Película
complicada esta La pasión de Cristo, de la que ya sabemos tanto (y a
la vez nada) antes de entrar en la sala. Cuesta abrirse camino entre el
ruido mediático que genera desde hace meses y llegar a la obra en sí. Se la
ha acusado de antisemita, reaccionaria, fascista. De pornográfica y
repugnante. Cabe preguntarse, como Pilatos:
"¿Qué
es la verdad?"
Atravesar las
poco más de dos horas que dura el film
resulta
una experiencia ardua, nada placentera,
por el simple
hecho de que el
metraje está dominado por la exhibición de un hombre
al que
torturan
con brutalidad.
No pasan más de cinco minutos y Jesús, interpretado por James Caviezel, ya
se ha comido unos buenos golpes en el Monte de los Olivos, cuando lo
toman preso. Desde ese momento, los castigos irán in crescendo hasta
el conocido y espeluznante final en la cruz.
La violencia es
uno de los temas de la película. Pero está tratado de la manera más burda y
pornográfica. La elección de mostrar con lujo de detalles la laceración del
cuerpo de Jesús, destrozado a golpes y latigazos, desollado vivo delante de
la cámara, es absolutamente cuestionable. El tercer largometraje dirigido
por Mel Gibson ignora recursos como el fuera de campo o la elipsis para
elaborar su visión de la pasión cristiana, y parece regodearse con las
imágenes de la tortura.
Sólo unos breves
flashbacks alivian de tanto en tanto la carnicería, para mostrar episodios
como La última cena, la lapidación de María Magdalena o la escena –que es la
mejor del film– en la que Jesús está trabajando en su taller de carpintería
y María lo llama para comer.
El guión de
La pasión de Cristo se apoya en los evangelios del Nuevo Testamento
atribuidos a Mateo, Marcos, Lucas y Juan. Claro que en ninguno de esos
textos pueden encontrarse referencias tan explícitas a la tortura. Para eso
Gibson y su coguionista Benedict Fitzgerald echaron mano de “La dolorosa
pasión de nuestro señor Jesucristo”, de la monja alemana Ana Catalina
Emmerich (1774-1824), donde el asunto está condimentado con la sangre que el
protagonista de Arma
mortal gusta mostrar en cantidades industriales. Como adaptación
también es burda, ya que se limita a ilustrar las estaciones de la
pasión. No se percibe ninguna idea cinematográfica que vaya más allá de las
cámaras lentas o las tomas subjetivas de Jesús con la cámara invertida. Las
enseñanzas de Jesús, esencia de los evangelios, quedan reducidas a un par de
frases sueltas dichas aquí y allá.
Que la película
esté hablada en arameo, latín y hebreo (con subtítulos en español) es uno de
los pocos aciertos de una puesta en escena que, por lo demás, resulta
marcadamente teatral. Entre otras cosas, enseña que
"idiota"
se dice igual hace 2 mil años.
Gibson ya se
había ocupado de un mártir en Corazón valiente (1995), sobre la vida
y la muerte del escocés William Wallace. Allí tampoco estaba ausente la
violencia, y la decapitación del héroe, largamente anunciada, consumía unos
cuantos minutos próximos al final. La pasión de Cristo es como si
Corazón valiente se hubiese
concentrado
exclusivamente en las horas previas a la decapitación, y hubiese mostrado en
cámara lenta todo tipo de detalles, incluyendo el descenso del hacha para
cortar el cuello. Eso es esta película: la exhibición truculenta y
puntillosa de la tortura de un hombre; un discurso cerrado que no interpela
al espectador, ni permite que éste lo interpele. Que impacta, sí, pero sólo
a partir de la violencia. Y eso es mero impacto, nunca emoción. Pasado el
doloroso baño de sangre, no queda nada.
Pablo Izmirlian
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