Es difícil saber qué rumbo tomará en lo sucesivo la obra de Laurent
Cantet. Su nuevo film es, sin quererlo, la antítesis del anterior, Recursos
humanos. Aquella magnífica ópera prima ahondaba en uno de los más
terribles problemas de este momento: el desempleo y la dictadura
empresarial. Y lo hacía magistralmente. Muchos films recientes tocan ese
tema pero la mayoría hacen agua en la profundidad conceptual e
ideológica y se quedan, con suerte, en la denuncia. Es como si ciertos
directores quisieran cumplir y quedar bien al retratar marginales o
desocupados, sin lograr más que una visión paternalista y superficial de
la miseria. Podemos citar los films de Robert Guediguian (Marius y
Jeannette), donde los obreros son forzadamente buenos y nunca se
quiebran, a pesar de combatir a la patronal. Otro ejemplo sería Mundo
grúa, donde el único planteo era ilustrar el sufrimiento de un
desocupado sacado de todo contexto, sin indagar sobre su mundo interior ni
sobre el sistema que lo expulsaba; esa es la moral estilo Telenoche, a lo
César y Mónica, que resumen cualquier hecho nefasto con un "qué
terrible esto que pasa", evitando así profundizar en los porqués y
sin explicar lo que hay detrás de un desocupado: una cruel política
económica avalada por una clase social en primer lugar, y por canallas
con nombre y apellido en segundo.
Plantear el tema obrero-empresarial en términos de buenos y malos es
una ingenuidad; lo mejor es llamar a las cosas por su nombre, hoy más que
nunca. En Recursos humanos, por ejemplo, el conflicto que estalla
entre el protagonista y su padre, al ver el primero que su viejo
acepta incondicionalmente cualquier medida que tome la empresa por más
injusta que fuere, es una situación que evidencia las complejidades del
tema. Ahí ya hay un choque ideológico más que generacional, alejado
totalmente de las idealizaciones. El neoliberalismo, ese monstruo tirano,
dicta los supuestos valores morales de la actualidad mientras devasta dos
tercios del mundo (Argentina, claro, incluida) con actitudes
inequívocamente criminales. Este es el causante principal de la miseria
–junto con la cobarde complicidad de los políticos–, y Cantet lo
sabía perfectamente al rodar su primer largometraje. De hecho, lo
retrató de forma contundente y sin caer en la mirada complaciente sobre
el trabajador: ahí el asunto era la lucha de clases y la acción directa,
que por cierto tomaba por asalto la fábrica (y, a mi juicio, el cine
político contemporáneo). La contradicción generada por la reacción de
todas las partes en aquella fábrica en huelga enriquecía la historia, y
era lo que hacía reflexionar al espectador. Abría, con su emotivo
análisis, una puerta al cambio, evitando los excesos utópicos.
Puede que todo esto suene exageradamente político y no muy
cinematográfico, pero todos estos son films políticos por lo que jugarla
de cinéfilo inocente me parece que no tiene sentido.
Cuando al final de Recursos humanos uno de los empleados de la
fábrica le pregunta al protagonista por qué se queda ahí con ellos si
no es su lugar, él le pregunta al empleado –y a sí mismo–: "¿Y
cuál es mi lugar?". Esto no es ni más ni menos que preguntarse
cuál es nuestro lugar en el mundo.
Lo malo, y lo que me lleva a recordar tanto aquella película, es que El
empleo del tiempo resulta una decepción frente a todos aquellos
jugosos planteos. Aquí se consigue un opuesto, y muy lamentable. Es la
historia de un hombre que es despedido de un buen puesto y que, por
verguenza y/u orgullo, no se lo cuenta a su familia. Da vueltas por la
ciudad inventando historias sobre su hipotético trabajo y su triste
imagen no es la de un desocupado si no la de un tipo con mala suerte.
Culposo, cobarde en más de un sentido, el hombre yira y yira
tratando de entrar desesperadamente en el sistema que lo expulsó. No hay
preguntas en este personaje... sólo ganas de volver. Pide plata
prestada a su padre y a sus amigos para emprender un proyecto que sabemos
de entrada no funcionará; esto y un eterno dar vueltas es prácticamente
todo el film, aunque con algunos detalles –feos– hacia el final.
Si Recursos humanos finalizaba con la pregunta que insinuaba el
comienzo de una vida de luchas, El empleo del tiempo arranca con un
tipo que está muerto a menos que vuelva al sistema (no al trabajo). No
estaría mal si se lo planteara de una manera combativa, irónica, pero la
cosa va en serio. El empleo del tiempo es un drama que no funciona
como drama ya que todo gira sobre la patética mentira de este tipo, que
se pasea nostálgico por pasillos de modernos edificios de oficinas,
soñando ser uno de esos hombres de traje. Siendo el desempleo uno de los
males del mundo de hoy, retratar a un hombre que oculta su condición de
expulsado con verguenza es hacerle un favor al sistema, que no
busca otra cosa que eso: que el despedido se aleje sin protestar.
Se podrían decir más cosas sobre El empleo del tiempo. Pero
quizá sea mejor esperar al próximo film de este director, a ver si él
ya dijo su última palabra.
Julián Monterroso