U-na-más
/ y no jodemos más, u-na-más / y no jodemos más, repite
el estribillo que más de una vez hemos cantado casi en la conclusión de un
recital que no quisimos que acabara nunca. Yesterday Once More, cuyo
título local debería ser Ayer una vez más en lugar de Ayer otra
vez, responde al sentido de ese cantito de tribuna, entre rogativamente
melancólico por el final anunciado de la fiesta y feliz por lo vivido,
jodón, radiante, satisfecho. Esta primera película de Johnny To que se
estrena en Argentina (Fulltime Killer fue directo a DVD y verla es
imprescindible para comprender los dos universos dramáticos –el de la
comedia y el del thriller– de la obra del cineasta hongkonés) es también una
fiesta de sofisticación cinemática y entretenimiento, un lujo para los
sentidos y para la razón, una dosis de placer visual y sonoro incomparable
que acaso solamente el anunciado estreno de la última película de David
Lynch esté en posición de igualar u opacar.
El de este
hombre es un cine de azar y prestidigitación. Como el joven jugador de
Casino Raiders II (también con Andy Lau), que en medio de una lluvia de
naipes atrapa el que se le pide siempre antes de que caiga al piso, JT
dispone en sus películas de un cierto número de elementos semejantes, a los
que les saca jugo combinándolos de todas las maneras imaginables hasta
encontrar la variación expresiva justa. De hecho, 21 años después de esa
secuencia con barajas (y en el mismo 2004 en que filmó esta película y esa
otra joyita llamada Breaking News), la repitió perfeccionada y con
billetes en Throw Down (junto con Exiled, dos de las diez
mejores películas de la década), demostrando que lo suyo es pulir el
artificio hasta sacarle un brillo cuya encandilada belleza siga siendo, a la
vez, funcional al contexto. Y si hablamos de brillos, en Ayer otra vez
hay reflejos, distorsiones y rebotes de la luz que iluminan y explican a la
película toda, además del brillo propio que emana de los actores. Tanto Andy
Lau como Sammi Cheng son dos de las estrellas preferidas de JT, quien ya las
había juntado en Needing You y Amor a dieta, y a quienes
dirigió por separado en la citada Casino Raiders II, además de en
A Moment Of Romance III, Running Out Of Time I y II,
Fulltime Killer, Fat Choi Spirit (Lau), y en Wu Yen, Mi
ojo izquierdo ve fantasmas y Love For All Seasons (Cheng).
El comienzo es
de una exquisitez casi hedonista: títulos setentistas con acordes entre
jazzeros y tanguísticos, una pareja de ladrones de joyas, el glamour de los
yates y el champagne, un rayo de sol que da en la cámara para inscribir en
el ojo del espectador la marca única del instante, el carisma de Lau a la
altura del de Cary Grant en las últimas películas de Stanley Donen o en los
thrillers hitchcockianos de abstracción casi metafísica, y un
cocktail genérico que junta a la comedia de rematrimonio con el big
caper y les agrega ese toque infaltable de melodrama al final. Pero no
sólo el comienzo encanta: nudo y desenlace están a la misma altura porque To
consigue dibujarnos de principio a fin una sonrisa complacida que participa
simultáneamente del dolor y la alegría, pero jamás inclina la balanza del
todo hacia ninguno de los lados. El resultado es este milagro de hora y
media en el que asistimos a las idas y vueltas amorosas y delictivas de una
pareja que entiende a los diamantes como símbolo de algo indescifrable y
hermoso, terrible por eterno(s). El presente es para ellos como cada una de
esas piedras: una excusa magnífica para ir de aquí para allá sin pensar que
la propia vida es más efímera que esos objetos.
