El contrabando
hormiga es una de las formas de subsistencia para los habitantes de Melo.
Día tras día, decenas de uruguayos cruzan la frontera en bicicleta y en
moto, para llevarse de Brasil alimentos, pilas, ropa y algunos enseres. Beto
forma parte de este grupo y compra por encargo para comerciantes de la zona.
Carmen, su mujer, cose y plancha para afuera. Silvia, la hija de ambos, aún
va al colegio y sueña con trabajar de locutora algún día.
Corre el año 1988. Y la tranquila
vida de la población se ve de pronto sacudida por una noticia sin
precedentes: Juan Pablo II, el “Papa viajero”, pisará por primera vez el
pueblo para dar un discurso a sus fieles. La esperanza se enciende entre los
lugareños, pero no sólo por su fe religiosa; se especula con que la llegada
de su Santidad arrastrará a decenas de miles de personas desde Brasil. Así,
nace una esperanza de poder alcanzar algunos de los sueños postergados por
tanto tiempo. Algunos hipotecan su casa para solicitar un préstamo o gastan
sus pocos ahorros. Nadie quiere quedarse afuera del “negocio”. Casi todos
apuestan al rubro alimenticio (compran pan, chorizos, pizzas), otros
adquieren banderines y medallitas alusivas. Beto, que se jacta de pensar con
su cabeza, elige poner un baño. Tanta comida y bebida, piensa, dará a los
fieles ganas de satisfacer sus necesidades primarias.
Pero hay un problema, el dinero
para su proyecto no es suficiente. Debe pedirle plata a Carmen y, además,
hacer más viajes para poder llegar a tiempo con el armado de su
proyecto. El personaje entra en crisis y llegará a tropezar con sus propios
límites, haciendo algunos viajes para uno de los oficiales de vialidad,
justamente encargado de velar por el tráfico irregular en la zona
fronteriza.
La corrupción y la pobreza,
ingredientes indisociables de casi cualquier ciudad del Tercer Mundo,
aparecen en una historia con personajes queribles que intentan mantener su
dignidad pese a todo. El baño del Papa recuerda
a Bienvenido Mr. Marshall (ver link al
pie), así como a
tantas
películas neorrealistas, rodadas en escenarios reales, en las que se
mezclaba la gente del lugar con actores profesionales y con temáticas
sociales como la desocupación, la situación luego de la Segunda Guerra o la
frustración de algunas de sus postergadas criaturas.
Beto sabe que “la voz del amo” es
la que impera. Si aprende algo al finalizar la película, es que primero está
su integridad y la de su familia. Y que los sueños (prestar atención a su
última frase) nunca se abandonan.
Sergio Zadunaisky
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