Yendo al colegio con papá sobre mi espalda
Esta película china es un cuento moral basado en la historia real de un
chico que pone todo su esfuerzo en sus estudios, y al que todo el sistema
(podríamos decir stablishment) apoya. Al mismo tiempo, trata con cierta delicadeza el peso
de las antiguas tradiciones que relegan a la mujer al último lugar. Su
director, Zhou Youchao, es un ex colaborador de Zhang Yimou en Judou
y Sorgo rojo, y de Wu Tianming en El rey de las máscaras.
La herida
Esta es una coproducción turco-germana concretada por un director
que, como cientos de miles de turcos, eligió a Alemania como su segundo
hogar. La protagonista vivió el mismo desarraigo, en un proceso de
transculturación que sacudió toda su estructura psíquica. Forzada a
volver a su país, a sus tradiciones y represiones, la joven se interna en
una senda que la llevará hasta las profundidades de la locura. Un film
denso, que reitera las alucinaciones de la joven. Y concluye confusamente.
Kiarostami x 3
Las figuras centrales de este Contracampo 2000 (que continúa de algún
modo con la difusión de cinematografías distintas que la
seccíón homónima del Festival Internacional de Mar del Plata encaró)
son los demorados estrenos de tres excelentes películas de Abbas
Kiarostami. Desde el estreno en Buenos Aires de El sabor de la cereza,
que ofició de puerta de entrada al cine iraní, Kiarostami se nos ha
revelado como uno de los realizadores más creativos y originales del cine
contemporáneo. Nacido el 22 de junio de 1940 en Teheran, debutado
en la dirección de largometrajes un cuarto de siglo después, tras
numerosos cortos didácticos y publicitarios, Abbas inspiró la "nueva
ola" del cine iraní, un cine que -como el suyo- ha estado sometido a
las restricciones impuestas por la república islámica. Que proscribió
las películas europeas y americanas, prohibió tocar temas como la
política, la religión, el sexo o la violencia, y discutir la condición
de la mujer.
Kiarostami trabajó con las limitaciones y las prohibiciones, sacó
provecho de las mismas. Su opción fue mostrar ciertas caras del mundo
real, y sus películas bordean permanentemente la frontera entre lo
documental y lo ficticio. Aquello que ha hecho grande a Kiarostami ante
una parte de Occidente es tal vez lo mismo que le granjeó la condena de
otro sector: un modelo de representación absolutamente propio. Las
características de su cine están presentes en estos tres estrenos:
historias abiertas, finales indefinidos, motivos recurrentes, la
filmación siempre en ámbitos naturales y mayormente en tiempo real -para
muchos demasiado lento-, la presencia de actores no profesionales -casi
todos masculinos-, la intensidad del deseo en los personajes, la
improvisación, el testimonio documental, el uso del fuera de campo, la
manía y la manera de comentar al cine desde el cine mismo.
Dos de las películas estrenadas integran la llamada "trilogía de
Koker", región a 350 km de Teheran donde fueron filmadas. De la
primera, ¿Dónde queda la casa de mi amigo?, de 1987, podría
decirse que es la más simple, y tal vez la más bella y poética.
Kiarostami construye una historia lineal, de ficción, con chicos, género
en el que más tarde los iraníes se consagrarían como expertos. El
protagonista, de ocho años, se da cuenta de que su compañero de clase
dejó olvidado su cuaderno, sin el cual no podrá hacer la tarea, y para
evitarle un severo castigo inicia el camino hacia el pueblo vecino con el
fin de restituírselo. Este viaje es una suerte de mini-odisea de
exploración del mundo exterior y del mundo de los adultos. El muchacho
obedece a su sentido de responsabilidad, y aunque no encuentra mayor apoyo
ni comprensión, sigue adelante.
Como ouroboros (sí: la serpiente que se muerde la cola), La
vida continúa, de 1992, remite al film anterior. En 1990 toda Koker
fue asolada por un terrible terremoto, que destruyó gran parte de las
viviendas y dejó miles de muertos. Kiarostami concibe un film en el que
ficción y realidad van de la mano: el protagonista –interpretado por un
actor– es el supuesto director de, justamente, ¿Dónde queda la casa
de mi amigo? Una suerte de Kiarostami ficticio, que después del
terremoto regresa con su hijo al pueblo adonde filmó esa película, para
averiguar qué suerte han corrido los dos chicos que la habían
protagonizado. Kiarostami (el real) aprovecha este viaje para documentar
los efectos del terremoto, con una técnica que después haría frecuente:
filmar a través de la ventanilla de su auto, especie de sub-marco de la
pantalla. En medio de la devastación, la gente atiende sus necesidades
inmediatas, las de la supervivencia. Ya es característica de su cine
presentar el choque entre las ancestrales costumbres campesinas y la vida
de los personajes urbanos, conflicto que extrema en su último film, que
aún espera estreno: Y el viento nos llevará. Cine dentro del
cine, en La vida continúa padre e hijo reencuentran a actores del
film anterior, al que se remiten, e incluso uno de ellos hace evidente el
proceso de producción del film: "esta no es mi verdadera casa, es mi
casa en esta película. Me daría un vaso de agua?", pregunta a una
asistente fuera de campo, y ella se lo alcanza. Más tarde, entrevista al
protagonista del film que cierra la trilogía, Detrás de los olivos,
que a su vez hace referencia a la filmación de La vida continúa.
Además de los mismos escenarios, los films de la trilogía comparten una
imagen recurrente en el cine de Kiarostami: el camino zigzagueante que
recorren los protagonistas, obvia metáfora de la vida.
Su reflexión sobre el cine como ética está expuesta y desarrollada
en Primer plano, el film más complejo y sorprendente de los que
Contracampo 2000 depara, basado en la historia real de un cinéfilo a
quien confunden con Mohsen Makhmalbaf (el director de Gabbeh y
padre de Samira, directora de La manzana... película que, como
ésta, surgió de una noticia en el diario). Tomado por el arquetipo del
doble, el hombre sigue el equívoco y engaña a toda una familia, movido
por el deseo de unos minutos de gloria. Esta película pretende ser un
documental del proceso que se le inicia al farsante por fraude. Kiarostami
reconstruye el juicio y consigue que los protagonistas hagan de sí
mismos, en un juego de cajas chinas, mezclando realidad con
representación, escenas documentales con otras reconstruidas. Al final,
el propio Makhmalbaf aparece en escena, filmado con cámara oculta, a la
manera en que Jafar Panahi lo haría más tarde en El espejo. Una
obra interesantísima, en la que Kiarostami investiga a fondo los límites
del cine guiado por su profundo humanismo.
Josefina Sartora