No hay nada
fatuo, nada solemne en la conducta de los personajes del cine de JT. La
filiación de Ayer otra vez con la comedia de rematrimonio
hollywoodense de mediados de los ‘30 a fines de los ‘40, uno de los más
complejos exponentes de la cultura (popular) de todos los tiempos, nos
indica que el tema de la búsqueda de la felicidad y la toma de decisiones
inevitables para constituirse como sujetos responsables del propio destino,
es uno de los temas centrales del film. El modo en que esa voluntad de
autodeterminación afecta a las relaciones de los personajes con otros (sobre
todo la pareja amorosa) ocupa un lugar preponderante aquí y en el resto de
la filmografía del director, frecuentemente estructurada alrededor de tres
elementos: dos hombres y una mujer, dos bocacalles y una esquina, un trío de
mujeres con poderes sobrenaturales, un matrimonio de ladrones y el botín, o
un policía, un delincuente y una bicicleta. Las órbitas cada vez más
precisas y veloces de los personajes alrededor del núcleo motivador de sus
acciones alcanzan una tensión eléctrica rigurosa y como casual, fruto de esa
puesta en escena virtuosa pero abierta, autoconsciente pero calculadamente
desprolija, vital, que lo caracteriza.
Si hay algo
que no hacen las películas de JT es subestimar al espectador, clausurar
todos y cada uno de los sentidos posibles del plano, regalar explicaciones
fáciles, vestir a las obviedades con el traje de gala mayestático de las
interpretaciones locuaces pero pedorras, falsamente profundas. (Y eso que un
recurso habitual de su cine es el del montaje dramático paralelo; incluso
hay películas enteramente construidas en función de dos series paralelas de
acontecimientos idénticos efectuados por personas distintas. Sin embargo, ni
siquiera en ellas campea lo previsible o lo tedioso, siempre hay algo –más
bien mucho– que desorienta nuestras expectativas.) To es algo así como un
chef (vean las conmovedoras comidas compartidas de Breaking News y
Exiled) que se vale de ingredientes archiconocidos, pero combinados con
originalidad, para crear sabores nuevos, y lo más notable de todo esto es
que no oculta la receta. En dicho sentido, la secuencia de Cheng y Lau
mirando la imagen de sí mismos que refleja la puerta del ascensor es una
muestra de su honestidad y talento. En apariencia irrelevante, 15 o 20
minutos después se revelará, si nuestra memoria la distingue todavía (tan
sutil es su desarrollo), como una pieza clave para entender las razones de
un giro argumental que de otro modo se nos podría antojar gratuito y
arbitrario. Que es lo que sucede con lo mejor del cine de género: oculta el
más fino y delicioso entramado debajo de una superficie a veces frívola,
muchas otras guaranga, pero jamás impostada, trajeada de importancia.
El estreno
de Ayer otra vez es un acontecimiento, no sólo porque nunca se había
visto comercialmente en la Argentina una película de quien es uno de los
cinco mejores cineastas del presente, sino porque es un eslabón más en la
cadena de estrenos de una distribuidora independiente conducida por un
criterio de calidad. Es cierto que el estreno en DVD atenta contra el pleno
goce del film y que uno desea que la ventura económica les permita traer
alguna copia original en 35 mm, pero también es cierto que estas
perseverancias ayudan a instalar un cine realmente distinto al menos en los
márgenes del circuito comercial y la visión del público masivo, un concepto
de diversidad de la oferta que si se generaliza será beneficioso para todos,
incluso para los que sólo buscan hacer negocio. Así como los monocultivos
saturan la capacidad de recuperación y productividad de la tierra, la
mediocre monooferta hollywoodense no hace más que expulsar al espectador de
las salas y estimular la búsqueda lateral de esos materiales mucho más
excitantes que otros mercados y formatos ofrecen. Hace mucho que el sabor de
la aventura y la ansiedad del encuentro con lo desconocido son sensaciones
que no se experimentan en las salas de cine de nuestro país. Con Ayer
otra vez (con The Host, con Funny Ha Ha) las comenzamos a
recuperar, y eso hay que celebrarlo.
Marcos Vieytes
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