
cuando hace diez años los diarios informaron sobre el caso real en el que se
inspira El adversario: Jean-Claude Romand, un hombre que había
fingido durante años ser médico de la Organización Mundial de la Salud en
Ginebra, culmina una vida de estafas y mentiras matando a toda su familia
cuando sabe que por fin va a ser descubierto. En este mismo personaje se
basó Laurent Cantet para su película El empleo del tiempo. Pero la
directora Nicole Garcia realiza un film muy lejano al de Cantet: mientras
que aquél en una adaptación libre elaboraba una reflexión sobre el trabajo,
con una mirada fría y desapasionada sobre el fenómeno de la mentira, y
dejaba de lado el aspecto más trágico, Garcia se basa en la novela de
Emmanuel Carrère y sigue paso a paso la historia real, logrando un cuadro
mucho más emotivo, cercano y angustiante de quien oculta un secreto difícil
de sobrellevar. Como reza el epígrafe, “Peor que ser descubierto es no ser
descubierto”, y esta carga agobiante es la que se traslada al espectador de
manera realmente admirable.
Por tratarse
de un sonado caso policial que permanece en la memoria colectiva, el film
comienza por el desenlace, con la llegada del protagonista a su hogar, sucio
y desaliñado. Allí nadie le responde y él recoge del suelo restos de
violencia. Con esos mínimos gestos sabemos que la tragedia ya ocurrió. A
partir de entonces, varios flashbacks reconstruyen la historia, en
una vuelta hacia distintas zonas del pasado reciente, mientras que algunos
flashforwards nos llevan al futuro de la investigación, en
bifurcaciones del tiempo que estructuran magistralmente el relato.
En la primera
escena, el protagonista lleva un traje manchado. Todo el film se constituye
en una profunda reflexión sobre esa mancha, sobre la mentira y el Secreto
indecible que cualquier ser humano guarda para sí. Garcia maneja y sostiene
el suspenso en tanto transmite el dolor, la desesperación y a la vez el
deseo de que la verdad salga a la luz. Durante todo el film, sentimos el
peso que acarrea lo oculto y la necesidad de compartirlo. Ya decía Hitchcock
que el suspenso muchas veces reside en que el espectador sepa qué está
sucediendo mientras los personajes no se enteran. La máscara de Daniel
Auteuil es el pilar que soporta esa angustia, su rostro impávido y también
vulnerable bajo el peso del secreto, a veces descompuesto tras la máscara de
un silencio que reprime el grito. Auteuil demuestra ser uno de los mejores
actores del momento y puede calzar cualquier traje, de cualquier género. El
otro puntal del suspenso es la música de Angelo Badalamenti, quien aprendió
con David Lynch a sostener y prolongar la carga emocional de una situación.
Cercana a
Chabrol, Garcia (Place Vendôme) también elabora en su cine una
crítica a la sociedad burguesa. Para mantener una situación falsa durante
tanto tiempo es necesario un entorno que lo permita: gente que no quiere
saber o no supo ver, como dice ese amigo durante un interrogatorio
escalofriante, y presiones sociales que empujan al hombre en su descenso.
Familiares que prefieren que sea él quien administre su dinero sin rendir
cuentas, una esposa que no participa de la actividad de su marido, en fin,
un universo de ámbitos cerrados. Tal vez por todo esto el protagonista se
busca una amante a quien aferrarse (Emmanuelle Devos, de Lee mis labios,
aquí mucho más sexy), y siente que ella es lo único real en su vida.
Dice nuestro
hombre en el momento de su confesión: “Pensé que lo iba a decir, y el tiempo
se fue pasando...” He aquí el otro tema: el empleo del tiempo, un asunto que
en el otro film era muy destacado. Tan inadmisible como la mentira que
sustenta durante 18 años, es aceptar que el protagonista no deja de trabajar
para hacer otra cosa, sino que pasa las horas muertas en su auto, totalmente
inactivo: “No hago nada. Espero.” Y el film muestra las actitudes y posturas
del cuerpo en esa espera, escuchando radio, comiendo galletitas, durmiendo
muchas veces, y su vagabundeo, la errancia sin rumbo manejando autos cada
vez más caros, con una agenda vacía que consulta mecánicamente. Maravilloso
Auteuil en ese nihilismo exasperante, con la insatisfacción marcada en su
mueca de desconsuelo, en las escenas que tal vez sean las más crudas del
film. Aunque Garcia evita toda explicación psicológica, Auteuil expresa con
sutileza la psicosis del personaje en su lucha interior. Y el paso del
tiempo se observa también durante los flashbacks, que desde un campo
nevado atraviesan todas las estaciones. Y siempre esa necesidad de llegar
nuevamente al invierno, para que el círculo al fin se cierre.
Josefina Sartora
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