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RECURSOS HUMANOS
(Ressources Humaines)

Francia, 1999



Dirigida por Laurent Cantet, con Jalil Lespert, Jean-Claude Vallod, Chantal Barré, Véronique de Pandelaère, Michel Begnez, Lucien Longueville.



Inscripta dentro de la vertiente realista de esa tendencia que se conoce como "nuevo cine social francés", la ópera prima de Laurent Cantet posa su mirada sobre unos cuantos temas candentes de la actualidad mundial: la humillación laboral, la degradación social y la desocupación, esa espada de Damocles que pende sobre cada vez más gente de todas las clases. También se ocupa de las relaciones familiares, aunque en menor medida (o con menor profundidad) de lo que por ahí se ha dicho.

Sólido guión mediante, Recursos humanos (que se alzó con el primer premio del II Festival de Cine Independiente de Buenos Aires) encara estas cuestiones en el ámbito laboral, a partir de una mediana empresa metalúrgica de provincias, en cuyo departamento de Recursos Humanos ingresa Franck, nuestro protagonista, en condición de pasante. Este es un joven que regresa de París listo para aplicar en dicha compañía los conocimientos que mamó en la Universidad. De la que egresó provisto de orgullo y de empuje, pero también –y esto es notable– de una enorme ingenuidad. Que el mundo laboral real, con la brutal explotación del hombre por el hombre que lo caracteriza, se encargará de derrumbar con el avance del metraje.

En esa misma fábrica trabaja el padre de Franck, un operario sumiso que ya cumplió tres décadas apretando las mismas tuercas durante ocho horas diarias, con la consiguiente mella de su dignidad. De la mano del mejor realismo (rigor narrativo, exposición visual, pocas palabras), Recursos humanos da cuenta de la inhumanidad esencial que acompaña a este tipo de rutinas laborales. La cuestión es que Franck arranca haciendo buena letra con la patronal, que parece valorar sus "méritos" dándole vía libre para que organice una encuesta para que los operarios se pronuncien a favor o en contra de un controvertido y engañoso régimen: las 35 horas de trabajo semanales que discuten el gobierno y los sindicatos franceses. La comisión interna, encabezada por una combativa delegada comunista, lo empieza a mirar mal. Algo más tarde los despidos, que estaban encubiertos bajo la "democrática" iniciativa de la empresa, harán estragos. Y no sólo en la empresa, sino en la familia del protagonista.

Recursos humanos no es el único "film social" francés que el frío otoño del 2000 hizo aterrizar en nuestras pampas. Pocas semanas antes fue el turno de Todo comienza hoy, de Bertrand Tavernier. Más allá de la distancia argumental (dicho film se ocupa de un maestro en tierras de la educación arrasada), cabe la comparación entre ambos títulos. Y no podrían ser más opuestos. Mientras que Tavernier cargaba las tintas en una empalagosa parábola sobre el heroísmo individual, Cantet pone los puntos sobre las íes. En las antípodas del maestro Lefebvre, Franck es cualquier cosa menos un superhéroe. Comienza "poniéndose la camiseta" de la empresa con la aniñada –pero honesta– idea de que será en bien de la comunidad laboral. Pero los hechos le demuestran que los intereses de patrones y empleados son mucho más irreconciliables que lo que supuso en los claustros. Carrerismo gerencial mediante, el engranaje empresarial empieza por robarle méritos ante el directorio. Poco después, desnuda las reales intenciones que escondía la amañada encuesta: bajar costos caiga quien caiga... lo que incluye a obreros sumisos como su propio padre. La evolución de Franck se procesa sin prisa ni pausa (será ingenuo, pero no es tonto ni corrupto), y del mismo modo crece la tensión dramática.

Como quien no quiere la cosa –es decir, de un modo natural– Recursos humanos hace foco sobre ciertas cuestiones claves de la política obrera. Deja al descubierto que no importa tanto lo que se consulta como quién consulta, y cómo. Demuestra que cada obrero por su lado, completando un múltiple choice dibujado por la empresa, no equivale a democracia sindical. Expone las inacabables triquiñuelas que la clase dominante maneja de taquito para engatuzar a los trabajadores. Y sobre todo, traza una radiografía muy precisa de la brutalidad y la violencia que los cada vez más elegantes métodos de las corporaciones se esfuerzan por disimular. Como en el mundo, el desarrollo de estas contradicciones conduce a la polarización de clases. El mérito de Cantet, en este punto, es no cerrar la historia con un broche (¡ni con un espantoso moño rosa como el que anudó Tavernier!) sino dejarla tan abierta e inconclusa como lo está la situación social real.

Jalil Lespert, muy ajustado como Franck, es el único actor profesional del reparto. Todos los otros, incluido su padre, los obreros, los sindicalistas y hasta el gerente de la metalúrgica, fueron abordados por personas que hacen maravillosamente de sí mismas. Cierto es que la delegada está un poquito sobreactuada, pero eso no habría que achacárselo al cineasta como al Partido Comunista Francés.

Guillermo Ravaschino      

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