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CINEISMORECOMIENDA

APOCALYPTO

Estados Unidos, 2006



Dirigida por Mel Gibson, con Rudy Youngblood, Dalia Hernández, Jonathan Brewer, Morris Birdyellowhead, Carlos Emilio Báez, Amílcar Ramírez, Mayra Serbulo, Hiram Soto, Israel Contreras
.



L
a última película de Mel Gibson me hizo recordar dos ocasiones en las que el cine me proporcionó una felicidad relacionada con su milagrosa capacidad de recuperar para la mirada mundos perdidos. Una de ellas está relacionada, previsiblemente, con otra película del director, Corazón valiente, cuya intensidad física se convertiría en marca registrada del Gibson cineasta desde aquel segundo largo (el primero había sido El hombre sin rostro) hasta este film posterior –y superior pero coherente– al tour de force en extremo carnal, religiosamente materialista de La pasión de Cristo. De hecho, el tópico religioso no exclusivamente cristiano del sacrificio vuelve a erigirse como centro de una película suya en esta Apocalypto centrada en el fatal destino de los integrantes de un pueblo centroamericano que son cazados por los aztecas para servirles como esclavos o ser ofrecidos a sus dioses en el gran altar donde el cuchillo de obsidiana del sacerdote les sacará el corazón mientras todavía están vivos.

El segundo recuerdo, no menos intenso, proviene de la bíblica panorámica en la que los arqueólogos que interpretan Sam Neill y Laura Dern ven dinosaurios vivos por primera vez en su vida desde las ramas de un paradisíaco árbol que bien podría ser el del conocimiento. Ese momento, mucho más edénico debido al inocultable costado sentimental del punto de vista de Spielberg, genera en el espectador la misma inolvidable expectación que la secuencia del sacrificio humano en la pirámide de esta última película de Gibson. En ambas el cine consigue ser, como quería el Hollywood clásico, bigger than life, más grande que la muerte y la desaparición de los hombres, capaz de reconstruir imperios y resucitar personas para hacerlas convivir con nuestro tiempo, nuestro espacio y nuestra sensibilidad contemporánea. Porque el proceso de redescubrimiento de mundos perdidos que tanto Jurassic Park como Apocalypto ponen en funcionamiento no tiene valor museístico ni se propone recuperar sin modificación alguna el pasado, sino dar forma a lo imposible: cruzar pasado y presente, objetividad arqueológica y subjetividad estética, historia y espectáculo, sin el más mínimo temor al ridículo ni acotaciones académicas de por medio.

Antes y después de la citada secuencia sacrificial, Apocalypto se reduce a una sola acción: la de la cacería. Hay un prólogo en el que Gibson muestra la vida en la aldea y su idealizada visión del primitivismo que sirve para identificarnos con los personajes con precisión y contundencia, pero todo lo demás es acción filmada con cámara digital y veloz exuberancia. Ese vértigo, esa pasión, esa corrida interminable del protagonista por sobrevivir no se detendrá sino hasta que es provisoriamente atrapado y ello le sirve a la cámara para alcanzar el clímax dramático del film. Desde que era chico me acompaña el recuerdo del dibujo de uno de esos libros con intenciones didácticas en el que se veía, desde un plano cenital, el rostro desencajado de un hombre tendido en un altar con un agujero en el pecho, y la mano en el alto del sacerdote con el corazón de la víctima latiendo. Eso y mucho más filma Gibson en una secuencia que debe ser vista en la sala de cine, ejemplar por su fisicidad, suspenso y resolución, prodigiosa y bestial como pocas. Luego seguirá la cacería sin respiro hasta el ambiguo plano final que uno no sabe si revela salvación o cíclica fatalidad. Pero en el centro del film están esos eternos minutos de trance y adrenalina que justifican la existencia no ya de la película sino del cine todo.

Marcos Vieytes      

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